(Al paso, 32). El instante anterior a la tormenta. Sobre una casi desconocida plaza de Cibeles y la camuflada «Nuestra Señora de las Comunicaciones». Ayer, lunes 7, hacia las 20:30, después del «homenaje a Ferlosio» en el Cervantes, en torno a la presentación de la biografía (no autorizada) escrta por el periodista J. Benito Fernández. Y sin que necesariamente quepa establecer nexo alguno entre la respuesta del cielo y la posible del homenajeado si la circunstancia misma, o alguna de las cosas que en ella se peroraron (todas objetivamente interesantes), hubiera o hubiesen llegado a sus oídos. En Madrid, lo mismo que nos mata nos da vida.
(Cinemagias, 🎬26). Entre los atractivos de ver cine español “antiguo”, uno de los más agradables son las sorpresas que suele depararnos la presencia, a menudo en pequeños y hasta insignificantes papeles, de actores o personajes después muy reconocidos. Anoche, por ejemplo, viendoAventuras del barbero de Sevilla, película de Ladislao Vajda, entre otros detalles quedé fascinado por la aparición de un Miguel Gila ya de cuerpo entero, nada menos que en el glorioso año de 1954, y en lo que sería su segunda aparición en la gran pantalla.
El Gila genial, que haría de sus historias telefónicas de la guerra una de las cumbres de nuestro humor, ya asoma con total y elocuente claridad en esta secuencia de una película de género musical, hecha para el lucimiento de Luis Mariano y Lolita Sevilla, pero que tiene momentos muy divertidos y un guion con varias vueltas bien hiladas.
No es la mejor de su director —otro día me gustaría rescatar fragmentos de Mi tío Jacinto o, también, por su peso “emocional”, de Marcelino pan y vino, aquel dramón poetizante que colonizó parte de nuestra infancia—, pero en ella, junto al buen dúo de los protagonistas y la sorpresa de Gila, hay intervenciones no desdeñables de Pepe Isbert, Fernando Sancho, Emma Penella o José María Rodero, entre otros.
Friedensreich Regentag Dunkelbunt Hundertwasser: Le bateau Babel, 1958.
Nombres
«El de la rosa —dijo B, que laboraba en los cimientos de la Torre— está bien claro, ya lo muestra su naturaleza. Pero del Nilo, sabemos que fue la respuesta del patriarca cuando le pidieron opinión sobre cómo llamar a aquella vasta extensión de agua: “Ni lo sé, ni lo diré”, respondió. Y añadió luego: “Y si me río, me río”».