Al volver sobre sus pasos, en el sueño de la anestesia, vio que el viejo barquero se había inclinado sobre ella y con sus dedos escuálidos le rebuscaba en el interior de la boca, hurgando con minuciosidad de cuervo entre los molares inferiores, palpando las encías desplazadas. Cuando le rozó la lengua, su tacto era tan frío que ella fue capaz de abrir los ojos dentro del sueño y le hizo comprender que se había equivocado.
—Llévate, a cambio, el adenoma —acertó a decirle—. Aún sales ganando. Mira, ahí lo trae el doctor.
Antes de despertar alcanzó a ver cómo la negra barca se alejaba sobre las aguas de la laguna hasta perderse tras la espesa niebla del fondo.
Heliozoo. Microfotografía de Rubén Duro.
6 comentarios:
Tremendo y luminoso.
Aunque calle, leo. Ya sabes, silencios propios del verano.
Abrazos.
Gracias, Antonio. Y ánimo frente al calor. + abrzs.
Te dejé un comentario y no lo veo...¡ay, me está pasando continuamente!
Decía que me recordabas a Patinir y su cuadro sobre la laguna Estigia.
Besos besos
Bravo, Alfredo... Abrazote, j12
Gracias, Virgi. Tu recuerdo es preciso. Aunque en el relato, al menos idealmente, la escenografía era un poco más "veneciana". Y en cuanto de los comentarios volatilizados: se ve que la Red está llena de agujeros... Más besos.
Abrazos, Jordi. Y feliz verano.
Publicar un comentario