A la memoria de mi padre, Antonio Ramos Ramos, que murió al atardecer de tal día como hoy hace 19 años. Anteayer, leyendo el recuerdo de otro hijo a su padre (Javier Reverte, también ya fallecido), recuperé una expresión que se me había desdibujado: “tunante”. Mi padre la empleaba a menudo, siempre con un asomo pícaro e ingenuo en su mirada, quizás con la complicidad de niño grande y algo desvalido que tuvo toda su vida y con su infinita capacidad de ternura, sentimiento y lealtad. Tantos años después, lo sigo echando mucho de menos, aunque cada vez lo siento más cerca. Qué rara es la vida.
El caminante
Pai Antón llegó a la encrucijada y probó con las llaves antiguas: ninguna parecía servir. Recordó entonces que en el bolsillo del sabitelo, una especie de guardapolvos que utilizaba en casa, tenía guardado el papel que le diera su madre, Nai Manoela, para casos difíciles. Y, en efecto, allí estaban las palabras cabales del viejo barallete que, como a O’Ladino y su Séseme, le sirvieron para abrir la puerta santa. Así pudo pasar al otro lado y continuar la ruta.
(NUL, 513 ~ A mi padre, 1914-2002, 6 feb, 2020)