Miss Lunatic
A Carmen Martín Gaite,
en el bosque de Manhattan.
Cuando la veo pasar, la reconozco
por el vivo color de sus harapos,
la faltriquera, larga trenza blanca,
y el gran sombrero extravagalegante.
De su carrito emerge la discordia
de Frankenstein antes de la tormenta.
Va por la acera como por un sueño
o por el bosque o por el arco iris.
Hay en sus manos un terror antiguo
y en su voz lascas de un alcohol que nunca
la ardió la sangre, sí la noche helada.
Ha amado mucho. Es sabia porque es libre.
Y escucha siempre a quien se para a hablarle:
«A mí me encanta que me cuenten cosas».
(Ahora se ha ido. Amigo, si la ves,
dile que aquí, en la isla de Manhattan,
llora la estatua de la Libertad).
Fotografía de Carmen Martín Gate © Ricardo Guitiérrez, tomada de aquí.
Tal día como hoy, 23 de julio, hace ya 16 años, fallecía Carmen Martín Gaite, una de las mejores escritoras de su generación, además de mujer dulce, generosa, vitalista hasta su último aliento. Autora de una obra en la que figuran textos de gran finura crítica e inteligencia y de algunas novelas inolvidables, surgidas de una capacidad fabuladora y de un «cuarto de atrás» que en más de un aspecto son comparables –la una y el otro– a los que poseía Virgina Woolf, Martín Gaite es también la creadora de una de las mejores novelas infantiles de nuestra literatura, Caperucita en Manhattan. A ella pertenece el inolvidable personaje de Miss Lunatic, una criatura de tan prodigiosa verdad que resulta difícil no verla como un retrato de una parte importante del alma de su autora. Así la abordé en este poema, escrito a raíz de la muerte de la escritora y que ha permanecido inédito hasta que, recientemente, Hilario Barrero lo acogió con generosidad y cuidado en el número 11 de los Cuadernos de Humo, una muy selecta publicación periódica que el escritor toledano afincado en Brooklyn edita, precisamente, en Nueva York. No cabía mejor destino.