lunes, 4 de febrero de 2019

«¡Extra, extra!»

La imagen puede contener: una persona, calzado
Voceador de periódicos mexicano. Foto: INAH.
«En otra vida —me dice— fui zagalejo vendedor de periódicos. Y recuerdo bien cuando anuncié la muerte de Juan XXIII y el atentado contra Kennedy. Durante meses me gané la vida voceando “Goleada” los domingos por la noche a las salidas de los cines de la Gran Vía. Ah, la prensa era entonces otra cosa...».
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sábado, 2 de febrero de 2019

Nieves Meléndez, in memoriam


Esta mañana, a las 7:30, ha fallecido Nieves Meléndez, una muy buena amiga, antigua compañera de trabajo en Salvat y persona de muy notables cualidades y excelente profesional de la edición. Ha sido —es, en la memoria que no cesa— una persona sensible, valiente, generosa. Junto con mi abrazo a Pepe, su marido, quiero rendirle mi homenaje con este poema que, hace ya unos años, ella convirtió en un texto hermoso por la delicadeza y maestría con que lo caligrafió. Desde entonces ocupa un rincón muy especial en mi casa. Gracias, amiga, buen viaje. No te olvidaremos.

Ruinas circulares
                                                   (Para mi amiga Nieves Meléndez,
                                                   in memoriam,
                                                   con infinito agradecimiento)

¿Qué permanece incólume
después de haber viciado
la raíz del enigma?

Ojos. En las paredes.
Entre los reunidos.
Por las ensalivadas
mejillas de las máscaras.
Ojos sobre los huesos
del esqueleto que mina la ciudad.

Y cien lágrimas,
traídas una una
por el Superviviente.

Es todo cuanto queda del Diluvio
para pasar el resto de la noche.

(De El sol de medianoche, 1988)

viernes, 1 de febrero de 2019

El desorden de tu alma

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«Ahí tienes», me digo, «el desorden de tu alma». Estaba intentando localizar un libro leído recientemente y han ido quedando, en riguroso desorden fotográfico, algunas de las lecturas (no diré que simultáneas, pero casi) de las últimas semanas, quizás tres o cuatro meses. Y habría que sumar lo trasegado en la pantalla, lo fatigado ante el ordenador y los volúmenes portátiles reservados para los viajes en metro o bus (generalmente, algo de Satamalive). Y las obras enviadas en este tiempo por los amigos (casi todas poemarios, algún ensayo, varios libros dizque infantiles), que están en un estante especial junto a mi cama. Y las cosas del curro, ahora con varios Vernes en danza, alguna guía de viaje... Sin olvidar la prensa en papel. Y los mandos a distancia que, a su modo, también leen. La dispersión es infinita. Lo curioso es el hilo de miguitas de pan que une la diversidad. En eso debe consistir, supongo, el alma. Con su desorden.
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Ave nezuela, a la cazuela

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Manuel Viola: Gallos de pelea, h. 1970 (?). Col. Particular.
O ruda melasa ves y se va: sale Maduro.
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jueves, 31 de enero de 2019

Voces Nules




Ángel Barco Candil Diluvio Empeño
Faltriquera Gimnasta Hipotenusa
Incendio Jubileo Kornamusa
Lobo Misericordia Nada sueÑo
Olvido Primavera Quemadura
Retruécano Salmodia Taburete
Uña Vacío Web Xil Yo Zoquete:
ya está toda la serie y su escritura.
Van de la A a la Z estas “novelas
de una línea” (o sea, de un estilo)
donde la brevedad es seña y santo.
Mientras el viento dé fuerza a las velas
y el juego de ojos se mantenga en vilo,
he de seguir contando cuentos cuantos...

La z de zoquete

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Albert Moore: A Sleeping Girl, 1875. Tate Gallery, Londres.
Zzzzzz. No es porque sea la última de la comitiva. Tampoco por el zigzag de su ademán travieso. Quizás sí porque zumba suave. O porque algunos cuerpos dormidos la escriben en el aire. El caso es que, al volver sobre mis pasos, ‘SOÑÉ USAR APARTE LA LETRA PARA SUEÑOS’. Y punto final.
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miércoles, 30 de enero de 2019

La y de Yo

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Francis Bacon: Two Figures at a Window, 1953. Colección particular, Londres.
«Aquí, Alafridus, y espero que no te mosquees —me dice firme mirándose en mis ojos—, hay que recuperar aquel micródromo preterido: YO SOY». Le hago caso. Después de la publicidad.
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YO SOY

»Lo digo y lo repito. Está implícito en cada una de mis frases. En el dolor, en la alegría y, lo más triste de todo, en la indiferencia. Sí, también en la in-di-fe-ren-cia. Mi vida es insignificante, lo sé. El mundo giraba antes de que que yo m
e diera cuenta. Y lo seguirá haciendo cuando ya no pueda advertirlo. Trato de entender esto sin necesidad de testigos, sin cortadas. Remuevo debajo de las cenizas de estas letras y al pie de estas brasas para saber si ocultan algo. No puedo revelar lo que descubro. Es demasiado horrible. Nadie iba a creerme. Y, además, de esas cosas no se habla. Es mejor hacer, como un buen mago, un truco con las palabras. Una travesura de niño raro. Una salida airosa. Al decir “Yo”, ¿no os da la impresión de que una cabeza cortada cae al lado de una guillotina, tal vez a los pies de una horca? Un árbol que deja caer sus frutos maduros, quizás ya podridos. Lo digo y lo repito. Solo hay una palabra maldita. Y nadie puede nunca dejar de pronunciarla».