jueves, 1 de febrero de 2018

Liaisons...

Claude Lanzmann frente a Jean-Paul Sartre y Simone de Beauvoir, París años sesenta.
ARCHIVO BETTMANN
(Lecturas en voz alta, 📖49). Como desconocía o había olvidado la relación entre Claude Lanzmann y Simone de Beauvoir, la noticia de la posible publicación de la correspondencia amorosa entre ambos (de ella a él) me ha pillado por completo de sorpresa. Y al tiempo que ha conectado referencias en mi cerebro (¿es así como se rejuvenecen las neuronas a partir de cierta edad?), también ha excitado al ser más cotilla que realmente curioso que, en mayor o menor grado, todos llevamos dentro, y al que, quienes tenemos tendencias algo fetichistas y sobre todo fácilmente mitificadoras, solemos rendir culto sin miedo, aunque sea bajo la excusa —muy razonable— de nuestro interés por la vida cultural.
La verdad es que suelen ser muy gratificantes estos conocimientos de intimidades de personas a las que admiramos por otros motivos. Y no pocas veces nos proporcionan claves que, sin ser definitivas, sí aportan perspectivas no sólo enriquecedoras para comprender mejor sus creaciones, sino sobre todo para entenderlas de una manera más cercana, con una aproximación que, en el fondo, nos permite disolver, siquiera por una fracción de realidad imaginada, la inmensa distancia que, si bien se mira, siempre se extiende entre dos seres humanos, por muy compenetrados —y hasta interpeneentrados— que se encuentren. El abismo son los otros.
Reportajes como estos, acaso no muy diferentes (salvo por su valor cualitativo) a las chismosas y permanentes tertulias televisivas, invitan a profundizar en ese misterio que siempre es la vida ajena —también la propia— y a calibrar desde una perspectiva, acaso más diáfana y asequible, el alcance y hasta el significado preciso de sus obras de creación.

miércoles, 31 de enero de 2018

Fuga

La imagen puede contener: cielo, árbol, exterior, agua y naturaleza
«Cielo en Eburia» ©️AJR, 2018.

Fuga (imposible más allá) del tiempo
Salir por la tangente no es salirse
del peliagudo círculo vicioso
en que nos sume, con su horror boscoso,
la geometría gris del consumirse.



Es algo más, peor, atroz: es irse
dando más cuenta de que de la fuga
que alguna vez tramamos —la tortuga
frente a Aquiles— no hay forma de evadirse.

Así, no hay más remedio que esforzarse
en sostener la luz que nos alumbra
como si fuera el sol de cada día.

Ya no hay palabras en las que sentarse
a ver pasar la vida y su penumbra
mientras nos quema el tiempo en su porfía.

El pescador (memorial)

Joaquín Sorolla: El pescador, 1904. Col. Particular.
Entre esto y lo otro y lo otro, vivió con la nobleza de la pura vida. 
Bitte biggest!
...

Autobiografía (c)

Camellos y paisaje en el desierto del Sáhara, de autor desconocido.
Siempre empieza a escribir en el desierto.

martes, 30 de enero de 2018

Isla abierta*

Edvard Munch: Pikene på broen («Las chicas en el puente»), 1902. Col. Particular.
Durante un tiempo solamente están y esperan.
...
[Este texto encierra un pequeño secreto. Es, de hecho, una verdadera “novela de (en) una línea”: está formado por las primeras y últimas palabras de Berta Isla, la última novela (2017) de Javier Marías, cuyo título también está evocado en el que encabeza estas líneas. El juego de “comprimir” una novela de ese modo —alguien podría considerarlo una especie de “cifrado cuántico” de la obra— es una vieja idea de muy sencilla realización y que a menudo da resultados sorprendentes. La emplearé de vez en cuando en esta sección cuya brevedad y concentración, junto con sus diaria exigencia, tal vez excusen y hasta requieran el empleo de determinados “trucos” cuya intención no es, naturalmente, otra que la de “aplazar la muerte”, como hace tiempo nos sugirió Juan Luis Panero. Para identificar esta peculiar procedencia, en los textos correspondientes junto al título aparecerá un asterisco. Dicho queda.]

lunes, 29 de enero de 2018

Laberinto de yoes desmedidos

Visión estereoscópica del Palacio de Cristal, Madrid
(Face to FB, 3). Hasta el presente, la imagen más cabal que tengo a mano para definir mi experiencia en Facebook es la del Laberinto de Espejos: una atracción de feria o de parque temático. Lo más grato es que, como ocurría también en los juegos de nuestra infancia, la mayoría de las veces la frecuentamos en buena compañía. O eso pretendemos.
Se lo comentaba el otro día, con palabras orales, a un amigo pintor que trabaja en la ilustración de Luces de bohemia, de modo que no tardaron en quedar reflejados en la conversación los famosos espejos delirantes (por deformación) del Callejón del Gato en los que, como es fama, se inspiró Valle —o el propio Max Estrella— para caer en la cuenta de que era esa, la imagen distorsionada o lo que él llamó esperpento, la única capaz de reflejar la verdadera naturaleza de la realidad española. Puede que la metáfora, además de mantener una total vigencia en relación con su referente casi un siglo después, sea  además extensible a este territorio virtual.
¿Como se hubiera comportado Don Ramón en estas redes? No hay que descartar que, como veo que alguna vez nos ocurre a todos, en más de una ocasión terminara trompicado y preso en un reflejo equívoco o tratando de salir por un rincón imposible. Esto último, las falsas salidas, me parece que es lo más peligroso de este Dédalo del siglo XXI. De hecho, uno se cruza a menudo —bueno, de cuando en cuando, para no exagerar— con Ícaros e Ícaras que, con las alas ardidas y el seso desplumado, parecen vagar sin rumbo entre las ruinas de una ciudad siniestra.

En otras ocasiones, la red nos muestra síntomas que revelan un daño acaso ya irreversible en sensibilidades que antes de ellas parecían capaces de mantener el tipo y la coherencia, si bien, tras horas y horas de uso yó(n)quico, ya han perdido el sentido de cualquier realidad que no sea la de verse reflejadas en los espejos de una tan abultada como inane conciencia de sí mismos. O de sí mimos, que el gesto paralizado en un raro estupor no suele ser ajeno a la desenvoltura de estos prendas.
Y que levante la mano —la no amputada— quien no haya sentido alguna vez flotando en derredor la sospecha de si no será aquella ruina o esta pantomima el destino que nos aguarda a todos.

El consejo

Claudio Monet: Marea baja en Pourville, 1882.
«No tengas miedo —le digo—, las palabras no se acaban nunca. Sólo se oscurecen. Son soles».
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