En el ensueño de los días sucesivos se había dado cuenta de la rareza del aire y del peso de las sombras decrecientes, también había advertido los aunque diminutos ya visibles brotes primeros de la posible Primavera, y hasta una casi milagrosa —si creyera en los milagros— sensación de retorno real de ciertas gracias juveniles contribuía a iluminar los cangilones neuronales, cuando hete aquí que, como salido de una lámina decimonónica que algún antepasado suyo hubiera utilizado como carta postal para dar cuenta de sus hazañas en Cuba (¿en Cuba has dicho?), en todos los cielos del planeta apareció la inconfundible, flotante, indescifrable figura del globo. ¿De qué sería señal? ¿Traería consigo algo inesperado? Que se sepa, nunca los efectos preceden a las causas, salvo cuando las causas ya han ocurrido y en su repetición vienen a ser —oh cavilación inquieta de las cavernas del sentido— poco más o menos que la prolongación de los efectos. Habría que ver.
(LUN, 480)