lunes, 6 de julio de 2020
Morricone, adiós
(Al filo de los días). En efecto, la muerte tenía un precio: el de la vida. Descanse en paz Ennio Morricone. Gracias por tanta belleza.
Trikiklos (0)
Añadir leyenda |
(Trikiklos, 0)
Aviso: van
flechas, venablos, lanzas...
chuzos de punta.
Cosas que ocurren:
ráfagas de recuerdos,
barrabás, hadas...
Igual que aquellas
para el verano bicis,
estos triciclos.
También sudokus:
mensajes de escondidos
cabezas rompe.
Monto un triciclo
—tíldelo con humor—:
antes un asno.
Julio y agosto:
lo (in)transcendente dentro
por el calor.
sábado, 4 de julio de 2020
Adiós a Joaquín Marco
Joquín Marco, en su casa de Barcelon. Foto: Mª Ángeles Torres/La Razón. |
viernes, 3 de julio de 2020
NUL: Recuento
Ilustración ©️Javier Serrano: «No somos ángeles», 2020. |
Recuento y fin del cuento
«Me he enterado, oh astuto lector, de que pasas tus noches, además de entregado a esos juegos que tú sabes, rebuscando entre luces, pantallas y papeles muestras buenas de aquel viejo placer que desde niño encuentras en seguirles el rastro a mil y una palabras enfiladas en cuentos y ejemplares relatos o facecias, con trasuntos más o menos felices y obstinados de las innumerables aventuras que le es dado vivir a la criatura humana, en general, a poco que, incluso sin moverse de su propio rincón bajo la luna, se deje tentar y fascinar por el vuelo de la imaginación y ponga en el seguimiento de las maravillosas historias que por todas partes tienden sus hilos de seda una atención de intensidad comparable al menos a su desconfianza...»
Cuando el manuscrito llegó a mis manos, en los últimos día del mes de agosto de 2017, no era consciente de lo que me iba a encontrar en él. Y eso que ya desde sus primeras páginas —de las que acabo de reproducir el primer párrafo— el asunto parecía transparente. Pero entre que la escritura no era siempre asequible y el vasto códice tenía páginas muy dañadas, no parecía sensato augurar un uso provechoso. De modo que, antes de hacerme cargo del conjunto, opté por lo que en aquel confuso momento me pareció lo mejor: echarme a andar por estas pantallas cada noche e ir espigando, de aquí o allá, los fragmentos del manuscrito que me parecieran mas idóneos a fin de cumplir lo que desde el inicio, y por mención expresa del título inscrito en la primera hoja, se me impuso como máxima deseable: la continuidad diaria de la escritura (NULla dies sine linea) y el amueblado de cada noche con su “Novela de Una Línea” (NUL), fuera ésta una expresión de literal exigencia de la brevedad e incluso del más depurado y literal laconismo, o se tratara de un “tipo de relato breve de una determinada condición, naturaleza o línea”.
Como en lo recolectado se acabó imponiendo más bien la segunda acepción, me pareció razonable organizar los materiales diversos en series temáticas y en grupos más o menos homogéneos. Y así fueron surgiendo breverías protagonizadas tanto por personajes (el Invisible, el Fantasma, los Olvidados, los Desertores, los Testigos, el Farero, los Merluzos de habla absurda... ) como por espacios (laberintos, playas, caminos, paisajes) o por agrupaciones más bien tópicas como el Zodiaco, las letras del Alfabeto, los Pecados capitales (Saligia) o el Ciclo del año, sin olvidar la atención monográfica dedicada a asuntos como el Apocalipsis, Babel, la Peste o, por último ejemplo, la dramatización de algún cuadro famoso (Hopper).
Desde el punto de vista formal, y dado que la brevedad exigía poner en juego (y literalmente) recursos especialmente expresivos, sin prescindir nunca de la perspectiva narrativa (siempre alguna retazo de historia al fondo), procuré orientar mis elecciones a la consecución de textos en los que pudiera percibirse cierta tensión lapidaria del aforismo, algún vuelo poético a través del subrayado de atrevidas metáforas presentes ya en el original y, en la parte técnicamente más elaborada, la presencia siempre impactante de la palindromía (en los micródromos y nanódromos), el poder visual y giratorio de los dados y cuadrados mágicos, o el recurso, muy tasado pero no irrelevante, a procedimientos más convencionales —aunque rara vez empleados con fines expresamente narrativos— como adivinanzas, jeroglíficos, chistes, etc. Sin menoscabar ese desorden en el interior de las frases que el autor del manuscrito se empeña en llamar “intropías”, y sin olvidar tampoco el culto que a menudo rinde a los orígenes de las palabras, en una actitud que, a falta de otro nombre mejor, una noche decidí bautizar como “etimolatrías”. Es bien sabido que, con la combinatoria adecuada y en su justa medida, el relato —como su gruesa hermana mayor, la novela— lo asimila todo.
Elemento esencial de estas NULs, elegido siempre con total intención y muy a menudo tras laboriosa búsqueda, han sido las imágenes que ilustran —o mejor dialogan con— cada texto. La mayoría de ellas son pinturas de autores muy destacados, aunque también hay dibujos, esculturas y fotografías e incluso algún grafiti o pintada no carente de valor artístico. Todas están ahí, además de por su propio peso estético, por razones tal vez no siempre palmarias ni acaso a primera vista entendibles, pero sí explicables y, en el fondo, diría que acordes con la lógica del juego. En las últimas semanas, para la serie «Las Caminatas», he tenido la gran suerte de poder contar con ilustraciones ad hoc de Javier Serrano, una colaboración que le agradezco al gran artista y generoso amigo, y a la que espero darle continuidad, fuera ya del formato de este invento, aunque prolongando el camino iniciado.
En relación con la selección de ilustraciones, haré una precisión: aunque es evidente la búsqueda de sintonía entre imagen y texto, y a veces el hallazgo de la primera ha influido en la concreción de algún detalle del segundo, he procurado mantener la autonomía entre ambos, de modo que los relatos espigados no deban su completo sentido y sus posibilidades de interpretación a la sola presencia de la imagen. No sé si eso se logra siempre.
Por lo demás, en el continuo trasiego nocturno a lo largo de estos casi tres años (han sido Mil y Una noches, en circunstancias no siempre fáciles), junto con el material objetivo de partida, he tenido muy presentes a autores a los que, además, aquí o allá, y más de una vez, he rendido explícito homenaje, a poco que el manuscrito insinuara algo en esa dirección. Son muchos, pero quiero citar como imprescindibles, además de a los dioses tutelares —Cervantes, Shakespeare, Poe, Mallarmé, Ducasse, Valle, Joyce, Pessoa, Borges, Cunqueiro, Paz, Rulfo...—, a los maestros Filloy, Cortázar, Ferlosio, Monterroso, Delibes, Goytisolo (Juan), Ríos, Vila-Matas, Bayal, Millás y Rivas, entre otros muchos, a los que agradezco y muy de veras sus ejemplos y el acicate de sus lecturas.
Pero mi completa gratitud va para todos y cada uno de los no muy numerosos pero muy selectos, sensibles e inteligentes lectoras y lectores cuya fiel generosidad a menudo ha sido el principal estímulo para culminar este proyecto que aquí llega a su NUL MIL Y UNA y por tanto a su fin. VALE.
jueves, 2 de julio de 2020
En son de Paz (y 11)
(En son de Paz, y 25). Octavio Paz mantuvo una gran lucidez y creatividad hasta poco antes de su muerte, y algunas de sus mayores contribuciones como pensador se produjeron en el último decenio de su vida, incluso después de la obtención del premio Nobel con que culminó su reconocimiento internacional como escritor. Entre sus ensayos ocupa un lugar muy destacado La llama doble (1993), un breve y esencial estudio sobre el amor, el sexo y el erotismo donde puso en orden y resumió con inusitada profundidad sus reflexiones en torno a un tema esencial de la vida, y verdadero eje sobre el que giró su obra como hombre, poeta y pensador.
Recuerdo que la lectura del libro, poco después de su publicación, me supuso completar y, en parte, conjurar el impacto que, en mis años jóvenes, me habían causado, además de dispersas lecturas escolares de Kant, Nietzsche, Freud o Reich, obras como El amor y Occidente, de Denis de Rougemont; El cuerpo del amor, de Norman O. Brown, y sobre todo, El erotismo, de Georges Bataille, autor cuyo descubrimiento fue toda una revelación en mis años mozos. Al volver ahora, veinticinco años después, a La llama doble, además de confirmar y refrescar la gran sabiduría de Paz y su extraordinario dominio de las claves interculturales referidas a los asuntos más diversos, me ha sorprendido sobremanera la pertinencia y actualidad de sus reflexiones en torno a la investigación científica en dominios como la biología, la neurología o la física. Y me ha alegrado comprobar su reclamo de la necesidad de un reencuentro de esa perspectiva con la visión propia de la filosofía y más aún de la poesía, y todo ello girando alrededor y teniendo como centro el fenómeno o nudo esencial de la conciencia: el hecho del “darse cuenta” como suceso exclusivo e insoslayable de la condición humana. Un asunto que desde la escritura de este ensayo —y en particular de lo enunciado en el penúltimo apartado del libro («Repaso: la llama doble»)— no ha hecho sino crecer y volverse más complejo, hasta convertirse en lo que probablemente sea la cuestión candente de este nuestro tiempo pandémico e inevitablemente apocalíptico.
Recomiendo vivamente la lectura de todo el libro y, de forma muy especial, del apartado mencionado, que concluye con este resumen: «... los males que aquejan a la sociedades modernas —escribe Paz— son políticos y económicos pero asimismo son morales y espirituales. Unos y otros amenazan el fundamento de nuestras sociedades: la idea de “persona humana”. Esta idea ha sido la fuente de las libertades políticas e intelectuales; asimismo, la creadora de una de las grandes invenciones humanas: el amor. La reforma política y social de las democracias liberales capitalistas debe ir acompañada de una reforma no menos urgente del pensamiento contemporáneo. Kant hizo la crítica de la razón pura y de la razón práctica; necesitamos hoy otro Kant que haga la crítica de la razón científica. El momento es propicio porque en la mayoría de las ciencias es visible, hasta donde los legos podemos advertirlo, un movimiento de autorreflexión y autocrítica, como lo muestran admirablemente los cosmólogos modernos. El diálogo entre la ciencia, la filosofía y la poesía podría ser el preludio de la reconstitución de la unidad de la cultura. El preludio también de la resurrección de la persona humana, que ha sido la piedra de fundación y el manantial de nuestra civilización».
Al final de su ensayo vuelve Paz al tema central del libro —amor y erotismo: esa llama doble— y lleva a cabo una recapitulación en la que, con extraordinaria sabiduría y osada viveza, escribe anotaciones como la siguiente: «El encuentro erótico comienza con la visión del cuerpo deseado. Vestido o desnudo, el cuerpo es una presencia: una forma que, por un instante, es todas las formas del mundo. Apenas abrazamos esa forma, dejamos de percibirla como presencia y la asimos como una materia concreta, palpable, que cabe en nuestros brazos y que, no obstante, es ilimitada. Al abrazar a la presencia, dejamos de verla y ella misma deja de ser presencia. Dispersión del cuerpo deseado: vemos sólo unos ojos que nos miran, una garganta iluminada por la luz de una lámpara y pronto vuelta a la noche, el brillo de un muslo, la sombra que desciende del ombligo al sexo. Cada uno de esos fragmentos vive por sí solo pero alude a la totalidad del cuerpo. Ese cuerpo que de pronto se ha vuelto infinito. El cuerpo de mi pareja deja de ser una forma y se convierte en una substancia informe e inmensa en la que, al mismo tiempo, me pierdo y me recobro. Nos perdemos como personas y nos recobramos como sensaciones. A medida que la sensación se hace más intensa, el cuerpo que abrazamos se hace más y más inmenso. Sensación de infinitud: perdemos cuerpo en ese cuerpo. El abrazo carnal es el apogeo del cuerpo y la pérdida del cuerpo. También es la experiencia de la pérdida de la identidad: dispersión de las formas en mil sensaciones y visiones, caída en una substancia oceánica, evaporación de la esencia. No hay forma ni presencia: hay la ola que nos mece, la cabalgata por las llanuras de la noche. Experiencia circular: se inicia por la abolición del cuerpo de la pareja, convertida en una substancia infinita que palpita, se expande, se contrae y nos encierra en las aguas primordiales; un instante después la substancia se desvanece, el cuerpo vuelve a ser cuerpo y reaparece la presencia. Solo podemos percibir a la mujer amada como forma que esconde una alteridad irreductible o como substancia que se anula y nos anula».
Sirva este texto, incluido el curioso y acaso involuntario palíndromo de sus cinco últimas palabras —tan apropiado, por vías diversas, para la noche de julio sobre la que pivota el año— como punto y aparte de un recorrido gozosamente interminable a través de una de las escrituras más luminosas, vivas y perspicaces de cuantas se han volcado en nuestra lengua.
(Acompaño esta última entrega de la sección con una foto —creo que inédita— de OctavioPaz en la intimidad de su casa de Coyoacán, en México, y con su dedicatoria en una edición de Piedra de Sol, su gran poema. Ambas llegaron a mis manos, en el año de la fecha, a través de un amigo).
La Noche Mil
Ernst Ludwig Kirchner: Bañistas en la playa (Fehmarn) (detalle), 1913. Staatlichen Museen, Nationalgalerie, Berlín. |
La Noche Mil con Elima y Luna
Al llegar la Noche Mil, y a punto de hacer recuento, cayó en la cuenta de que se encontraban en el EJE del año. Mientras se calzaba las sandalias y recogía las redes, vio salir del mar a dos criaturas esplendorosas que le hacían señas para que se acercase. Cuando se dirigía a su encuentro, fue consciente que de ese modo se iba cumplir la vieja profecía de la diosa bifronte: «A NUL ya milenario irán Elima y Luna». Y se fue hacia ellas.
...
miércoles, 1 de julio de 2020
En el Museo
Ilustración ©️Javier Serrano, 2020.
A veces me echo andar en compañía por la ciudad repleta de señuelos. Madrid es una suma escandalosa de afanes y rumores bajo el cielo más hermoso del mundo. Y están también —claro— sus museos: promesas de un viaje interminable que casi siempre emprendo de la mano de algún alma gemela..., o eso creo: pues es sabido que a menudo vivimos —todos: también tú, hipócrita lector— al socaire de más o menos nobles ilusiones. Estas caminatas, que me llevan hacia puntos diversos de la villa, son episodios naturales de una crónica en marcha y tienen la virtud de conducirme hacia territorios y experiencias donde siento que aún puedo aprender a mirar: esa lección que no se acaba nunca. Recuerdo bien las tantas veces que he traspasado los tornos del Museo del Prado («yo tenía quizá, la vez primera, pájaros de barro en los ojos») y en especial aquellas en que, gratis et amore —como suele ser lo mejor de la vida—, he podido compartir la visión y matizarla con comentarios nacidos desde dentro mismo del arte de pintar. Un privilegio. Como lo fue aquella ocasión —¿recuerdas, Javier?— en que subimos las amplias escaleras de la Casa de la Moneda para pasar unas horas, solitarios, deambulando por sus salas, seducidos por la gracia y el empeño y los juegos de manos de un pintor de ángeles, que además fue tu amigo... O, en fin, las incitaciones espontáneas, incluso intempestivas, para adentrarnos por el amplio zaguán de la calle Castelló hacia trozos de historia sensible colgados en paredes y en torno a los que siempre es fácil —incluso hasta la reconvención— enfilar un rosario de impresiones como cerezas que van saliendo una tras otra, cosecha inevitable, de la cesta del gozo, la ocurrencia, el entusiasmo, la mirada perpleja y la emoción. En suma: los privilegios de la vista. En realidad, el mejor museo de Madrid son sus calles, tan llenas de museos, y de piezas, obras y personas dignas de figurar en el mejor museo: el que cada día se inventa la amistad. |
Suscribirse a:
Entradas (Atom)