¿Y qué decir del rosa que no fuere
objeto de escarmiento y de chuflillas,
pues no hay color que esté más de rodillas
frente a la intromisión de lo que hiere
por su gusto banal en cuanto quiere
la inspiración? Son esas estampillas
del rosa que en la rosa —en las orillas
del tópico dulzón— se enzarza y muere
las que lo hacen risible. La paleta
del artista pintor o del poeta
siempre afronta ante el rosa un espejismo
burlesco. Y sin embargo el rosa lame,
aunque en su derredor ñoñez proclame,
las riberas de sangre del abismo.