(La Roca Solitaria
El Peñón de Vélez de La Gomera)
Un poema de
Ervigio Díaz Marrero
De los que amaron esta Roca Solitaria
Y en sus profundidades huecas duermen.
1
La soledad del mar es infinita
Y los que viven junto a él ya la conocen;
Saben que sus profundidades esconden,
Bajo la densidad, en la oscuridad abismal
De los salados silencios submarinos,
Las calaveras de las civilizaciones desaparecidas
Hace millones de años
Y las formas que en el futuro poblarán la tierra,
Cuando el mar retome para sí
Lo que surgió de lo profundo…
2
Y la roca solitaria platica con las olas
Y a cada nueva marea el océano la encuentra allí,
Separada por un brazo de tierra del continente,
Con sus cien ojos enfocados al crepúsculo,
Al horizonte inenarrable de colores
Donde nada permanece,
Salvo el deseo, incubado generación tras generación,
El indomable deseo de libertad
Que asalta a los que viven junto al mar,
Rodeados de corrientes
Y obligados a permanecer,
Estación tras estación, dentro de la roca,
Cavando sus túneles y levantando sus murallas,
Regando con su sudor un suelo infértil,
Sombras de lo que fueron,
Ojos que miran el horizonte,
La curvada ballesta del infinito azul.
3
En este silencio ultraterreno
Los recuerdos pugnan con las emociones
Y quiere
abrirse paso la esperanza;
Mas por toda respuesta las olas,
Que baten
perennemente la peña,
Avanzan y
retroceden,
Como si la
duda también existiera
Y nada
pudiera sucederse
Al eterno
ciclo de las mareas…
Envejecen cada día,
Se apaga el
brillo de sus ojos en plena juventud
Y sus
columnas vencidas
No son más
que las huellas de sus mentes;
Sobre sus hombros arañados acarrean
Las piedras
con que levantan las murallas,
Y sus ojos,
ya hechos a la oscuridad,
Escudriñan
dentro de los túneles
El agujero por el cual Dios ha de colarse.
4
Mas Él no quiere saber nada
De estupros ni de asesinatos
Y por eso los ha recluido a todos
Dentro de la
roca
Y ha querido
que el mundo no mirara
Sus imperfecciones;
Y los ha puesto frente al infinito
Para que sueñen con otros mares
Y puedan así sobrevivir
A la angustia de la reclusión.
Y ellos cavan túneles,
Forcejean con la piedra para abrirse paso
Y no cejarán
los picos
Hasta que la roca
suene a hueco.
Después se recluirán dentro,
Temerosos de la luz,
Y esperarán a desprenderse de sus conchas,
Que el mar arrojará a otras playas…
5
Verticales sobre la mar,
Crecientes en los abismos,
Las piedras se amontonan
Sobre lo que carece de solidez
Y sólo sabe
moverse.
Decidme
Si no son un mosaico gigantesco
En el que están incrustadas mudas vidas;
Si no es verdad que este ganar terreno al aire,
Sobre los
abismos,
No es un
empeño de dementes;
O si no es de un extático misticismo
Amurallar por
fuera y cavar por dentro,
Eternamente
rodeados de agua
Y condenados
a permanecer.
6
La bandera negra ondea al poniente,
Regresan las
naves cargadas de sangre,
Las manos,
acostumbradas a hendir el cuchillo,
Acarician los
cuellos morenos
De las mujeres de los asesinos;
Que aman tiernamente y salan sus heridas
E ignoran en qué abruptos agujeros
Han enterrado ellos los tesoros…
Ahora, estos valientes
No pueden hacer otra cosa que hendir el pico
En el corazón de la roca
Y donde antes los piratas escondieron sus tesoros
Ellos desentierran, convictos, sus delitos.
7
La memoria de la peña está en sus piedras,
Cada una
tiene grabado un nombre
Y dentro de
los túneles
Viven aún,
flotantes como espectros,
Las emociones
intensamente sentidas
Y los deseos,
Escuálidos a
fuerza de no ser satisfechos,
Pero
vivientes aún,
Esperando a
que alguna mano descubra
Los muros
ciegos que hoy ocultan los pasadizos de la roca;
Los deseos, que quieren ver la luz del día,
Y se resisten
a morir,
Porque saben
que, si no alguien,
Al menos el
tiempo, que todo lo derruye,
Derruirá los
muros ciegos
Y el mundo no tendrá más remedio que horrorizarse
Ante la
inédita visión de los deseos
Escapándose
afuera de los túneles.
8
Las murallas derruidas.
Los viejos torreones,
Las almenas carcomidas de la roca…
Sus cien ojos
de piedra,
Que esparcen
en torno suyo una mirada de pulpo.
El sol,
Que se levanta cada día detrás de la montaña
Y se hunde
tras la línea del infinito.
Las centellas brillando
Entre las ruinas de las fortificaciones
Y un nebuloso rastro de leche
Que vela el sueño pesado
De los habitantes de las cuevas.
El levante silba
Proveniente de atrás de las montañas resecas
Del continente;
Y se encañona por el valle de tuneras
Y trae los canturreos gimientes
De la raza
del desierto.
El mar resuena adentro de los túneles
Y las
bandadas de sardinas
Se refractan
verdinosas a la luz de la luna.
El viento bate el cementerio,
Sobre el acantilado;
Colgantes sobre el océano, las tumbas
Respiran la brisa de las olas,
Que restallan contra la cueva.
Adentro de los blanqueados nichos,
Diez niñas sueñan con la infancia que nunca
tuvieron.
9
Al crepúsculo, la roca
Semeja un cangrejo de contornos rojos;
Oscureciéndose en silencio,
Pero quizás a punto de retirarse para siempre
A los abismos interiores del fondo del océano.
Mas allí no podría dormitar entre la espuma
Ni recibiría
los rayos del sol;
Se oscurece
Y en derredor suyo el agua brilla
Con los
últimos violetas de la tarde.
A través de
sus túneles respira…
Se la oye
En las calmas
luminosas de primavera
Como un
silbido;
Y en invierno, durante los días ventosos,
Es semejante al resoplar de la tortuga.
En su contorno submarino viven los pulpos,
Ojos que miran desde la oscuridad de la cueva,
Los mejillones, entrelazados en la rompiente,
Los meros de boca grande,
Los centollos prehistóricos
Y los zafíos chupadores;
Mas ninguno sabe desde cuando
El cangrejo está en esa posición,
O hacia donde empezarán a moverse
Sus patas atrofiadas.
10
Las sombras reviven por la noche,
Al soplo de los céfiros,
En las viejas explanadas se reúnen
Y mirando al mar sueñan…
Estuvieron tanto tiempo ahí
Deseando su libertad
Que aún después de muertos ya no la conciben
Si no es con la vista puesta en estos horizontes.
Hoy,
Que la luna brilla plateada sobre la piedra,
Puede verse a una sombra escuálida
Atisbando desde la explanada sobre el cementerio.
Más tarde
Otra sombra se escurre a través de las paredes
Y se llega hasta él.
Juntas reviven una pasión malsana
Como en los ancianos días
Cuando el centinela aguardaba cada noche
A la sombra caliente de la hija del desierto.
Y de nuevo los celos
Cruzan por su mente de mujer arena
Y se sabe repudiada;
Y antes de verle vivo y lejos,
Amante de otros cuerpos,
Ella, que lo quiere para sí,
Lo hace morir en sus brazos.
Se oye un quejido de bestia acorralada
Y la sombra femenina se aleja,
Manchando las paredes
Con la sangre del ladino.
11
¡Qué hueco es el silencio de la roca
Y cuán lejano el mar que la circunda!
Las gaviotas que anidan en sus grietas
Vuelan encima todo el día
Y se carcajean como sólo sabe hacerlo
Este ave que se alimenta de desechos.
El incansable golpeteo de los picos
Adentro de los túneles
Y los pies que se arrastran
Vencidos por el peso de las piedras,
Todo ese hormigueo laborioso
Se silencia al mediodía delante de los cuencos.
A esa hora de calor
Una pesadilla mil veces repetida
Engulle a la roca solitaria;
De lo alto de la peña se yergue el mástil de una
vela
Y en medio de una mar tempestuoso,
Los vientos,
Arremolinando en torno suyo la espuma de las olas,
Sueltan un gran lienzo
Que se hincha, preñado de esperanza
Y la roca navega…
12
Cuando había sido olvidado tanto odio
Y en la negra noche la roca dormitaba…
Sus pasos sigilosos cruzan el puente,
Sobre un mar contenido,
Que junto con la brisa que dispersa
La humedad en las fortificaciones,
Son los únicos testigos de sus movimientos.
Adentro los ronquidos de los hombres de mar
En la atmósfera volátil de sus sueños
Que cambia de
color
Con la presencia inconfesable;
Manos de arena tapan las bocas saladas
Y los cuernos afilados sesgan sus cuellos.
Después las chilabas se alejan de allí
Y como sierpes reptan por las escaleras.
En sueños ven sus cabezas colgantes,
Que miran en cualquier dirección
Y aún continúan mandando aire
A unos pulmones que ya no lo reciben.
13
La roca es una tortuga
Sobre la cual han levantado una ermita.
El viento la
envuelve semanas enteras
Y la hace casi fantasmal,
Con su aspecto de caparazón habitado
Por sombras de otros tiempos.
Y los turbios ponientes,
Cuando el mar bate agrisado
Y miles de medusas rodean a la isla;
En esa hora terrible también
Los vivos y los muertos se congregan
Alrededor de San Sabino,
Y como si quisieran escapar por arriba,
Ya que el caparazón fue abandonado por la tortuga
Y yace encallado aquí desde tiempo inmemorial,
En lo alto de la roca oran,
Mientras abajo el mar bate.
14
La paz y el silencio
De un atardecer estival
Impregna la atmósfera africana de la isla
Y la rocosa montaña que vigila
Con su molino de viento, ya sin aspas.
El mar es ahora nada más
Que el cristal donde quizás mañana
Pueda el movimiento proyectarse azul.
En suspensión,
El polvo se cuela por las fosas
De aquellos que respiran con nostalgia
Y para quienes la luz del día no es ya
Más que el antecedente de la noche
Las paredes ya han sido levantadas
Sobre los abismos,
Pero el vértigo no conoce descanso;
Será necesario todavía
Levantar murallas hasta abolir la esperanza
Y cavar túneles sin denuedo
Para que una noche eterna
Se infiltre adentro de la roca.
15
Y sin embargo amanece cada día
Y en ese confuso instante del despertar
En que por última vez creemos lo que soñamos,
Los hombres se convierten otra vez en los niños que
fueron.
¡Oh inutilidad
De las naves perdidas,
De las acciones nunca llevadas a efecto
Y de los sueños evaporizados
En la atmósfera mareante
De una borrachera temprana!
¡Oh pavor de la roca,
Pasiva por los siglos de los siglos!
Y sin embargo no tan femenina
Como para otorgar a los que la habitan
La ilusión de un orgasmo.
FINIS
© Ervigio Díaz Marrero, 1981