jueves, 13 de febrero de 2020

La voluntad

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Alberto Giacometti: «Hombre que camina I» (“Homme qui marche I”), 1960.
 Fondation Giacometti, París.
© Alberto Giacometti Estate / VEGAP.
«Querer es poder quererlo todo sin por ello verse obligado a querer poder quererlo», pensaba para sí el paseante ya de vuelta a casa.
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miércoles, 12 de febrero de 2020

Miserables

La imagen puede contener: una o varias personas
James Ensor: La muerte y las máscaras, 1897.
Museo de Arte Moderno y de Arte Contemporáneo de Lieja (Bélgica).
Vio la palabra sobrepuesta a una foto de la plana mayor de un cuarteto de mentes populares, ellos vestidos de enterradores, ella de rojo vampiro, y sintió de pronto cierta incomodidad, como si la palabra tuviera cierto vuelo hiperbólico. Pero después fue indagando, escuchó voces y vio gestos de lo vertido ante el mero reclamo de un derecho a la dignidad y le iba creciendo, a la vez que la ira, la impotencia de no encontrar en la su lengua tan rica una palabra para dar exacta cuenta de aquello. O acaso sí. ¿Qué tal vileza?
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 La guardia pretoriana del PP.
 Foto 
Marta Fernández (Europa Press)

martes, 11 de febrero de 2020

La dispersión

La imagen puede contener: una persona, planta y exterior
Cristóbal de Villalpando: El diluvio, 1689. Catedral de Puebla (México).
Parecía llegado el momento aquel anunciado por viejas profecías y anticipado en sueños en que sobre la faz del mundo se iba extendiendo un velo de confusión y truculencia de tal gramaje, que las posibilidades de comprensión mutua y aun de intelección directa de los fenómenos se estaba viendo mermada a velocidad tan alta que amenazaba con quedar reducida a cero. «Tal vez —dimos en pensar algunos— debamos olvidarnos definitivamente de cualquier arreglo para Babel e ir viendo el modo y manera de construir un nuevo Arca». En cualquier caso, lo innegable era que había comenzado la dispersión de sentidos en todos sus extremos y ya no parecía posible confiar en nada que pudiera ser conquistado por un lenguaje racional.
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lunes, 10 de febrero de 2020

Parásito

La imagen puede contener: una persona
Shin Young-Un: pintura sobre papel de periódico.
«No tenía vocación de poeta maldito, pero al fracasar como poeta a secas, decidió probar fortuna y lo intentó en ese formato», leyó en la columna de salida de la última página del diario impreso, al tiempo que lo invadía la sensación de que alguien, a su espalda y mirando por encima del hombro, también leía. Volviose. Y, en efecto, allí estaba: el Barbas, el pesado de todas las mañanas y con mucha diferencia el tipo más obtuso de toda la ciudad. Y, además, un verdadero parásito. No sé cómo se las arregla, pero se pasa la vida viviendo del cuento.
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domingo, 9 de febrero de 2020

Viejo oficio

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Foto: © 2020 Design Milk®.
En los momentos de mayor esplendor de su optimismo se siente como un ciego en una noche oscura buscando un gato negro que no existe. Para agüeros, los suyos.
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sábado, 8 de febrero de 2020

El sueño de Gulliver

La imagen puede contener: una persona
Tetsuya Ishida: Soldado, 1996. Shizuoka Prefectural Museum of Art, Japón.
«Ayer me dormí pensando —decía el mensaje— que todavía era posible poner remedio».
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viernes, 7 de febrero de 2020

El billete de metro

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Plano del Metro de Madrid en 1982.
El principal uso secundario que tenía el billete de metro —no sé si os acordáis, colegas— era servir de boquilla para los canutos, petas, joints, mays o flais, que de todas esas formas se solía llamar a los porros. Y además su uso se consideraba un timbre de honor, junto al muy lujoso papel Abadie, de tal forma que una “movida” —ese era el significado inicial de la palabra: ponerse en marcha para pillar “costo”— , una movida, digo, que contara con esos ingredientes tenía a ojos de todos un valor especial. Así que una gran pérdida para la identidad madrileña es, quién lo duda, la desaparición del viejo billete de metro. A veces todavía me encuentro alguno extraviado entre las páginas de un libro y en ocasiones llega a tener un valor casi mágico: a su conjuro (y con sus pistas), soy capaz de recordar el trayecto, el destino, el punto de partida y, más que nada, alguna circunstancia de mi vida de entonces que quedó indeleblemente ligada a la lectura en cuestión. Es como si ese billete hiciera posible de nuevo el viaje. Eso y que aún no me he repuesto del asombro del día que descubrí el secreto de la estación fantasma. Estamos vivos, ya digo, de milagro.
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