(Al hilo de los días). Resulta curioso que salga a relucir ahora, con visos de escándalo, un asunto que lleva al menos tres décadas siendo la tortura de las editoriales de Libros de Texto, obligadas a realizar hasta 17 versiones distintas de muchas de sus obras para cumplir con las exigencias, a menudo peregrinas, de las Administraciones Autonómicas. La anécdota de que en los manuales de Conocimiento del Medio para Canarias no se preste atención a los ríos, con la excusa de que el archipiélago carece de ellos, o la polémica de cómo nombrar a la Corona de Aragón, según el libro esté destinado a Barcelona o a Zaragoza, cuestiones ambas aludidas en el reportaje, son ejemplos casi paradigmáticos de la absurda deriva que se inició con la transferencia de las competencias de Educación a las Autonomías, y sobre todo con el uso provinciano, cateto, chovinista, de esa prerrogativa para primar los criterios de cercanía o peculiaridad por encima de lo científico y relevante. La verdad es que me ha extrañado que este asunto haya saltado ahora porque, como digo, quienes trabajamos en este sector de la edición lo llevamos sufriendo desde tiempos que se remontan ampliamente al siglo pasado. Aunque más grave es aún el problema de las Programaciones, verdadero caballo de batalla del que esta miopía localista no es más que una manifestación: en buena medida, ahí reside el mayor síntoma del enfoque erróneo, incluso descerebrado, de la Enseñanza en España, cuyo diseño, control y regulación, salvo excepciones, ha estado y está en manos de burócratas desalmados, sin excluir la presencia de algún torturador in péctore que ha encontrado en la concepción insidiosa de estos documentos y, de forma especial, en su prosa leprosa, la forma más segura e impune de dar rienda suelta a sus monstruosidades.
viernes, 6 de septiembre de 2019
Sobre Alfanhui
(Lecturas, relecturas y leyendas). Aproveché ciertas horas neutrales (por así decir) de este pasado agosto en el Mar Menor para volver al Alfanhuí de Ferlosio, esa joya inclasificable, una novela mágica, iniciática y picaresca, escrita en el estado de gracia que hace posible que cada palabra esté en su sitio sin estridencia alguna. Y una auténtica rara avis en la descomunal y desigual obra ferlosiana, aunque tal vez contenga, como ninguna otra, un a modo de compendio y exhibición de la principal clave de su escritura: el vuelo poético, la creencia en la capacidad de la lengua para crear realidad. Leí la preciosa edición de Random House (2016), de pequeño formato, con muy atinadas ilustraciones del artista Asen Stareishinski (1936-1991) procedentes de la edición de la obra en búlgaro de 1969. Esta edición incluye una nueva (creo) dedicatoria [«A mi nieta Laura, de todo corazón»] y está cuidada al detalle. Así que fue un placer sumergirse en sus páginas para volver a comprobar que es posible alcanzar la perfección en el arte de escribir. A veces de forma tan en apariencia sencilla y redonda como en este texto, que bien podría tomarse como un ejemplo del cuento perfecto, donde no sobra ni falta nada: sólo un lector-mediador que se deje ganar por su belleza. (Para su circulación como texto autónomo me atrevería a sugerir un título: «El surco»).
Dice así:
Dice así:
«También contó la patrona la historia de su padre. Eran de Cuenca. Allí había conocido ella a su marido. Su padre era labrador y tenía algunas tierras. Una tarde se durmió arando con los bueyes. Y como no volvía el arado, los bueyes siguieron y se salieron del campo. El hombre seguía andando con sus manos en la mancera. Iban hacia poniente. Tampoco a la noche se detuvieron. Pasaron vados y montañas sin que el hombre despertara. Hicieron todo el camino del Tajo y llegaron a Portugal. El hombre no despertaba. Algunos vieron pasar a este hombre que araba con sus bueyes un surco solo, largo, recto, a lo largo de las montañas, al través de los ríos. Nadie se atrevió a despertarle.
Una mañana llegó al mar. Atravesó la playa; los bueyes entraron en la mar. Rompían las olas en sus pechos. El hombre sintió el agua por el vientre y despertó. Detuvo a los bueyes y dejó de arar. En un pueblo cercano preguntó dónde estaba y vendió sus bueyes y el arado. Luego cogió los dineros y por el mismo surco que había hecho volvió a su tierra. Aquel mismo día hizo testamento y murió rodeado de todos los suyos».
(RSF: Industrias y andanzas de Alfanhuí, Madrid, Random House, 2016).
La duda
Richard Estes: The L train, 2016. Col. particular. |
Leyó en una ventanilla del diario digital la breve nota que daba cuenta de su fallecimiento. Iba a retuitearla para desmentirla y burlarse del error, pero no pudo. No pudo. «Mal momento para que se te acabe la batería», dijo alguien a su espalda. «Y encima eso», pensó mientras intentaba volverse para contestar. Pero no pudo. No pudo.
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jueves, 5 de septiembre de 2019
Sobre las NUL
(Novelas de una línea, 6)
Ingenio
No podía dejar de darle vueltas.
En algún ocasión, he sentido que estaba explorando un territorio que linda con el actual auge del aforismo y la consolidación (signo de los tiempos y su acelerada fugacidad) del microrrelato, de modo que estos textos bien pudieran acogerse a una intersección de esos caminos, sin desdeñar los demás cruces: memorias, fogonazos, criaturas cazadas al vuelo, sobras sensibles, intuiciones versiculares, ocurrencias y todo tipo de verboludismo (incluso sin “ver”), por esa ya confesada afición al juego que a estas alturas sé que es mi verdadera naturaleza —si alguna hay— como escritor y escribidor.
Cierro el ínterin confesando que la intención —o trágalo lagarto— es llegar a las 1001 NUL, series incluidas. Y que laboro en la edición final, ordenada y corregida de la aventura.)
La caminata
Félix Vallotton: La Grève blanche, Vasouy, 1913. Colección particular. |
Me lo confesó todo. Comprendí. No era nada nuevo. Pero seguía sin tener sentido. Y nadie podría ayudarnos.
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miércoles, 4 de septiembre de 2019
Mon oncle
(Al hilo de los días). «Reina el modernismo en nuestra casa, / todo funcionando por un botón, / mas la de mi tío me hace más gracia, / con su cuarto piso y sin ascensor. // Yo soy feliz, feliz con mi tío, / lo paso bien con él porque me sabe comprender...» Con esta letra, sobre poco más o menos, se cantaba la muy pegadiza música —todo un icono— de la genial película del genial Tati, Mon oncle, que fue para muchos, a mediados de los sesenta, toda una revelación. Esta noche la proyectan en La 2.
Bumerán del Paraíso
Edvard Munch: Metabolism, 1898. Munch Museum, Oslo. |
Eva: «Sola yo sé nadar». Adán eso ya lo sabe.
[AJR: 10, 31]
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