sábado, 17 de agosto de 2019

En torno a Fra Angélico

Las hadas en la cocina
Ilustración de Eulogia Merle. 

(Lecturas en voz alta). «Un ojo en el suelo y otro en el cielo» era, al parecer, un lema que Fra Angélico, el más dulce e íntimo de los artistas del temprano Renacimiento, empleaba para explicar su trabajo. Tuve recientemente ocasión de visitar la muestra organizada por el Museo del Prado para presentar la restauración de la Anunciación. Lo hice en compañía y de la mano de Javier Serrano, buen conocedor del arte y sus interioridades, como destacado pintor e ilustrador que es él mismo, y en la conversación que fuimos manteniendo salieron a relucir, en su mayoría enunciados por mi amigo, algunos de los aspectos que Martín Garzo aborda con tanta claridad y belleza en este artículo, y en especial los relacionados con el mundo de lo sagrado, su alcance y significación en la obra de los “artistas de fe”, la validez y transcendencia de ese impulso en nuestro tiempo, el valor de la visión poética como medio de conocimiento y las relaciones del arte con la verdad, entre otros asuntos. Excepto por el título (que me parece de un efectismo simplón) y la excesiva y acaso confusa insistencia en el mundo de las hadas, el texto del escritor vallisoletano es de una gran finura e inspiración. Una muestra más de su honda delicadeza expresiva. No se lo pierdan.

Los Muertos

Playa de Los Muertos, en el Parque Natural del Cabo de Gata (Almería).
A mitad de camino entre Agua Amarga y Carboneras.
Foto tomada de 
cabogataalmeria.com
Era la soledad. La lejanía. Y el eco novelesco del nombre. Y su temblor. Creo que allí fuimos de verdad piratas.
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viernes, 16 de agosto de 2019

De saída

La imagen puede contener: una o varias personas, personas de pie, noche y exterior
La noche en Santo Estevo. Foto: AJR, 2019.
Han sido sólo seis días, pero la intensidad siempre se mide de una forma ajena al reloj y los calendarios. En torno al acontecimiento central que nos traía a la tierra de los antepasados (el enlace de Elena y Carlos) se han anudado otras muchas circunstancias, casi todas ellas encaminadas en la dirección de los afectos que dejan huella y sirven para darle al mundo y a las cosas un significado, si no definitivo y del todo gratificante, sí esclarecedor y lleno de ternura. Toda una luz de íntima claridad en medio de la barahúnda mohosa de los noticiarios y frente al borroso desdén con que a menudo parecen mirarme últimamente, además de algún pariente torpe, las luces del ocaso. Salgo de una tierra que, pese a ser madre de interminables diásporas, no logra salir de su ensimismamiento, tal vez porque no confía en que ahí afuera haya nada digno de verse. Y según me despido de los nuevos guardianes de piedra de Santo Estevo, ya viejos amigos míos, me voy rumiando («remexendo na cachola») si no será esa una lección aún por aprender. Imos indo.
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jueves, 15 de agosto de 2019

Días de aldea

La imagen puede contener: cielo, nubes, exterior y naturaleza
Las hazañas del tiempo y la dejación: a la floresta le brotó una chimenea. Foto: AJR.
                                        
                                                                      (A mis hermanos y primos,
                                                                      que compartieron cosas parecidas.)
El verano extendido, una novela,
La insolación, de letras y de juegos,
en el Norte salvaje, entre los fuegos
de la noche en mis ojos: duermevela.
La promesa olorosa del castaño
que dejaba en mis manos y en mi pecho
la fragancia de un dios: niño al acecho
de su rostro de ramas tan extraño.
Y las horas sin fondo de la siesta,
con la aldea dormida y en la casa
las estancias secretas, los arcones.
Vida fuera del tiempo, eterna fiesta
del nada que temer, y el alma escasa
disuelta entre las grandes ilusiones.

(Versión gallego-cerredana de Maldoror Morsa)
Días no Casarello
Érache o brau na infancia unha novela,
“La insolación”, de letras e de alcumes
n’aquel Norte salvaxe, tantos lumes
da noite nos meus ollos sempre en vela.
A candea caída dos castaños
deixábame nas maus e máis no peito
o perfume de un dios, neno con xeito
guichando pr’os seus rostros tan estraños.
E nas horas valeiras, cando a sesta
calaba ó Casarello, a casa enteira
era un reino de cuartos e de alladas.
Vida fora do tempo, eterna festa
sin nada que recear, ca ialma estreita
disolta entre as pequenas trapalladas.

domingo, 11 de agosto de 2019

Extremos cercanos

Balcón de Quitapesares, monasterio de Santo Estevo. Foto AJR, 2019.
«En las barandas del cielo...», susurra alguien a tu lado, a la vista de lo que se ve y con los puntos suspensivos incluidos. Sin saber cómo, de golpe entiendes qué fue lo que a Lorca le sedujo tan poderosamente en las tierras del Oeste. «... la lluvia me está esperando», completas como respuesta a la voz antes de entregarte de nuevo y plenamente consciente a la mirada. Todo lo demás, que acaso sea todo, es sin palabras.
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sábado, 10 de agosto de 2019

Xente nova

Claustro renacentista del antiguo monasterio de Santo Estevo de Ribas de Sil,
en Nogueira de Ramuín (Ourense). Acoge un muy bien acondicionado parador de turismo.
Foto AJR, 2019.
Al llegar a Santo Estevo, todo está casi como siempre: el inverosímil emplazamiento, la fraga envolvente, la serpiente de plata del Sil (que, según dice Cunqueiro que sostiene el padre Sarmiento, significa «tierra roja»), el escudo de las nueve mitras, los tres claustros... La gran novedad son los dos monjes barbados, tal vez abades, a la entrada del claustro principal. Aún no conozco sus nombres, pero me resulta muy familiar su gesto de bienvenida. Se diría que se les han ido desvaneciendo las manos de tanto saludo. Seguro que hay tras ellos una historia apasionante.
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viernes, 9 de agosto de 2019

Calblanque

La imagen puede contener: océano, cielo, exterior, naturaleza y agua
Calblanque y sus calas, a vista de pájaro. Entre el Mar Menor y Cartagena, Murcia.
Esta es la playa del gran abrazo. Las tortugas lo saben y han regresado. Antes que ellas, desde la otra orilla, llegaron gentes desesperadas buscando algo. Vivir mejor, lo llaman. A veces, vivir a secas. Tierra de náufragos. Y del mar la belleza sin rodeos ni ringorrangos. Calblanque es una esquina del paraíso. Si pasáis por allí —entre La Manga del Mar Menor y Cartagena—, id y comprobadlo.
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