Intropía (e)

Leandro Bassano: Lázaro y el rico Epulón, hacia 1570. Museo Del Prado, Madrid.

Mal no hay cien que mucho se acabe ni que no dure años.

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La última puerta

De otro tiempo en este. Vieja casona palaciega, en Belvís de Monroy (Cáceres).
© AJR, 2018

Si de verdad la muerte es un estado
del que desconocemos la estadía,
si la mente no muere y nos envía 
blancas señales desde el otro lado

del lado en que creemos lo tocado,
lo olido, lo mascado, lo vivido
con todos los sentidos del sentido
que no quiere morir... Si el descarnado

relato que nos ata a la dureza
de la clara consciencia y al discurso
de los astros que vemos en el cielo

es real y real es la belleza
que nos libera el alma del albur, so-
lo podemos decir: es nuestro anhelo.

El encuentro

Piero de Cosimo: La Visitación, con los santos Nicolás y Antonio, hacia 1490.
National Gallery of Art , Washington D.C.

Según iba escribiendo imaginaba lo que estaría pensado según iba leyendo. Clic. Según iba leyendo imaginaba lo que estaría pensando según iba escribiendo.

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Topónimos

Paul Klee: Highways and Byways, 1929.

Cerca de Níjar, las posibles direcciones parecían empeñadas en escribir un cuento divertido, grotesco, tal vez atroz: Tarambana, Matagorda, Guardias Viejas.

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La sombra

Hu Jundi: (Sin título), 2001.

«La lluvia —me dice mientras le ofrezco un rincón bajo mi paraguas— siempre viene como de otro tiempo». Vi en sus ojos una alegría serena. No tenía ni idea de lo que le esperaba. Otra alma cándida. Y aún no es otoño.

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La fuga

Michael Maier: «Corallus sub aquis ut crescit et aere induratur, sic lapis».
Emblema XXXII de Atalanta Fugiens, 1617.

Algún buhonero concienzudo dejó en feraz ganancia historias imaginadas, juntó kilométricas lindes melindrosas, noveló ñiquiñaques opacos, purgó quimeras rosáceas, salvó trampas universales, vomitó wolframio xerigrafiado y zafose.

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Autobiografía (i)

Arquivoltas de Santa Cristina, Ribeira Sacra. ©️José Antonio Pérez Varela.

Mientras recorría, fascinado, casi sonámbulo, envuelto en su niebla interior y como a ojo de cíclope, el camino de Santa Tecla hasta Cerreda, con escala en Santa Cristina, comprendió que la Santa Compaña en realidad no era otra cosa que un piadoso invento contra la soledad. Y, como casi todos los demás, finalmente inútil.

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