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Pedro Sánchez, escrutando los signos que conducen la presidencia del Gobierno. |
(Lecturas en voz alta, 95). El tsunami político de la pasada semana aún dará mucho que hablar. Y creará su propia mitología. Ya lo está haciendo.
En tiempos tan enredados y con tanta diversidad de focos como los que vivimos, cada vez es más difícil disponer de información solvente. Y de identificar, sin dificultades, la maledicencia o la tontería. La tendencia, más bien inconsciente, a reforzar los propios prejuicios y la percepción estereotipada de los medios, unidas al bullicio interminable y al cotilleo como caldo habitual de cultivo, dificultan aún más la captación de las «líneas esenciales» de un realidad cada vez más compleja.
Uno tiene a veces la impresión de que se nos hurta lo que está pasando, no tanto por el empeño de los mil y un poderes de hacer prosperar ese descarado eufemismo de la mentira que es la famosa posverdad y sus múltiples máscaras, como por el hecho de que la verdad misma ya sólo es algo viable en aspectos muy personales y en momentos muy contados. Y unos y otros, sin relevancia pública alguna.
Así las cosas, lecturas como las de este artículo, a mitad de camino entre el análisis ejecutado desde el centro del ojo del huracán, por un lado, y la construcción ventajista de un relato, por otro, son experiencias que acaso merezca la pena rumiar para, más allá de los fáciles tópicos inanes, tratar de entender lo mejor posible lo que está ocurriendo ante nuestros propios «ojos cerrados de par en par», como la película de Kubrick.