Antonio Berni: La comida., 1953. Col. privada. |
(AJR, 7:22 - Palíndromos ilustrados LXXIV)
Antonio Berni: La comida., 1953. Col. privada. |
Unamuno en su casa de Salamanca, en 1925. Foto Col. C. Ased
Alguien que se le parece, y mucho, nos recuerda al grupo de amigos que compartimos comida oriental y un poco de charla el último poema de Unamuno, escrito tres días antes de su muerte, el día de los inocentes de 1936. Es un soneto que bien podríamos denominar «soñeto», tanto por su tema, trágicamente unamuniano —con Calderón, inevitable, al fondo—, como por la aliteración en eñe, que le da a la pieza una especial sonoridad, cercana acaso al quejido roto de una caña cercada por el viento.
Como tanta otras veces, como en toda su obra acaso, el angustiado creyente, en su lucha agónica por vencer al Ángel de la duda, y enfrentado aquí al viaje definitivo, fuerza la razón con la llave maestra del sentimiento, y en unas líneas secas y brillantes, densas y pese a ello movedizas, logra alzar la escala de catorce líneas que le permite asomarse al otro lado, si no con esperanza, sí con la afirmación de la fe: esa terrible y heroica permanencia en el lado oscuro, contra viento y marea.
Es un poema notable, clásico, tal vez no perfecto, pero provisto de una inmensa humanidad. Y cargado con una dosis de belleza suficiente para que, al leerlo, el otoño y los afanes y zozobras que lo habitan nos parezcan un poco más cercano, el uno, y algo menos graves, los otros.
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