Autobiografía (j)

Vilhelm Hammershøi: Interior con Ida en una silla blanca, 1900. Col. Particular.

Estas palabras, si acaso, hacían posible que cayera del lado de lo comprensible, o con apariencia de tal, la voz interior a la que, más que escuchar, preguntaba cada noche para que no cesara el rumor de la vida.

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Reverberación

Selfisombra bajo la luz de la playa de La Llana, San Pedro del Pinatar. © AJR, 2018.

El eco que el pensamiento
desliza por mi memoria
es, en el fondo, la historia
de un puro estremecimiento.

Saberse contar el cuento
que concluye con la euforia
del final: esa es la gloria.
Lo demás lo escribe el viento.

Porque en el fijo quietismo
donde veo reflejada,
fugaz y real, mi vida,

sólo escapa del abismo
de la muerte y de la nada
la sed, que jamás se olvida.

(Nunca esa sed fue saciada).

Fantasmas (f)

Francisco Bores: El Cuervo, h. 1960-1965.
Gouache para una edición del poema de Poe, finalmente inédita. Col. Privada.

«El busto es mío», dijo más tajante que ceremonioso el fantasma llamado Nevermore. Pero los enterradores no le hicimos ningún caso. Pusimos su efigie en el jeroglífico y proseguimos cerrando la sepultura.

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La errata

José de Ribera “El Españoleto”: Arquímedes, 1630. Museo del Prado, Madrid.

Parecía imposible, pero allí estaba. En un libro tan pulcro, tan cuidado, la errata había ido a caer en el infierno, un microrrelato de Millás que se desdobla en dos escenarios, como si le diera pena hundirse solo. Es la tercera vez que debía sonar el teléfono, pero lo que suena es el telétono, quizás el teletono, si la errata es además error; en todo caso un objeto espurio sobre el que harías bien, lector, en ejercer una diligente vigilancia antes de que te acabe devorando.

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Títulos

John Singer Sargent: Lady Agnew of Lochnaw, 1892. Scottish National Gallery, Edimburgo.

Desde entonces su escritura, como fuego latente (foc latent), estuvo siempre en capilla.

*Lluïsa Forrellad, in memoriam

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Escondite

Henri Matisse: L’atelier sous les toits, 1903. Fitzwilliam Museum, Cambridge, Reino Unido.

De cuando en cuando, en mitad de la nochecita, lo invadía la sensación del niño que, jugando al escondite, empieza a temer que se hayan olvidado de él y acaso sea el único al que nadie va ya a echar en falta.

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Casa tomada

Ernst Ferdinand Oehme: Bosque adentro, 1821.

Le pedí que me contara su impresión sobre la vieja casa familiar. Y no supo qué decirme. Pude leer en sus labios algo parecido a una plegaria, tal vez el estribillo de una vieja canción: «Ese ya casi bosque que va siendo». Y en su ojos, la sombra.

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