Salvador Maciá Villalba: La dama justicia, 2014. Colección privada. |
Hablaban entre sí las almas de los platillos de la famosa balanza justiciera y se decían:
—Hay que ver lo que es ser ciego.
—Y hay que oír lo que es ser mudo.
—Estamos apañados en todos los sentidos.
—Y en todos los sentidos estamos muy extraños.
—Aunque acaso todo estribe en convertir de una buena vez a unos cuantos pesos pesados en presos presentes.
—Y de una vez por todas a unos pesos ausentes en presos pesados.
—¡Ahí le duele!
—¿Qué le duele?
—La maldad, nada más.
—Ahí le has dao’...
—No sé yo si en estas guerras...
—¡Ojo!, que te desnivelas.
Y en esto la estatua cubrió de nuevo el fiel de la balanza, luego los luengos platillos y enseguida los ojos. Aunque seguía mirando de perfil.
—Hay que ver lo que es ser ciego.
—Y hay que oír lo que es ser mudo.
—Estamos apañados en todos los sentidos.
—Y en todos los sentidos estamos muy extraños.
—Aunque acaso todo estribe en convertir de una buena vez a unos cuantos pesos pesados en presos presentes.
—Y de una vez por todas a unos pesos ausentes en presos pesados.
—¡Ahí le duele!
—¿Qué le duele?
—La maldad, nada más.
—Ahí le has dao’...
—No sé yo si en estas guerras...
—¡Ojo!, que te desnivelas.
Y en esto la estatua cubrió de nuevo el fiel de la balanza, luego los luengos platillos y enseguida los ojos. Aunque seguía mirando de perfil.
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