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Imagen de Cantábrico, le película. |
(Visiones en voz alta,
🐺🐜🐬🐾🍁🏔🎥22). El cine documental de naturaleza hecho en España hace tiempo que alcanzó la madurez, pero en los últimos años, y pese a las dificultades económicas, ha producido algunas obras señeras. Tal fue el caso de
Guadalquivir (2013), una intensa y bellísima película en torno al recorrido del principal río meridional de Iberia y sus diferentes y valiosos ecosistemas. Y este es también el calificativo que merece
Cantábrico (2017), un viaje al compá
s de las estaciones protagonizado por algunos de los miembros más destacados de la fauna que habita en los bosques, picos y ríos de nuestra cordillera septentrional, en lo que con propiedad se pueden considerar «los dominios del oso pardo», tal como indica el subtítulo del largometraje dirigido por Joaquín Gutiérrez Acha y con producción de José María Morales, responsables también de Guadalquivir.
Junto al gran plantígrado, emblema indiscutido de la fauna norteña, del que se ofrecen escenas muy vivaces, comparecen en los papeles estelares de la película el lobo ibérico (con la filmación real por vez primera de una cacería en manada), el gato montés y su finura andariega, el atildado armiño, el rebeco y su dones de gran equilibrista , la víbora de Seoane, varias especies de aves picatroncos, el mirlo acuático, que se revela como un gran submarinista y nos asombra al emerger tras una poderosa cortina de agua, en uno de los tiros de cámara más sorprendentes del filme. Sin olvidar a algunas variedades de insectos, y mucho menos, en lo que a la fauna acuática se refiere, al infatigable salmón, cuyos deportivos remontes de las aguas, en su pertinaz vuelta a casa para asegurar la reproducción en la cabecera del río que le vio nacer, está filmado con todo detalle y gran espectacularidad.
Aunque probablemente la secuencia estrella de la película, junto a la citada cacería lobuna, sea el vistosísimo y pocas veces captado ceremonial de cortejo y apareamiento del urogallo, incluidos los inauditos cantos de un ave cuyo declive demográfico, al borde de una casi irreversible extinción, da especial valor a las imágenes y sonidos que aquí se ofrecen. Junto a ellas, las secuencia que muestra a unas plantas carnívoras en pleno frenesí devorador, justifican por sí solas el visionado. No en vano, como decía Darwin —y se cita expresamente en el filme—, las estrategias alimentarias de este tipo de plantas son uno de los fenómenos más fascinantes de la evolución de la vida.
Estamos, en suma, ante una película muy recomendable, de
impecable factura técnica y que, como aspectos de realización más destacados, cuenta con un guion bien pautado y siempre muy cercano a las imágenes, una excelente fotografía y una
banda de sonidos animales y de la naturaleza en la que queda patente la mano maestra de
Carlos de Hita, al que se debe también la escritura del texto que con bien trabado ritmo narrativo va engarzando las diferentes historias. Para no perdérsela.