(Visto y oído en voz alta). A todos los que estén subyugados, como es mi caso, no tanto por el fenómenoRosalía como por el arte que lo hace posible, les recomiendo vivamente esta lección magistral de Jaime Altozano que desentraña con gran brillantez algunas de las claves del taller musical de El mal querer, la obra que está conmocionando, y en diversas direcciones, el paisaje mediático en que nos movemos. Es un análisis muy preciso, rico, convincente y sugerente, que no agota el tema, pero lo desmenuza en lo relativo a su técnica combinatoria musical, al tiempo que proporciona pistas que invitan a seguir indagando. Porque, junto a sus sugerencias melódicas y en indisoluble unión con ellas, está el poema narrativo (con sus once capítulos o estancias), las palabras de la historia, un texto de rara perfección, ejemplar en cuanto a su composición rítmica y pleno de hallazgos metafóricos, de imágenes poderosas muy bien ensambladas y de una mezcla de registros poéticos (líricos, dramáticos, trágicos, coloquiales...) de enorme riqueza y eficacia (a la vista está).
Además, la intervención de Altozano contiene, entre los minutos 25-29, una muy interesante y lúcida digresión sobre los efectos positivos de Internet en la actual perspectiva artística de toda una generación de creadores españoles y sus nuevas audiencias.
Un saludo agradecido a mi amigo Alejandro GT, en cuyo muro pesqué el vídeo, al tiempo que le animo, si le apetece, a seguir profundizando en las claves literarias de una obra que cada vez se muestra más como «caudal y fuente» de numerosas influencias y confluencias.
(Visiones en voz alta: Rosalía dialoga con Jaime Altozano). Qué maravilla de explicaciones. Qué seriedad en el trabajo. Qué sencillez tan consciente. Todo un ejemplo. Comprendo que a algunos la reiteración en el elogio les puede resultar un poco exagerada. Pero es que hay mucha verdad, mucho trabajo y mucho atrevimiento. Y no ocurre todos los días.
Cuando el niño era niño, a veces se ponía delante de la puerta central del armario de luna y, reflejándose en el espejo, aprovechaba para dar rienda suelta a sus aficiones dramáticas, o meramente payasiles, y soñaba que era un cantante de éxito. Por entonces, uno de sus hermanos ejercía de gran admirador de Raphael y, como más de una vez lo había sorprendido en algún rincón de la vieja casa entonando e imitando los gestos del niño de Linares, el mimetismo de segunda mano se le imponía como un camino a seguir. El mimetismo y la extraña letra de aquella canción que tenía algunas palabras incomprensibles ("huipil", que entendía "güipil" o "güibir", y el "reboso", del que tardó años en comprender que era un "rebozo") y un ritmo y una dulzura, y un punto acaso de tristeza cómica, que lo conquistaron. Ahora, calculo que medio siglo bien largo después de aquello, cuando oigo por la radio esta versión de «La Llorona», hay una mezcla de alegría y asombro que me lleva a buscarla en los yutubes y dejarla sonando acá. Ángela Aguilar se llama la intérprete. Habrá que seguirle la pista.
Amedeo Modigliani: Retrato de Maude Abrantes, 1907. Museo Reuben y Edith Hecht, Universidad de Haifa, Israel.
Sonaba aquí la canción triste, que se había colado por una ventana y terminaba, lo recuerdo bien, en „palabras de mucho desconsuelo“. Pero cuando fui a ponerla a buen recaudo, en esa caja fuerte invisible en que se ha convertido el bloc de notas de mi celular, debí de pulsar la tecla equivocada y la canción triste había desaparecido, aunque no su rastro. Es este.
(Visiones en voz alta). Parece mentira, pero ya se cumplen, hoy, 20 años de la muerte de Gloria Fuertes. Puede que en esa sensación de atropellamiento del tiempo (aunque por sí sólo ya se basta) influya el hecho de su otro reciente aniversario, las reediciones y nuevas ediciones de sus obras, la estupenda exposición del centro Fernán-Gómez, la tontería que dijo Javier Marías, las simplezas que dijeron muchos de sus sobrevenidos defensores y, muy por encima de todo lo demás, su condición de poeta-cometa verdadero con ciclos de retorno que sólo ella y si acaso algún cosmólogo atento y erudito conocen. El caso es que ayer me alegró la tarde el homenaje que le hizo en la radio Elvira Lindo, y volví a pensar en la inmensa suerte de haberla conocido de forma natural, sin posturas ni imposturas, con la misma condición de esas flores a las que, con plena gracia y su muy inteligente retranca, dijo aspirar en el segundo de sus poemas que recuerdo haber conocido. El primero fue el de “la Cabra”, que le oí recitar en el Instituto Padre Juan de Mariana, en Talavera, un día de tal vez el mes de octubre o noviembre de 1973. Ayer, como quien dice. Esta “mitad invisible” del Ortega es un buen acercamiento a la gran Gloria. Sirva de recuerdo y homenaje.
Y este documento (creo que de 1996) de una tertulia en San Sebastián de los Reyes, con José Hierro y la presentación de López Azorín. Gloria para adultos, sin ningún reparo