Y no había pomo de puerta, manija de vehículo, pulsador de montacargas, barandal de escalerilla, pivote disuasorio ni barra metálica de batiente en portal de doble o simple hoja que, al asirlo, tocarlo y a veces meramente rozarlo, no le transmitiera, traidor y avieso, una descarga que, indefectiblemente, repercutía sobre su hombro dormido y lo llevaba a agotar, en parvo tiempo y con ceño airado, su completo repertorio de exabruptos y mecagüendieses. «Que lo llamen electricidad estática —pensaba para sus adentros doloridos— añade un plus de burla a la desagradable sensación de estar metiendo los dedos en el enchufe de la cruda realidad».
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