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Metro de Alfonso XIII, Madrid. |
Este mediodía, al salir con la perra Cleo a dar una paseo antes de comer, me ha dado un vuelco el corazón al descubrir a Nostra al pie de la escalera del metro de Alfonso XIII, muy malamente vestido y —de ahí el susto morrocotudo— en clara actitud de mendigar. A ver, no es que tenga yo nada en contra de una ocupación tan digna como cualquier otra y a la que, tal como a veces se enmarañan las cosas, no hay que descartar por completo como futurible en ningún horizonte vital, salvo en el de algunos mangantes y otros eméritos; pero ver su ejercicio puro y duro en alguien de tanta solera y tanto fundamento como el profeta de la Prospe me ha parecido demasiado p’al body, que se decía antes. La situación era tan embarazosa, que tentado he estado de hacerme el longuis y escurrir el bulto. Pero como Cleo ha debido de olfatear a quien siempre la trata bien e incluso le da alguna golosina, ha empezado a tirar de la correa en dirección a él y, cuando me he querido dar cuenta, ya estábamos los dos frente a frente.
—¡Halá, colega, tú por acá!
—Hey, Nostra ¡qué sorpresa!
—Ya te veo, parece que te hubieras encontrado a un fantasma.
—Hombre, no esperaba…
—¿Verme así, pordioseando?
—Podías haberme avisado…
Nostra ha guardado sus artilugios de pedir, me ha cogido del brazo y, tirando de mí y yo de Cleo, hemos ido los tres hacia una esquina. Allí me ha hablado en plan confidencial.
—Esto no es lo que te estás pensando, zanguango.
—¡Ah, no?
—En realidad, estoy trabajando. Hago un reportaje para el periódico del barrio.
—Ah, ¿y eso?
—La pobreza por dentro, a ver cómo se vive, cómo reacciona la gente…
—Un experimento, cómo si dijéramos.
—Algo así, vivencias en primera persona.
—¡Nuevo periodismo, ya te digo!
—Bueno, algo de eso hay. Y de la blanca memoria de Tom Wolfe…
No sé si he contado aquí ya que Nostra, antes de trabajar en la Editora Nacional, o quizás en la misma época, hizo estudios o al menos frecuentó la escuela de Periodismo, y de entonces conserva algunas querencias de las que no es fácil oírle hablar, aunque no pierdo la esperanza de que algún día se suelte el pelo. Seguro que tiene en el zurrón experiencias memorables.
—Bueno, majete, os voy a tener que dejar. Que se me hace tarde. Y hoy, además, estoy de luto.
—¿Y eso?
—Es que se ha vuelto a morir Belerofontes y anda por ahí Pegaso hecho un mar de lágrimas.
Salidas de Nostra. No me extraña que en el barrio lo tomen por loco.
(LUN, 397 ~ «La cosas de Nostra»)