En medio de la espantosa tragedia humana, qué terrible tragedia, humana y metafísica, la de un solo hombre: el conductor del tren. Cuántas veces no habrá detenido ya la máquina homicida en su pensamiento. Cuántas habrá de preguntarse aún por qué oscuro azar fue el elegido por la mano negra de la fatalidad. Las víctimas y sus familias despiertan nuestra solidaridad con el dolor ajeno. Pero la suerte de este hombre, el maquinista, nos abre además en la conciencia un vacío muy difícil de llenar con algo que tenga sentido. La más inocente entre las víctimas es la que ha recibido el castigo más horrible. No sé cómo, pero sé que debemos estar con él, ayudándole a soportar un golpe ciego, brutal, revelador de ese desorden absurdo que tantas veces impone su ley.
Imagen: Pasadizo subterráneo bajo las vías de la estación de Casteldefells.
Foto © Gianluca Battista. Publicada en la edición impresa de El Pais.
9 comentarios:
Totalmente de acuerdo contigo, Alfredo. Tras el primer impacto de la noticia, leída ayer a primera hora en internet, y la solidaridad inmediata con víctimas y familiares, el maquinista fue la primera persona en quien pensé.
Tu texto no sólo denota sensibilidad ante el asunto, sino que expresa con suma nitidez lo complejo y trágico del suceso.
Un abrazo.
Es cierto, Alfredo, normalmente olvidamos a estas otras víctimas que algunos, incluso, pueden llegar a criminalizar, tal vez como vía para aumentar una posible indemnización. No puedo dejar de pensar que, en otras condiciones menos multitudinarias, quizá muchas de las víctimas se habrían abstenido de cruzar por las vías. Creo que esta tragedia, tan evitable en su génesis, ejemplifica los graves riesgos que corremos los humanos cuando nos convertimos en manada y nos dejamos guiar por atrevidos líderes, frecuentemente carentes del más mínimo juicio.
Tiene que ser terrible que tengas que vivir esa experiencia espeluznante en primera persona y sin poder hacer nada por evitarla.
Me abruma el dolor que debe sentir, el colapso emocional.
Me duele mucho pensar qué será de su vida a partir de esa fatídica noche.
Pienso que sí, que debemos estar a su lado y demostrarle nuestra solidaridad con su dolor, con su impotencia...
Excelente entrada, Alfredo.
Un abrazo.
Estoy totalmente de acuerdo Cristal, una entrada excelente. Breve, intensa y conduce a la reflexión. Me uno al dolor de este maquinista elegido por el azar.
Bastante tenemos con ser coscientes de que la vida es de cristal como para encima hacer tonterias...
Una infeliz conjuncion ha hecho que ese hombre llegue a la ruina de su vida... No hablemos de los muertos y heridos...
Saludos
Antonio, Navajo, Cristal, Fernando (bienvenido) y Antiqva (gran placer verte de nuevo): gracias por enriquecer con vuestras apreciaciones este apunte. Y un fuerte abrazo. AJR
Prisa, prisa, prisa. Por llegar a dónde? A la arena de playa a matar la noche, el amanecer... y el resto de la vida. OCIO, OCIO, OCIO. Vivimos hasta la saciedad el ocio y confundimos la dicotomía cultura/ocio/civismo. La rueda del ocio impulsada por los llamados gestores culturales, en mis viejos tiempos "comerciales",
"marketineros" que venden la oferta ociosa sin prisa y sin pausa. Al leer la notícia también pensé en el maquinista y en su mañana. Porqué tenemos más prisa que el tren... Al pensarlo se me volatilizan las neuronas. Me siento Mafalda: paren el mundo que me apeo de él.
Este poema de Miguel Hernández, aunque se refiera a circunstancias muy distintas, parece escrito para la ocasión.
El tren de los heridos
Silencio que naufraga en el silencio
de las bocas cerradas de la noche.
No cesa de callar ni atravesado.
Habla el lenguaje ahogado de los muertos.
Silencio.
Abre caminos de algodón profundo,
amordaza las ruedas, los relojes,
detén la voz del mar, de la paloma:
emociona la noche de los sueños.
Silencio.
El tren lluvioso de la sangre suelta,
el frágil tren de los que se desangran,
el silencioso, el doloroso, el pálido,
el tren callado de los sufrimientos.
Silencio.
Tren de la palidez mortal que asciende:
la palidez reviste las cabezas,
el ¡ay! la voz, el corazón la tierra,
el corazón de los que malhirieron.
Silencio.
Van derramando piernas, brazos, ojos,
van arrojando por el tren pedazos.
Pasan dejando rastros de amargura,
otra vía láctea de estelares miembros.
Silencio.
Ronco tren desmayado, enrojecido:
agoniza el carbón, suspira el humo
y, maternal la máquina suspira,
avanza como un largo desaliento.
Silencio.
Detenerse quisiera bajo un túnel
la larga madre, sollozar tendida.
No hay estaciones donde detenerse,
si no es el hospital, si no es el pecho.
Para vivir, con un pedazo basta:
en un rincón de carne cabe un hombre.
Un dedo solo, un solo trozo de ala
alza el vuelo total de todo un cuerpo.
Silencio.
Detened ese tren agonizante
que nunca acaba de cruzar la noche.
Y se queda descalzo hasta el caballo,
y enarena los cascos y el aliento.
Saludos, SP
Gracias, Pilar. Según comenzaba a leer tu post, por un momento pensé que se había colado en el blog una forofa de una conocida empresa de comunicación; pero en seguida me quedó claro el sentido crítico de tu reflexión. Un abrazo.
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Anónim@ SP: sí que parece oportuno este poema de Miguel Hernández. Que sirva también como homenaje al poeta en su centenario. Muchas gracias por tu aportación.
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