EL DESTINO DE LA LITERATURA VISTO DESDE EL ACANTILADO*
El destino de la literatura, junto con lo que Europa debe al Islam en España, puede que esté recogido en aquellos cuadernos de un mamífero —nunca supe cuáles eran aquellos ni cuál éste— que aparecían repletos de ilustraciones de Cézanne y otras pinturas metafísicas, hasta el punto de convertirse en una especie de relato soñado por cualquier escritor dispuesto a desentrañar el misterio de la carretera de Sintra. La polimorfa presencia de la carne, la muerte y el diablo en la literatura romántica es un asunto que prolonga el creciente interés por Dante y su obra: de hecho, además de servir para escudriñar en las ediciones de sus libros (pásense por la pequeña exposición de la Biblioteca Nacional de Madrid, si no me creen) hace que recuperemos la admiración por el afilador de cuchillos, ese superviviente al que no puede pedírsele que transmute su oficio en un poema de poesía silenciosa, o una pintura que habla, igual que cuando Braudel por Braudel, alzado sobre las doce sillas, se ponía a abrir el libro de la poesía reunida y, como si fuera un profeta de los buenos sentimientos, dejaba caer su pronóstico: «El año que viene volverá tu padre».