miércoles, 11 de marzo de 2020

La fiesta de la edición

De izquierda a derecha: Javier Solana (ministro de Cultura), el Rey Juan Carlos I, Rafael Alberti, Jaime Salinas, Dámaso Alonso y Luis Rosales, la Reina Sofía, Pedro Lain Entralgo y Manuel Gala (rector de la Universidad de Alcalá), en la entrega del Premio Cervantes a Alberti en 1984.
De izquierda a derecha: Javier Solana (ministro de Cultura), el Rey Juan Carlos I,
Rafael Alberti, Jaime Salinas, Dámaso Alonso y Luis Rosales, la Reina Sofía,
Pedro Lain Entralgo y Manuel Gala (rector de la Universidad de Alcalá),
en la entrega del Premio Cervantes a Alberti en 1984. 
(En voz alta). Valiente, sorprendente y pertinente (sin sordina) me parece esta columna de Vicente Molina Foix. Resultará especialmente interesante a quienes estén leyendo (es mi caso) Cuando editar era una fiesta, el segundo “libro de memorias” de Jaime Salinas, urdido por Enric Bou a partir de la correspondencia del editor con su amigo y amante, procedimiento que ha dado lugar a algunas polémicas. Aunque sin el conocimiento de causa que Molina tiene —de hecho comparece varias veces en la obra, y no siempre, me parece, con su mejor perfil—, comparto su opinión final: un libro oportuno y una fiesta para todo lector que, en mayor o menor grado, se sienta concernido por la historia editorial y cultural española del último medio siglo, y de forma muy especial en las tres décadas finales del anterior. Por lo demás, el artículo se inicia con una muy tajante afirmación —o profesión de fe—que, más que exagerada, me ha resultado llamativa. Que santa Emily no me lo tenga en Dickinson.

La metamorfosis

La imagen puede contener: flor, planta, exterior y naturaleza
© Edgar Feliz: Margarita en blanco y negro
Al despertar aquella mañana, Gregorio Samsa abrió el balcón y se dio cuenta de que el sol volvía a tener la forma de una margarita.
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martes, 10 de marzo de 2020

La peste

No hay ninguna descripción de la foto disponible.
Antonio Saura: Brigitte Bardot, 1959. Museo de Arte Abstracto Español.
Fundación Juan March, Cuenca. Foto AJR, 2020.
Había sido tal vez el mamífero más hermoso y sensual que pisó en mucho tiempo la Tierra y, sin embargo, bastaron unos pocos minutos bajo el ojo disparado de un artista, aumentado y percutido por una muy peculiar imaginación, para que aquella criatura doBlemente Bellísima dejara traslucir su hosca, confusa, terrible y bestial naturaleza. Tras experiencias así, es muy difícil asombrarse ante nada.
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lunes, 9 de marzo de 2020

Jaque mate

La imagen puede contener: una o varias personas y exterior
Bengt Ekerotz, como La Muerte, y Max von Sydow, en el papel del caballero cruxado Antonius Block,
en una escena muy conocida de El séptimo sello (1957), de Ingmar Bergman

Jaque mate. Negras ganan. No cabía esperar otro desenlace. 
Pero tampoco podemos dejar de jugar.

Regreso a Maiversnon


Arrímate a la rima, mamoncillo,

que la rima calienta como hoguera
ancestral de la tribu. Y no cualquiera
sabe hacer fuego así. Un estribillo

es un buen combustible. Y, en el brillo
de un espejo bien puesto, la frontera
entre viejos países queda fuera
del marco. Dale luego al molinillo

que muele las palabras con soltura
y con tino las mezcla y con cautela
por no perder de vista su gobierno.

Igual que ese gazapo que a la hura
donde nació y mamó su cantinela
siempre vuelve, así tú a este infierno.

(Ya te dije que el fuego de esta lumbre
es mucho más que una mera costumbre).

sispilacopA 3002

No hay ninguna descripción de la foto disponible.

Estaba en la puerta de Tannhäuser, cuando abrió el séptimo sello y en su terminal flotante y ante sus ojos secundarios se fue iluminando la imagen y bajo ella pudo descifrar, no sin dificultad, una leyenda que le costó trabajo comprender: «Funcionarios chinos viajan a través de la nieve para visitar aldeas remotas e informar sobre el coronavirus (A RAN/EFE)». Los caracteres finales lo tenían desconcertado.
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domingo, 8 de marzo de 2020

Bill Viola en Telefonica


(Visiones en voz alta). Lo de Bill Viola ("el del ojo en vilo") en el Espacio Fundación Telefónica (Fuencarral, 3, Madrid) vuelve a ser otra prueba de que el arte reside —sobre todo— en nuestra mente. Hay tanto que contar que lo mejor será dejarlo todo en una invitación en clave: vayan, infórmense como mejor puedan, asimilen cuantas historias les salgan al paso, respiren hondo y cuenten sus impulsos, y después, sala a sala, sorteando cabezas y brillos de pantallas, entre los dolientes, los cuatro elementos sincrónicos, los prodigios y espejismos del desierto con los cuerpos encontrados, el entrefilo de las dos mitades cortadas del ojo invisible de la luna —muy difícil de ver: si lo logran, lo entenderán todo—, las tres edades y su huida inexorable, la sed infinita en el estrecho margen que va del nacimiento al vuelo, o la mirada final del narcisista en los añicos del espejo..., tras esos 60, 70, incluso hasta 90 minutos, salgan de nuevo a la calle Fuencarral, recórranla a buen paso, viren hacia Hortaleza y acérquense a la iglesia-refugio de San Antón. Entren. Concéntrese. Observen. Reflexionen. Vivan. El arte marca urgencias tan relacionadas entre sí que, de continuo, nos muestra cuál es la cadena verdadera de la vida, tal vez el único indicio razonado e irracional que vuelve soportable este inmenso, bellísimo y brutal valle de lágrimas. Y déjense inundar por la finísima lluvia de invisibles neutrinos. Al fin y al cabo, no podemos hacer otra cosa. Y no en vano la exposición se titula «Espejos de lo invisible».