Y cuando la juventud nos sonreía
salíamos del ritmo tan marcado de la noche
forzando algunas puertas falsas
y a veces en los bares
quedaba abandonada
una sombra o el relevo
que no podíamos ver
de costumbres tan de pronto abolidas
que no sabíamos cómo
reemplazarlas
ni qué hacer con los juegos
de amores compartidos
ni tampoco con aquellas sensaciones
que llegaban cabalgando en el humo
y eran la prueba misma
de que había un error de fondo
en los principios primeros de la ley
y tal vez una larga cadencia corrompida
en los alrededores de la gracia
allí donde el misterio se revelaba
más que falso incapaz
de contener
los círculos concéntricos
que la inocencia como una desvalida
prueba de la noche a solas
trazaba sobre el cerco de la luz
en los antros de aire irrespirable
y belleza convulsa
mientras las puertas
del deseo
con su hojas batientes
dirigían con ritmo bien marcado
el rumbo y la frontera
de nuestros pasos
a los oasis
del sur de la ciudad
y ahora de todo aquello
que tal vez no fue así
o quién lo sabe
solo queda la música.
(«Hojas sueltas del lunes», 83 ~ “La noche sin excusa”)