lunes, 15 de junio de 2020

Adagia andante (13)

A veces puede el poeta caer en la tentación de las muñecas rusas: creer que «el poema es un poema dentro de un poema».
También ese vértigo ayuda, aunque de vez en cuando conviene asomarse al exterior.

La vida es más extensa que el poema. A veces el poema parece que devora y regurgita todo lo que en la vida hay de vivo.
Solo está vivo lo que muere.
La lengua chispeante, el rubor de las palabras, la alegría de decir.
La poesía es la nobleza de los pueblos. Su verdadera alcurnia.
No es posible vivir sin más palabras.
¿Cuáles son las preguntas verdaderas? Ya lo sabes: quién, qué, por qué, de dónde, a dónde.
Aunque aquí ya sólo importe el cómo.
Tan sólo la vida es lo que importa.
La vida son acciones, reacciones, mecanismos, ajustes, distancias, contrapesos, sensaciones: el pozo de la mente, el agua al fondo, la roldana del pensamiento, la soga de palabras. Como un dibujo minucioso salido de la mano de Leonardo.
Un mundo puramente imaginario carecería por completo de interés.
Un mundo sin imaginación no se refleja en los espejos.
Pensamos que la vida se sienta a nuestro lado en un banco del parque cuando a lo lejos suena una campana.
No sabemos apenas qué queremos decir con las palabras. Lo decimos a falta de otra cosa. Tal vez por mera ausencia. O en un supremo esfuerzo por vivir.
Ser a la vez moderno y póstumo: puede que ahí haya una salida.
Se hacen preguntas para poder hacer preguntas. Y cuando ya no sea necesario hacer preguntas, esa será la pregunta.
Ay, esa condición de guantes reversibles en que a menudo se enfundan las ideas. Y esas ideas de ida y vuelta en que tantas veces se demoran las palabras.
La vida, la poesía: son la misma cosa, dos nombres de una sola realidad.
Y la mentira irremplazable y tal vez irrompible del sentimiento. ¿De qué otra forma podemos decirnos la verdad?
Sin olvidar los motivos de la mente, esa demente.
En mitad del silencio de la noche, una hermosa metáfora puede ser una fuente o un rastro de luz.
Se canta lo que se puede.
Para amar de verdad la poesía hay que curarse en salud.
Sentir con el cerebro es lo mismo que pensar con el corazón.
La gracia siempre está en los detalles. También el universo.
La poesía es un lazo fraternal. Hace posible el mito inalcanzable del mundo compartido.
El que quiere volar siempre encuentra alas.
La poesía es la gran invención.
Y no es verdad que todo esté inventado: es más sabio comprender que todo está por inventar.
Tal vez por eso nos gusta tanto el mundo. Aunque a veces creamos que es inhóspito y contrario.
Es muy probable que todas las mentes sean una. Pensarlo es una suerte de equilibrio.
El ritmo de los pueblos son los ritos. Los ciclos nos acogen siempre a todos.
Solo un poema hay: el de la vida.

domingo, 14 de junio de 2020

Anna Caballé

Anna Caballé.
Anna Caballé fotografiada por Vanessa Montero/ElPaís 
(En voz alta). Desde que la descubrí como autora de la biografía Francisco Umbral: el frío de una vida (2004) he procurado no perderme los libros de Anna Caballé, que ha hecho y sigue haciendo en este género un impagable trabajo de difusión, amén de aplicarse en su enseñanza universitaria y contribuir ella misma con obras de gran interés: además de sobre Umbral, sobre Carmen Laforet, Lilí Álvarez, Concepción Arenal, entre otras. En esta muy interesante entrevista —confío en que pueda accederse a ella— me ha hecho ilusión ver mencionada la biografía que Lytton Strachey dedicó a la reina Victoria y que Caballé la vincule con el magnífico enfoque narrativo de la singular serie The Crown, un punto de vista muy atinado. El dato ha sido, además, rejuvenecedor: me ha transportado a principios de los 80 del pasado milenio, último siglo, penúltima década, cuando en la colección de Grandes biografías de Salvat me ocupé, entre otras muchas, de la edición de esa obra con un placer y entusiasmo que ahora han revivido. Por cierto, esa biografía de Strachey es una obra maestra del género.

La contadora

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Sophie Gengembre Anderson: Scherezad, Segunda mitad del siglo XIX.
The New Art Gallery Walsall (Reino Unido).
Andaba Sherazade algo bocabajeada y casi descreía de que su tarea llegara a tener buen propósito, cuando se le apareció el maestro Jorge de Burgos en una nube dorada y le dejó este consuelo: «Desvarío empobrecedor el de querer escribir novelas, el de querer explayar en quinientas páginas algo que se puede formular en una sola frase». Más contenta que escribano con pluma de faisán, la contadora sintió que se renovaban sus meninges y se dispuso a encarar con frescos bríos la recta final hacia la noche mil y una.
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sábado, 13 de junio de 2020

Las buenas noches

No hay ninguna descripción de la foto disponible.
Francisco de Goya: «Dos hombres hablando», hacia 1795 (?).
Dibujo sobre papel verjurado agarbanzado, pincel, trazos de lápiz negro y aguada de tinta china. Probablemente inspirado en un dibujo de John Flaxman para ilustrar «La Divina Comedia».
Biblioteca Nacional, Madrid.
«Rehumanizar la vida —me dijo a modo de conclusión cuando ya nos despedíamos, cada uno con su máscara y unidos por una misma perplejidad— exige poner en su lugar a la muerte, asumir la finitud y acaso la extinción, sin por ello perder la alegría del carpe diem ni dejar de vivir en el presente». 
Supongo que advirtió mi gesto mitad irónico mitad escéptico. 
«No es fácil, claro —prosiguió—. Ni está claro cuál sea el mejor camino. Pero por algún sitio debe de estar». 
Y, sin más, nos fuimos. Cada uno a su nicho.
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viernes, 12 de junio de 2020

El Obelisco

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Ilustración ©️Javier Serrano, 2001
(También conocido como «El caminante inmóvil»)
Por más que fuerzo la memoria no consigo saber por qué camino llegué al interior del Obelisco, que sin duda estaba ya en la famosa película de Kubrick, en forma de monolito que le descubría a nuestro antepasado simio la perfección de la línea recta y el placer de acariciar un filo.
Y también en la cantera aquella de Egipto, no muy lejos de la ciudad líquida de Asuán, de donde al parecer salieron los más historiados y famosos de las plazas del mundo, además del obelisco inacabado, que allí se mantiene, caído y quebrado, como un ejemplar único en su especie, aunque de hecho nunca haya tenido esa condición.
Sé que han sido varios los caminos recorridos y muchos los paisajes soñados antes de poder reconocerme en este estado de alerta interior, concentrado frente a la abertura que me permite contemplar el mundo, más ensimismado que verdaderamente solitario, atento a cualquier movimiento que venga del exterior —o de mi propio corazón— y, sobre todo, dispuesto a despegar tan pronto como la cuenta atrás finalice.
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jueves, 11 de junio de 2020

En son de Paz (8)

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Octavio Paz retratado por Jonn Leffmann.
(En son de Paz, 22). En «Apariencia desnuda», un amplio ensayo sobre la obra de Marcel Duchamp considerado como una de las más perspicaces aproximaciones a la obra del gran “dinamitador” del arte moderno (publicado en 1973), Octavio Paz escribe: «El antecedente directo de Duchamp no está en la pintura sino en la poesía: Mallarmé. La obra gemela del Gran Vidrio es ‘Un coup de dés’. No es extraño: a pesar de lo que piensan los engreídos críticos de la pintura, casi siempre la poesía se adelanta y prefigura las formas que adoptarán más tarde las otras artes. La moderna beatería que rodea a la pintura y que a veces nos impide ‘verla’, no es sino idolatría por el objeto, adoración por una cosa mágica que podemos palpar y que, como las otras cosas, puede venderse y comprarse. Es la sublimación de la cosa en una civilización dedicada a producir y consumir cosas. Duchamp no padece esta ceguera supersticiosa y ha subrayado con frecuencia el origen ‘verbal’, esto es: poético, de su obra. Frente a Mallarmé no puede ser más explícito: “Una gran figura. El arte moderno debería volver a la dirección trazada por Mallarmé: ser una expresión intelectual y no meramente animal...” El parecido entre ambos artistas no proviene de que los dos muestren preocupaciones intelectuales en sus obras sino en su radicalismo: uno es el poeta y el otro el pintor de la Idea. Los dos se enfrentan a la misma dificultad: en el mundo moderno no hay ideas sino crítica. Pero ninguno de los dos se refugia en el escepticismo o en la negación. Para el poeta, el azar absorbe al absurdo; es un disparo hacia el absoluto y que, en sus cambios y combinaciones, manifiesta o proyecta al absoluto mismo. Es ese número en perpetuo movimiento que rueda desde el principio hasta el fin del poema y que se resuelve en quizá-una-constelación, inacabable ‘cuenta total en formación’. El papel que desempeña el azar en el universo de Mallarmé, lo asume el humor, la meta-ironía, en el de Duchamp. El tema del cuadro y el del poema es la crítica, la Idea que sin cesar se destruye a sí misma y sin cesar se renueva».. (fin de la cita).


Son, ya digo, palabras de 1973. ¿Qué vigencia tienen hoy, cuando la obra de Duchamp tal vez haya perdido buena parte del carácter rompedor, “tocapelotas”, que un día tuvo —aunque haya dejado una estela de imitaciones a cuál más osada hasta llegar al literal empaquetado de “mierda de artista”— y cuando la “tirada” de Mallarmé acaso ya ha sido dilapidada en los casinos de la poesía sin más riesgo que el de la comprensión o el baile frenético? No es fácil responder a ninguna pregunta sobre la actualidad de una obra que, con toda su no agotada fuerza, parece de otro tiempo. De una era en la que aún parecía posible unir mundos y recomponer fragmentos, y la capacidad de atención permitía mantener un criterio sostenido por un impulso duradero de lucidez. No es simple nostalgia de otro mundo. Es tal vez la constatación de que es este otro mundo el que, cada vez de modo más palmario, se nos vuelve intransitable.
Por lo demás, sirva el texto de Paz para subrayar otro aspecto de su poliédrica personalidad creativa: es uno de los autores no especializados que con mayor profundidad y amplitud de miras intelectuales ha contemplado y reflexionados sobre la pintura y las artes del cada vez más remoto sigo XX.

Viandas

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Clara Peeters: Mesa con mantel, salero, taza dorada, pastel, jarra, plato de porcelana 
con aceitunas y aves asadas, hacia 1611. Museo del Prado, Madrid.
No fue, por fortuna, su última cena, pero muchos años después aún paladeaba las palabras que podía leer gracias a una nota despistada en su celular y en la que, bajo el encabezado de «Arte y solera» y sin ningún comentario adicional, figuraba anotado un menú para dos compuesto por ceviche de atún con chile y cebollita morada, carpaccio de ternera con vinagreta de mostaza sembrado de virutas de foie, corvina con puré de apionabo, pesto y pamplinas, cremoso de queso con frutos rojos, y cuajada de limón con crumble de almendras y espuma de yogur. Lo que no recordaba era si las viandas habían estado a la altura de la prosa.
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