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(Lecturas en voz alta, 79). La Fundéu (Español Urgente) es una de las mejores cosas que le han pasado a la lengua española en los últimos años. La posibilidad de disponer de un consultante de guardia que resuelve (o lo intenta), casi a vuelta de correo electrónico o de llamada telefónica, tus dudas lingüísticas y las urgencias, a veces muy peliagudas, que te salen al paso en el laboreo de la edición de textos —a menudo, un trabajo de picapedrero o minero que uno se empeña en abordar con instinto de alfarería— es todo un lujo cuya generosa existencia es de justicia reconocer.
Están, además, los boletines diarios que la Fundéu hace llegar al buzón de quien lo solicita y en los que, con un sentido encomiable de la oportunidad, se suelen suministrar directrices de buen uso de la lengua relacionadas con temas candentes o en el candelero, ligados a cuestiones de muy diversa índole. Una herramienta que ningún periodista digno de tal nombre —porque la dignidad de esta profesión no la borran ni los más zafios usos que se hacen de ella— puede permitirse ignorar.
Por otro lado, cuando, como ocurre hoy, esas recomendaciones de la Fundéu vienen envueltas en sugerencias y defensas de un uso poético de las palabras*, que uno no se atrevería a defender en los contextos prosaicos, pacatos y rebuznantes en que suele moverse la realidad, a la utilidad se suma la alegría. Y surge entonces, espontánea y apremiante, la necesidad de dar las gracias. A quien corresponda, y desde el lado más sensible del lenguaje.
Hecho.
Nota: me refiero a la propuesta de la frase «espigar en un contenedor o en la basura», como alternativa a la expresión inglesa «dumpster diving».