Encuentro el primer envite de este «dado» en el artículo que Manuel Vicent dedica a Sílvia Pérez Cruz en la contraportada de El País. He visto desarrollada en este texto, con la brillantez habitual del escritor levantino, una idea o intuición que me acompaña desde la primera vez que oí cantar a la artista catalano-gallega: en la actitud de esta mujer puede que esté latiendo la solución a los conflictos patrióticos que con frecuencia han ensombrecido la convivencia en tierras ibéricas, y a los que tanto cuesta encontrar remedio. La identificación que Vicent hace entre la fuente de la voz de la cantante y el lugar «donde nacen todas las patrias» puede parecer una metáfora demasiado sutil o incluso rebuscada. Pero basta escuchar con atención a Sílvia Pérez Cruz en una cualquiera de sus actuaciones (por ejemplo en esta, casi improvisada, con su padre) para comprender lo atinado y revelador de esas palabras. Tal vez porque, a fin de cuentas, la verdadera patria no es más que el recuerdo de un temblor y de la emoción que lo produjo.
El escritor Toni Montesinos ha tenido la deferencia de incluirme en la serie de «entrevistas capotianas» que viene publicando en su blog. Ha sido un placer participar en el juego. El resultado puede leerse aquí.
Ningún momento es bueno para recibir la visita de la Vieja Dama. Pero tiene cierta lógica narrativa que Víctor Mora, el creador del Capitán Trueno y otros muchos personajes que llenaron de felicidad y sueños épicos tantas horas de nuestra infancia (y no sólo), haya emprendido su último viaje en pleno mes de agosto. Al fin y al cabo, este es el tiempo en el que, en algún rincón del espacio intemporal, estamos todos entretenidos con las aventuras de sus creaciones, y él puede largarse casi de puntillas, quién sabe si camuflado como polizón en alguno de esos barcos en los que el caballero cruzado y sus amigos viajaban siguiendo los rumbos de nuestra imaginación. Y a bordo de los cuales, en más de una aventura, si no me falla la memoria, surcamos junto a ellos las aguas en dirección al país de Thule, la patria de Sigrid, la rubia vikinga novia del capitán. Ella, junto con el forzudo Goliath y el avispado Crispín, componían un grupo que, sin exagerar, bien puede considerarse que formaba parte de nuestra familia. O, mejor aún, de nuestra pandilla, pues eran personajes que, en mayor o menor grado, todos compartíamos.
El Capitán Trueno, encarnación hispana del Príncipe Valiente, no fue mi héroe favorito de los tebeos, condición que, como ya he contado aquí alguna vez, correspondía a Tamar, una variante de Tarzán. Pero no creo equivocarme si afirmo que, ya desde su nacimiento, en 1956, y mucho más a lo largo de al menos las dos décadas siguientes, fue un personaje aparte, el paladín por excelencia de toda la tropa garabateada que coleccionábamos con esfuerzo y leíamos con fruición.
Andando el tiempo, cuando ya habíamos dejado de seguir sus aventuras, bien avanzados los años setenta, el personaje regresó como héroe del rock urbano, en aquel tema que le dedicaron los chicos de Asfalto (ver video abajo) y que, entre otras canciones de época, formó parte importante de la banda sonora de nuestra juventud. Y, en mi caso, además, de quince meses de servicio militar sufridos, entre aviones de combate y brigadas de raras aficiones, en las inhóspitas llanuras de Albacete (hace solo unos días, curiosamente, volví por allí para comprobar que me he olvidado casi por completo de aquella "aventura"). Esa circunstancia justifica que pueda decir, con toda propiedad y dándole un nuevo uso al viejo chiste, que hice la mili con el Capitán Trueno.
En estos últimos años los retornos de las creaciones de Víctor Mora han sido frecuentes. Todavía en la última Feria del Cómic celebrada en mayo en Barcelona se conmemoró con todos los honores el 60º cumpleaños del héroe. No consuela, pero algo alivia, comprobar que también las criaturas inmortales cumplen años,
Por desgracia (o no, que diría el Supino Rajado), los seres humanos somos perecederos. Y a Víctor Mora, del que después de grandes mixtificaciones y hasta calumnias fuimos conociendo su verdadera e intensa vida, le ha llegado la hora. Un tuit anunciando su muerte me sorprendió esta tarde mientras estaba tratando de entender, leyendo a mis contemporáneos, cuál es el estado actual de la cuestión política, metida en una deriva --qué les voy a contar-- que ni el más capacitado de los héroes sería capaz, no ya de solucionar, sino sólo de entender.
El sentimiento que la triste noticia me produjo fue como un fogonazo de realidad en medio de los espejismos de agosto. Una vieja luz que reconocí de inmediato y bajo cuyo reflejo escribí, al hilo del comentario tuiteado por José Menéndez Zapico, @zapi, dos tuits, que ahora recupero:
@lfredojramos: Qué tristeza. Gracias por las horas felices, hace ya tanto tiempo, pero que fue ayer mismo. Buen viaje hacia Thule.
Y unos minutos después:
@lfredojramos: Ahora sí que estamos perdidos de verdad.
Y este homenaje del 6 de septiembre:
Crispín: «¡Mirad, mirad!: ahí llega Víctor».
In memoriam, Victor Mora, ya también en el lugar de los sueños.
Fotografía de Victor Mora, de autor desconocido, tomada de El Español.
Sube el nivel del mar. Sobre mis ojos, las palabras se quedan a la altura del perdido horizonte. Sopla el viento. Frente al blanco inmenso de la nada, mi alma es un barquito lleno de cerraduras. Una pequeña herrumbre, como una mancha leve, que va dejando un rastro de óxido y de sal. Apenas puedo hacerle caso al hombre que susurra a mi espalda otros nombres de los que nada sé y que se pierden, como mis ojos, en la intemperie opaca de las voces.
A MÍ LA CANÍCULA, ADONDE SED NO DA, ALUCINA CALIMA. (AJR: 4,20; 10,39; Palíndromos ilustrados, LV, LVI)
Que algunas palabras claves de estos últimos días del mes de julio puedan alinearse, sin grandes torsiones ni excesivos forzamientos, en orden semántico y en una frase reversible, ya me dirán si no tiene su punto... alucinante. Y eso por no pensar en el deslumbramiento interno de la cal (La canícula alucina cal) o en la pareja primorosa (Alucina canícula), que si bien se mira quizás sea la madre del cordero y la criatura más fresca y natural. Fosfenos producidos por el alto calor del verano, sin duda. Pero maravillas que el alma secreta de las palabras hace florecer donde menos se piensa, aunque para verlo haya que pensar. Y pasar al menos dos veces por el mismo sitio.
Fotografía: Glowing Sun, de Edicia Edijanto, tomada de aquí.
Aunque no existen pruebas concluyentes, algunos estudiosos consideran que Trigal con cuervos pudo ser el último cuadro pintado por Vincent Van Gogh, en julio de 1890, pocos días antes de que el artista, en medio del campo y al atardecer, se disparara en el pecho produciéndose la herida que le causaría la muerte (29 de julio). Cuando salía a pintar por los alrededoresde Auvers-Sur-Oise, Van Gogh solía llevar consigo un revólver que al parecer empleaba para espantar a los cuervos.
Balbuceo mi nombre entre la niebla porque no sé quién soy. ¿Esto es la vida? Un haz de luz buscando la salida entre cuerpos poblados de extrañeza.
Comienza a clarear. Con qué tibieza brota de la mañana mi alegría. Mi viejo profesor me lo decía: «Vendrá el día en que sientas la cabeza». Oh blanca @raña de hilos luminosos que vas tejiendo alrededor del mundo las voces libres de la red océana...
Salutación del optimista: asombro al sentir que la sangre es un murmullo de palabras, palabras y palabras.
Rescatado de los Arcones de la Posada
y de un viejo cofre procedente del naufragio de poesía.com.
Cuando se cumplen 200 años del nacimiento de la inolvidable criatura de Mary Shelley.
Imagen superior: Frankenstein/Hal 9000/HLC, acuarela sobre papel de Marta Szulc.
Cómo llegar a ellas
a esas vidas que comparten la tuya
no sólo aquí también en los cercanos
horizontes que se abren
detrás de las montañas y hacia el mar
y más aun y aún en los bullentes
hormigueros que aparecen sin pausa en los telediarios
o en las crónicas que lees en el periódico
o que vislumbras cual sombras
proyectadas sobre la pantalla del día
y en las demás pantallas
y cómo poder sentir sus cuerpos ciertos
en el fresco zaguán de tu conciencia
poder darles algo más que un nombre colectivo
—la humanidad, la gente, mis hermanos—
y palpitar con ellas (esas vidas)
alegrarse en sus risas
medir el peso del oprobio común
en la común condena
y sentirte en la piel la comezón
igual que una sospecha o un presagio
de que hay algo que une
la escurridiza red de seda de tus sueños
con sus sueños
y de que no es inútil la certeza
con que amas las palabras en plural.
Viajeros en Dhaka, Bangladesh, Foto AP. Tomada de aquí.
Y junto al Arco,
París bajo las ruedas,
ya todo es Triunfo.
Toujours, ma vie,
je m'en souviens autour
le Tour de France.
*****
Como cada mes de julio desde hace ya más de medio siglo (¡se dice pronto!), he seguido con atención el Tour de Francia, que hoy concluye. No ha sido, precisamente, el más apasionante. Incluso algún aficionado montaraz no ha dudado en calificarlo como el Tour más aburrido de la historia. No diría tanto, pero tampoco mucho menos. La temprana caída de Contador y su posterior abandono lo dejaron reducido a un presumible duelo entre Chris Froome y Nairo Quintana, que finalmente no tuvo lugar por incomparecencia del colombiano, al parecer mermado en su salud. Además, la etapa del Mont Ventoux, sin duda la más esperada, no pudo culminar en los cinco pelados kilómetros de la cumbre, azotada por vientos de hasta 130 km por hora. Así que nos quedamos con las ganas de conjurar tragedias del pasado y, más aún, de ver manifestarse al fantasma de Petrarca para coronar con laureles frescos el esfuerzo del ganador. En contrapartida, el caos de la llegada de esa etapa hizo posible la insólita e inédita escena de un maillot amarillo corriendo a pie en dirección a la meta, una imagen del todo inverosímil que por momentos convirtió la Grande Boucle en una variante de la triatlónica Quebrantahuesos.
Este Tour no ha carecido de instantes salvados de la murria canicular. Junto al esfuerzo notable de ciclistas ya veteranos (Cavendish, con sus cuatro triunfos, el melenudo Sagan, hábil como un zorro, Nibali, Aru, o nuestros Valverde y Purito, este último ya de despedida), ha sido notable la confirmación de ciclistas emergentes (Pantano, Bardet...) y el despuntar de algo más que jóvenes promesas (Yates, Alaphilippe, un nombre que lleva el ánimo incorporado). Todo ello, naturalmente, bajo el dominio impecable de un Froome que, a día de hoy, parece imbatible, aunque en algún momento dio muestras de estar a punto de flaquear. De los momentos felices, sin duda el más alegre fue el triunfo de Ion Izagirre, en la penúltima jornada, tras su vertiginoso descenso del col de la Joux Plane, en la etapa más vistosa de la ronda (ayer mismo). También la tristeza y la repulsa por el atentado de Niza estuvieron presente en la carretera: con buen criterio, las ruedas, como la vida, siguieron girando.
Como esta ha sido el primer Tour que he podido seguir, a salto de mata y sin suspender mis actividades laborales, con un iPhone cerca y una cuenta de Twitter,@lfredojramos,se me ocurrió la idea de tratar de resumir el clima de cada jornada en un tuit, con ritmo de coplilla de tres o seis radios. También he colgado en mi TL, y en cuasidirecto, los finales de todas las etapas, con un breve comentario. En los TuitTour, todos ellos ilustrados con imágenes tomadas en su mayoría de la retransmisión de RTVE, me propuse, a modo de obligación formal, que cada estrofa llevara incorporada la palabra «rueda», en cualquiera de sus acepciones. Pero también me he tomado la licencia de saltarme la norma cuando me ha parecido bien. Dudo que la recopilación, en su zigzagueo, consiga evocar lo que ha sido esta 103ª edición del Tour. Pero me daba pena que el esfuerzo se perdiera en las inmensas cloacas de las redes sociales. Así que he preferido trasladar la serie a la cámara frigorífica del blog, por si a alguno de los visitantes de la Posada le suscita interés.
La próxima gran cita ciclista, además de los juegos olímpicos, será la Vuelta a España, que este año dará sus primeras pedaladas junto al Sil, en una etapa que confío en poder seguir en directo.
Tal día como hoy, 23 de julio, hace ya 16 años, fallecía Carmen Martín Gaite, una de las mejores escritoras de su generación, además de mujer dulce, generosa, vitalista hasta su último aliento. Autora de una obra en la que figuran textos de gran finura crítica e inteligencia y de algunas novelas inolvidables, surgidas de una capacidad fabuladora y de un «cuarto de atrás» que en más de un aspecto son comparables –la una y el otro– a los que poseía Virgina Woolf, Martín Gaite es también la creadora de una de las mejores novelas infantiles de nuestra literatura, Caperucita en Manhattan.A ella pertenece el inolvidable personaje de Miss Lunatic, una criatura de tan prodigiosa verdad que resulta difícil no verla como un retrato de una parte importante del alma de su autora. Así la abordé en este poema, escrito a raíz de la muerte de la escritora y que ha permanecido inédito hasta que, recientemente, Hilario Barrero lo acogió con generosidad y cuidado en el número 11 de los Cuadernos de Humo, una muy selecta publicación periódica que el escritor toledano afincado en Brooklyn edita, precisamente, en Nueva York. No cabía mejor destino.
Es tal la cantidad de frases hechas que amueblan nuestro lenguaje, y nuestro pensamiento, que no necesitamos que el catálogo de Ikea nos proporcione ideas para vivir. Así, a bote pronto (¡una!) y siguiendo el orden alfabético, podemos cazar al vuelo unas cuantas, quizás alrededor de un centenar, que guardan en el tríptico de su estructura (entre sus tres solas palabras) la pepita de un poema. Basta con dejarse llevar por la literalidad, la sugerencia del momento o el ritmo interno para que brote un humillo de la lámpara y el tópico se vuelva trópico...
Abrir el melón. Acudir al quite. Aporrear la puerta. Apretarse los machos. Andar de cabeza. Armar la marimorena. Armarse de valor. Babear de gusto. Bajar los humos. Beber los vientos. Besar la lona. Brindar al sol. Buscarse la ruina. Caer de pie. Caerse del cartel.Cambiar de tercio. Cantarle las cuarenta. Capear el temporal.Ceder los trastos. Comerse el coco. Contar hasta diez. Cortarse la coleta. Cubrirse las espaldas.
Dar la puntilla. Dar la tabarra. Darse por vencido. Darse una hostia. De proporciones bíblicas. Dejar de lado. Descubrir el Mediterráneo. Dimes y diretes. Doblar la servilleta. Dudar de todo. Falto de sustancia. Feo de cojones. Fiesta de guardar. Fondo de reptiles. Frenar en seco. Fuente de problemas. Fundir los plomos. Ganarse el pan. Generar buen rollo. Golear al contrario. Griparse el motor. Guardar las formas. Hacer el primo. Hacer la faena. Helarte el corazón. Hilar muy fino. Inclinar la balanza. Irse de rositas. Joder al prójimo. Jugar con fuego. Kafkiano te veo. Kilitos de más. Kilómetros de distancia. Lamerse las heridas. Lanzarse al ruedo. Levantar a pulso. Llover sobre mojado. Marear la perdiz. Matar el gusanillo. Mentiras como puños. Mirar las musarañas. Moler a palos. Montar el número. Morder el polvo. Morir de amor. Muertos de risa. Nadar en seco. Nadie es perfecto. Negar la evidencia. Ni por esas. No pero sí. No somos nadie. Nombrar al demonio. Nunca se sabe. Obedecer al instinto. Ocultar la evidencia. Odiar el pecado. Ojos que no ven. Oler a chamusquina. Olvidar el pasado. Omitir los detalles. Otear el panorama.
Pasar por alto. Pedir la luna. Pelar la pava. Pedo de monja. Pinchar en hueso. Pisar a fondo. Poner la cama. Pulirse la pasta. Putear al prójimo. Qué cosas tienes. Qué sabe nadie. Que te den. Querer es poder. Quitarse el sombrero. Raro de cojones. Reírse de todo. Rematar la faena. Rizar el rizo. Romper el hielo. Romperse los cuernos. Ruido de fondo. Rumor de olas
Salir a hombros. Salir del armario. Salir de naja. Ser un cabestro.Ser un figura. Servir de cebo. Sine qua non. Sí pero no. ¡Silencio, se rueda! Sostener la mirada. Subir el tono. Tal para cual. Tener el cuajo. Tener mano izquierda. Tentarse la ropa. Tirarse al ruedo. Tirarse el folio. Torcer el gesto. Torear al alimón.Trastear a alguien. Trocear la tarta. Truco del almendruco. Túnel sin salida. Turno de réplica. Uncirse al carro. Untar la mano. Urdir la trama. Usar el coco. Vacilar al prójimo. Venir de lejos. Vivir de gorra. Volver al ruedo. Vuelta y vuelta. Zanjar la cuestión. Zurrar la badana.
Es curioso, además, el gran número de frases que le debemos al lenguaje taurino (las que van en redonda en la lista anterior son ya unas cuantas). Siempre me he preguntado, naturalmente en plan retórico, si el día que definitivamente se prohíba la fiesta de los toros habrá que borrar del diccionario estas y otras muchas expresiones nacidas de la tauromaquia. Una buena pregunta para un 7 de julio.
La muerte del director iraní Abbas Kiarostami, además de fragmentos de su cine que (salvo alguna excepción) me cuesta trabajo recuperar con nitidez, me trae sobre todo el recuerdo de su correspondencia visual con Víctor Erice, que pude ver en la exposición organizada por La Casa Encendida a finales de 2006. Estoy seguro de haber escrito algo al respecto, pero no tengo modo de localizarlo. Quizás fuera sólo el correo electrónico enviado a un amigo recomendándole vivamente la visita y tal vez comentándola con cierta extensión. Por fortuna, hay por la Red suficientes huellas para poder recuperar, si viene al caso, lo que en su día, tanto por su novedad como por su calidad, me pareció un hito importante de la cinematografía contemporánea. Y que hoy, pese a su relativa cercanía (¡qué son 10 añitos de nada en el espejo de una vida!), tiene ya el aura de un hecho del pasado que la extraña mezcla de recuerdos y falta de memoria convierte en algo mítico: ese tipo de sucesos por los que, sin duda ingenuamente, suponemos que nuestra vida tiene o tuvo un brillo especial. Volver a recuperar esa emoción, o intentarlo al menos (ya sabemos las sorpresas que encierran a menudo las, por otro lado imposibles, vueltas al pasado) será la mejor forma de rendir homenaje a uno de los grandes maestros del arte de mirar.
Esta línea soporta el peso muerto de la luz y se hunde hacia el fondo invisible de la página donde sólo respiran las criaturas más fuertes de la imaginación.
José Pulido en el homenaje de Navalsauz, sobre Luz azul.
OÍR A DARÍO
OÍR ESE RÍO
OIRÁ: ¡DARÍO!
OÍR A DARIO O IR A DARÍO
OÍR A DADÁ. ¡DA DARÍO!
OÍR AMÉ OPIO. OÍ POEMARIO
OÍR A CISNES EN SICARIO
OÍR A TI LOS SÁBADOS O DABAS SOLITARIO
OÍR AÍDA A DIARIO
OÍR: ADORNO HONRÓ DARÍO
OÍR: BÉSAME MÁS EBRIO
¡OÍR A
DARÍO ACÁ, PASA, PACA: OÍR A DARÍO!
***
Hoy, sábado 2 de julio, se celebra el Día Internacional del Palíndromo, una iniciativa de la que me informan desde el Movimiento REVER. Como 2016 es también el año del centenario de la muerte de Rubén Darío, me ha parecido oportuno unir ambas efemérides con este homenaje, esbozo de poema compuesto a partir del conocido reversible inicial, creado por Darío Lancini, y que en su línea final también lo es a Francisca Sánchez, la mujer en la que Darío encontró amor y entrega. Precisamente, en torno al recuerdo de ambos nos reunimos hace unos días un grupo de amigos y admiradores en la aldea abulense de Navalsauz, el lugar de nacimiento de «la princesa Paca». En ese acto, como muestra parcialmente la imagen superior, alguien tuvo la buena idea de componer con la flor del piorno una hermosa LUZ AZUL, que lucía espléndida bajo la claridad de Gredos.
Leo en el suplemento literario de El País (18.06.16)estas declaraciones del escritor argentino César Aira, entrevistado por Javier Rodríguez Marcos.
–¿Escribe a mano?
–No solo a mano sino dibujando. He llegado a cierto fanatismo en eso. Cuando veo en la pantalla [a la hora de pasar al ordenador (la computadora) lo escrito] una palabra que quiero cambiar, la sustituyo también en el cuadernito. [...] –Parece tenerle un gran respeto a la literatura, pero su obra parece una broma enorme.
–No lo veo contradictorio. Siempre pensé que a cierta edad lo mío sería la elegante melancolía. Hago todo lo posible, pero lo que escribo no me sale ni elegante ni melancólico. Me sale el juego. Tengo una veta infantil fuerte. Si tuviera que definirme diría que escribo libros infantiles para adultos, juguetes literarios para adultos que hayan leído a Lautréamont...
La entrevista sigue con declaraciones no menos interesantes. Mucho antes de llegar al final me hago el propósito firme de remediar una carencia que, además de perniciosa, me parece casi inverosímil: ¿cómo he podido zafarme hasta el presente de la necesidad de leer a César Aira?
Salir del sueño por el pasadizo
que lleva al día con su senda extraña,
medir el paso azul del sol de españa
como el que mide el curso de un hechizo.
Y apurarlo en el vaso el bebedizo
de la luz fresca y ver cómo se baña
en transparencias la sustancia huraña
del cuerpo al despertar, tan huidizo.
Crece la realidad cuando, aún brumoso,
cruzo la casa y busco el excusado
rincón donde la vida a fluir empieza.
Frente al espejo hay ojos al acoso
de un viejo conocido, algo asombrado
de que haya luz y agua en una pieza.
noble impulso geométrico que le inventa al espacio lugares imposibles un rectángulo enorme cruzado por la magia de una esfera ligera como el alma de un niño
músculos adiestrados para que las neuronas de la imaginación puedan llegar más ágiles a idear la parábola del cuerpo luminoso
vieja fascinación de la pelota que va y viene y va y siempre vuelve cargada con las alas del aire
misteriosa promesa que aún mantiene su corazón de trapo por más que sean de oro y piedras florentinas los humos que la impulsan y conserve en su vuelo el viejo don tribal de las adormideras y otras sublimaciones
agua sin trascendencia rito lúdrico que siempre sacrifica su corazón al dios de las inmediaciones con su pequeña histeria tan oportuna para calmar ansias mayores
reducto de la gracia soñada o presentida pasión que engendra bestias de carga y desafueros de forofos cegados por la bilis solemne y coartada tan útil de otras mercaderías
pero al fin juego puro sueño puro pura imaginación y deporte sublime si lo animan la afinada belleza del espacio bailable sacado de la nada la ilusión que perdura más allá de sí misma y esa fuerza de grupo o espíritu Del Bosque que prescinde de todas las palabras vacías para hacer de la calma y del entendimiento y hasta de la envidiable carencia de glamour el método seguro pero provisional con que llegar al centro de ese azar favorable en que consiste al fin toda victoria aunque algunas parezcan que han sido modeladas por el sueño de un pueblo cansado de soñar.
Fútbol es sueño. Y, luego, al despertar, los dinosaurios, ay, los dinosaurios... * Esta entrada fue publicada, con el título de PostMundial, el 14 de julio de 2010, a las 22:26, con ocasión del triunfo que la selección española de fútbol, de la mano de Vicente del Bosque, obtuvo en el Mundial de Sudáfrica. Hoy, tras la justa derrota del equipo español frente al italiano y cuando los días del gran entrenador, hombre de probada sensatez y ciudadano ejemplar parecen enfilar un cambio de rumbo, creo que es oportuno rescatarla de los arcones de la Posada. Junto a las lógicas, fundadas y asumibles críticas al papel del entrenador, produce algo más que un profundo malestar el vuelo bajo de algunas bandadas de cuervos que se aprestan a convertir en carroña vomitiva de su propia cosecha lo que quizás no hace mucho era pura coba gratuita. No es nada nuevo, pero causa una gran murria constatar que el vicio de la ingratitud y el don del oportunismo siguen estando tan arraigados entre nosotros.
Al llegar un nuevo Bloomsday, efemérides que cumple años al mismo ritmo que quien sueña estas líneas, quiero acordarme especialmente de ti, que al final del Ulises pensaste no sé si las páginas más legibles de toda la obra pero sí las que más veces se han leído, quizás porque contienen una mayor capacidad de emoción confiable y quién sabe si el poder de clausurar el abismo que existe entre la vida y la escritura, hasta el punto de hacernos creer que es posible (aunque no lo sea) atrapar y reproducir el curso del libre pensamiento y seguir el zigzag de la conciencia en su corriente. Laureles parecidos ya habían sido cortados antes de que a ti te diera por pensar en voz alta. Pero créeme si te digo que nunca nadie lo había hecho con tanta frescura y en todos los sentidos. No me negarás que en ese tu poder de evocación libérrima se pone de manifiesto el temperamento mediterráneo que sin duda tenías, aunque solo fuera por la fuerza de la veta judía de tu sangre materna y el inevitable contagio de los días de infancia en Gibraltar. Ah, la Roca, esa dimensión íntima del cuerpo geográfico, la última colonia perdida en el culo de esta Europa que hoy parece más raptada que nunca, el faro que permite entrever las costas africanas tras la brumosa raya del lugar exacto donde se juntan las aguas, el sueño y la vigilia, en el mar, el mar carmesí. Cuánto no le deberás a esa idea de ti misma que hizo crecer a aquella muchachita que en tiempos de penuria (mas cuáles no lo son) fantaseaba con viajes interminables alrededor del mundo, con amaneceres en lugares insólitos y con el sabor de la sal sobre la piel. No hay forma de decirte, para que me entiendas, las impresiones que se anudan al hilo de tus palabras tan carnales en espacios donde solo somos el eco que se alza ante los ojos de un desconocido en un lugar remoto en un tiempo indiferente. Un revuelo de telas entre sombras y espacios calcinados: a eso suenan tus palabras, Molly Bloom. Se me ocurre pensar que todas y cada una de tus frases son puertas giratorias: creemos que nos llevan en una dirección, pero la sugerencia de salir en otro sitio, que puede parecer el mismo de la entrada aunque será siempre otro, es tan fuerte que una vez tras otra estamos a punto de vislumbrar lo que finalmente, para darnos la razón y no perderla, identificamos como un subrayado de lo que en el mundo sigue resultando visible y compartido, aunque sepamos que la realidad es ese tejido que, como hacía Penélope (tu irónico o sarcástico modelo), se teje y se desteje según el espíritu de la hora y la fuerza del juego sentimental que una vez tras otra y de nuevo otra vez está a punto de hacernos creer en algo nuevo. Gracias, Molly, por enseñarnos que la monotonía es una vena que nunca deja de conducir sangre. Que los cuerpos se sueñan. Que al final, entre las más ocultas de nuestras pulsiones y en los recovecos de la imagen abolida de tanta inconsistencia, está sonando, como un rayo de luz que se cuela por la ventana mal cerrada de la desolación, el latido de la única sílaba que puede, si acaso, darle sentido a la miseria de nuestra condición y a esta cadena inhóspita de palabras que ahora ya se adentran en la misma espesura que nos ampara a todos: sí dije sí quiero Sí.
Imagen superior: Escena del Bloosmday de 2004.
AP Photo /John Cogill. Rescatada de Los Arcones de la Posada. Primera publicación: 16/06/2012; a las 00:00 hora de verano de Europa Central.
Rincón de Cuevas Bajas, Málaga.
Fotografía de autor no identificado, tomada de aquí.
En otro sueño me he visto bajando por esa calle, mirando hacia ese cielo, entrando por esa puerta. En algún lugar de mi memoria estoy dentro de esa casa y espero a alguien. Cuando caiga la noche volverá a llover.
Hay palabras de la jerga familiar o tribal que no tienen rival a la hora de poner nombre a ciertas realidades. Quizás porque, en lo que se nos alcanza, la primera vez que entendimos el significado pleno de esa palabra coincidió también con la novedad de una sensación, o una experiencia, sentida y experimentada por primera vez. Es lo que en estos días de la primera canícula del año me ocurre con la palabra cachurreiro, un término de indiscutible filiación gallega, aunque no lo he encontrado en ningún diccionario al uso, ni en varios repertorios de hablas coloquiales, tal vez porque esté acuñado en los moldes del barallete u otra jerga gremial. Pero es la palabra que le oía a mi abuela y, de forma especial, a mi tía y madrina Camila para designar el alto calor del mediodía en los veranos gallegos de mi infancia: «¿Cómo vas sair ahora, fillo, co cachurreiro que fai?», decía mi abuela. O: «Eso é, non tendes outra cousa que ir ata Cimadevila a estas hora, baixo este cachurreiro...», me advertía en ocasiones, con su inequívoco gesto disuasorio, mi madrina. La palabra llega cada año a mi cabeza con el primer sudor serio del verano.
(AJR: 3:13;Palíndromos ilustrados, LII) En lo que se me alcanza, ni el verbo rovarni, menos aún, el verbo rovafar tienen más consistencia semántica que la puramente sugeridora de sus grafías y fonemas. Pero la realidad es a veces tan envidiosa de la imaginación que acaba engendrando lo que parece imposible. Tiempo al tiempo. Foto: EFE
No se aprenden lecciones. De la vida,
y de eso que se llama `la vida´ aunque no sea
más que un puro existir sin nada a cambio,
sólo se saca en claro lo que vivo,
en pleno uso de su vida propia,
salta en el aire y viene a nuestro encuentro,
siempre sin prevención, sin ser notado,
y lo ilumina todo. Y todo canta.
Vida es luz. Lo más raro
es que sólo lo sepas en la sombra.