Anónimo (tal vez Gerard David): Virgen de la mosca, 1520. Colegiata de Santa María la Mayor, Toro (Zamora).
La escena lo incluía y se sentía a gusto. Sin embargo, por más que estuvo llamando su atención no consiguió que ninguno lo viera. Ni la Reina, ni la Santa, ni la Madre, ni el Niño, ni el Ignoto, ni la famosa Mosca, ni la Rana, ni el Gusano...
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En mi Guía Total de Castilla y León (Anaya Touring, ya en su 15ª ed.), describí así el cuadro:
(Hablarle a Borges, 34). Dicen que Borges dijo o escribió: «Somos los libros que nos han hecho mejores». Y, asintiendo, de inmediato me surge: «Y, tal vez, y sobre todo, más libres. La cultura, no sólo libresca pero muy a menudo en forma de libro abierto, es ante todo el minucioso cultivo de lo poco que en verdad necesitamos: un aprendizaje del desasimiento». (Hablarle a Borges, 35). Dicen que en una de sus conferencias Borges dijo: «¿Qué significa llegar al nirvana? Simplemente, que nuestros actos ya no arrojan sombras». Y así, a bote pronto, que diría (si pudiera) Maradona, ese compatriota, se me ocurre: «Ejem, ejem, maestro. Llegados al nirvana, lo más probable es que, no sólo nuestros actos, tampoco nuestros cuerpos arrojen sombra... en las sombras».
(Hablarle a Borges, 36). Dicen que Borges dijo (y es una de sus citas más recurrentes): «La filosofía y la teología son, lo sospecho, dos especies de la literatura fantástica».
Y al releerlo se me ocurre responder: «Claro, maestro, es una perspectiva muy brillante, luminosa. Pero también caben en ella, sospecho, las viceversas: la literatura es una forma, tal vez privilegiada, de amar la sabiduría y hasta de buscar el encuentro con Dios y sus oquedades por otros medios».
—Puso la piedad junto a la confianza y nunca perdió la alegría —dice de él el hombre del sombrero. —Sí —murmura el Busto—, le conviene el verso de Du Bellay que él mismo utilizó: «Feliz quien, como Ulises, ha hecho un largo viaje». —Podría ser su epitafio. —Piedad y confianza.
(Visiones y audiciones en voz alta) Siempre es un buen momento para sentir la melancolía llena de belleza de este tema inmortal de los Rolling. Cuando lo escucho, me acuerdo de un colega de la base aérea de Los Llanos, que lo cantaba con mucho sentimiento, y no escasa calidad, en ocasiones en que habíamos logrado escaquearnos en alguna estancia de la escuadrilla y teníamos por delante un par de horas libres de sudor guerrero. No sé si acierto al decir que nunca los Rolling sonaron más Beatles. Uno de esos cruces de caminos donde confluyen rumbos que van y vienen formando parte de la misma ruta.
Cuadro, marco, trituración, exposición: «El amor está en la papelera».
(Visiones en voz alta). Lo de Banksy, con su happening ausente triturador (por así decir), dará mucho que hablar. Ya está ocurriendo. Ha sido, es, una intervención genial, una obra maestra del arte fugitivo contemporáneo, que es el que más relevancia tiene ahora mismo en todas las disciplinas. De lo “ocurrido” (ese es el término preciso), junto con el inmediato resultado de la creación de una obra de arte de “verdad práctica” (como proponía Isidore Ducasse), me parecen destacables, sobre otros, dos aspectos. El primero: el poderoso efecto del cambio del título de la obra, que de Niña con un 🎈 pasa a llamarse El amor está en la papelera (“Love is in the Bin”), rótulo excepcional que en sí mismo es una definición triple: de la nueva obra, del proceso que la ha creado, de la época en la que se enmarca y que la hace posible.
La otra cuestión reseñable, no sé si conscientemente buscada, es la creación de una nueva imagen clásica que acabará adquiriendo valor de icono de época: es la foto fija del momento en que la obra, sujetada por dos empleadas de la casa de subastas con armónico aires de ujieres o valets de palacio, es colocada de modo que permita evocar y enmarcar la "ocasión" en que se desprendía del marco y pasaba por la trituradora, que lejos de destruirla la convirtió en otra cosa, otro objeto, otro símbolo, otro sueño: un instante estelar de rara perfección clásica y con una capacidad de sugerencia artística que hacía tiempo que no se veía en el mundo mediático de las bellas artes.
Y un tercer apunte: a Banksy hay que agradecerle que haya enterrado definitivamente el urinario de Duchamp como símbolo de vanguardia sustituyéndolo por una acción poética cuya belleza es, ahora sí, de verdad deslumbrante.
Posdata. Según ha explicado el artista en un vídeo posterior, el plan de destrucción en directo de la obra no salió según lo previsto: el mecanismo de trituración camuflado en el interior del marco no funcionó correctamente y no se produjo la destrucción completa de la obra, que era lo buscado. Creámosle o no («yo sí te creo»), lo cierto es no cambia nada que el azar haya intervenido en el suceso y las circunstancias se haya confabulado en una determinada dirección. Incluso puede que refuerce su significación, haciéndola menos dependiente de la voluntad del artista y más de las fuerzas imparables de los hechos: una vez ocurrido lo ocurrido sólo nos queda ver qué se nos ocurre hacer con ello.