lunes, 11 de mayo de 2020

Adagia andante (8)


En modo alguno puede ser el poema sólo una máquina de destrucción. Aunque a veces es preciso despejar el campo de batalla. Pero el poema que sólo destruye está creando su propia condena. Nada escapa del fuego de la ira sin causa.
El poema es lo que se dice en la forma de decirlo: no hay querella alguna entre fondo y forma.

Tampoco hay problemas de género en el poema. Las palabras siempre los tienen todos, por mucho que «un poeta mira el mundo del mismo modo que un hombre mira a una mujer» (como dice Stevens en la cláusula 109, marca de época).
¿Y qué es lo que el poema tiene que decir? Si el poeta no lo sabe, quizás no haya poema. Aunque muy a menudo sea el poema la única forma de saberlo.
La naturaleza del poema no es distinta de la naturaleza del poeta. Objetos de atención ambos en un mundo donde los sujetos —pese a un nombre tan marcado— son libres
El objetivo del poema estriba más que nada en su pertinencia estética: una mirada plástica, una confirmación de lo que se adentra en nosotros a través de los sentidos.
Y desde ahí —religare: retorno al uno— es posible, factible e incluso razonable un salto hacia la religión.
Ese instinto sin fin hacia la belleza del mundo.
De nuevo regresamos —Deus non sum dignus— a las estancias de la imaginación. Dios es la gran inventio.
Por eso —me repito— todo gran poema —es decir: exigente— es un modo de oración.
Y todo es un camino imaginario para no salir nunca de la realidad.
Una realidad que no cabe en modo alguno dentro del realismo, ese abismo.
De ahí la ira de los que piden pan al pan y vino al vino y aúllan por la noche sin saberlo.
De ahí también la vigilancia sin fin de la razón. Como dijo Ducasse, le faltan a la psicología muchos progresos por hacer. Y la filosofía aún no ha muerto.
La historia sólo puede escribirse en presente continuo.
Y el poema es el alma de la historia.

Nueva fase, sigue la lucha

(En voz alta). En muchos puntos de España se inicia una nueva fase en la situación de alarma. En otras, aún tendremos que tener paciencia. Pero en ningún caso ni en ningún sitio hemos de perder de vista que la lucha sigue siendo virulenta y que continúa habiendo un grupo de compatriotas que se están jugando la vida por la salud de todos. Para ellos van todas las tardes nuestros aplausos mantenidos y a ellos se destinan los «abrazos prohibidos» que algún día podremos darles de verdad. Ánimo y gracias.

Entre colegas

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Otto Dix: Retrato de la periodista Sylvia von Harden, 1926.
Museo Nacional de Arte Moderno-Centro Georges Pompidou, Paris.
«En no pocas ocasiones —me confesó el colega al otro lado del FaceTime— me he visto obligado a hacer de negro». Iba a pedirle detalles, pero se adelantó. «Hoy, sin ir más lejos, he tenido que publicar con otro nombre unos puntos suspensivos»... No fue necesario mostrarle mi solidaridad. Aunque tentado estuve de pedirle que me regalara una tilde. Para no quedarme solo ante el peligro. Y, ya de paso, poder despedirme de forma elegante.
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domingo, 10 de mayo de 2020

El camino del sol

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Ilustración ©️Javier Serrano, 1920
Cuando era niño creía que mi casa era un castillo. Y cada día salía por su puerta más pequeña para emprender el camino hacia el colegio. Iba por un calle casi siempre en sombra —pese a su nombre—, llena de nobles edificios blasonados y de viejas casonas con amplios portalones que dejaban entrever frescos zaguanes.
El colegio era otro edificio palaciego (palos de ciego) con hermosas columnas de granito flanqueando las dos puertas de entrada sobre las que eran muy visibles sendas aldabas con forma de toro. Al lado, con porte casi catedralicio, alzaba su torre barroca la iglesia mayor de Santa María, a la que todo el mundo ha llamado siempre “La Colegial”, aunque son ya muy pocos los que recuerdan que sus clérigos fueron la causa de unas páginas muy brillantes de nuestra literatura y menos aún los que son conscientes de que en un sencillo nicho de su claustro están las mondas óseas —quizá ya sólo polvo— de un espíritu lúcido y zumbón.

Esta mole eclesial abre su gran ojo de cíclope —un rosetón de filigranas mudéjares— hacia la que llaman por imbatible nombre Plaza del Pan, lugar de viejos juegos, de muchos hechos, de no pocas imaginaciones, y acaso el sitio hacia el que más veces me veo volver en sueños, a menudo, y de forma extraña, montado a horcajadas sobre el breve pero acogedor lomo de un asno.
Y es que en el sueño pasa como en la vida o en la escritura: a menudo uno se echar andar por el mero placer de hacerlo y nunca sabe bien qué rumbo van a tomar sus pasos.
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sábado, 9 de mayo de 2020

El invisible (t)

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Messa (Francesc Sempere Fernández de Mesa): Un fantasma en el estudio, 1955.
Col. Particular.

«Veo que me miráis como si no estuviera», leyó. «¡Vaya! —se dijo—, míralo: implora la luz amortiguando sombras». Y sin salir del juego ni darle más cuerda, concluyó con lo primero que había pensado, algo a mitad de camino entre la conjetura y la perplejidad: «A ver si el invisible va ser en realidad un fantasma...»
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viernes, 8 de mayo de 2020

Virus a la vista



(Al hilo de los días). Un viejo refrán sostiene que «el miedo guarda la viña». Nunca parece razonable ni justificable recurrir a esa emoción primaria para alcanzar ningún fin. Pero si alguna situación puede excusarlo, tal vez estemos ahora de lleno en una de ellas. Y al borde de un precipicio. Tómense esto bajo la especie de simulación realista que se muestra en el enlace: así veríamos el mundo de ahí fuera si lleváramos un gran microscopio de efecto túnel en cada ojo. Incluso, me dice alguien, es una visión “edulcorada”: habría que ver el paisaje interior de muchos cuerpos. Por no hablar de las mentes...

Residuos nucleares

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Creación de Sara Joncas para el David Lynch Tribute Art, organizado por Spoke NYC
con motivo del estreno de la III temporada de Twin Peaks, en abril de 2017.
Le gustaría saber a qué puede deberse el hecho de que esta mañana, sin nada en apariencia que lo explique —¿tal vez una ráfaga de música imprecisa?— y con la viscosidad de un plástico duro, al despertar le asaltó una pregunta: ¿quién mató a Laura Palmer?
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