viernes, 20 de mayo de 2016

Quadra-Salcedo, en los 80

Miguel de la Quadra-Salcedo, a punto de cumplir
80 años, fotografiado por Claudio Ávarez para El país.
Acabo de enterarme del fallecimiento de Miguel de la Quadra-Salcedo, tal vez el penúltimo gran aventurero español. Hace cuatro años, al cumplir él los 80, le dediqué esta entrada que ahora
rescato como homenaje (y aun a costa de llevarle la contraria a lo que el primer párrafo dice). In memoriam.

No faltan a diario aldabonazos sobre la puerta del tiempo. Avisos reiterados y precisos que alertan de lo inverosímil de su fuga. Por fortuna, no siempre estos reclamos provienen de la sección necrológica, ese inevitable repertorio de ausencias que no cesa de mostrarnos cómo se cumple a rajatabla la sentencia que tantos viejos relojes llevan grabada en el redondel de sus horas: «Todas hieren, la última mata». El golpe de conciencia de la fugacidad viene hoy de la mano de Miguel de la Quadra-Salcedo, que este viernes* último de abril cumple 80 años, como acaba de recordar Juan Cruz al entrevistarle en El país. 

No sé si a los jóvenes de hoy el nombre de MQ-S les dirá mucho, aunque por su continua vinculación con la ruta Quetzal se ha movido con envidiable soltura entre la generación de quienes podrían ser sus nietos.  Para los que nos criamos, televisión mediante, a los pechos de la loba en blanco y negro domesticada por Félix Rodríguez de la Fuente, don Miguel es uno de los pilares indiscutibles de la aventura.  La encarnación ideal de una forma posible de vida que tenía la dimensión épica como referencia de fondo.

Junto con el carismático «amigo de los animales», de carácter tan vivaz como autoritario, y el aguileño César Pérez de Tudela, al que imagino siempre encaramado en alguna cima de hielo inexpugnable, MQ-S completa una tríada mítica de sonora nominación cuyas principales evocaciones remiten al territorio de la juventud, ese espacio que cuando se transita por él parece inacabable.

Conocí y traté fugazmente a  MQ-S en la segunda mitad de los años ochenta, cuando él tenía más o menos la misma edad que tengo yo ahora. Ambos estuvimos embarcados en un libro-objeto (eso que los anglosajones suelen llamar un coffee table book), muñido por Ramón Tamames, esponsorizado por el Camel Trophy y editado por el sello Salvat Libros, del que entonces yo era editor . Se publicó con el título de El Libro de la Aventura, incluía colaboraciones exclusivas de Asimov, Carandell, Umbral, Vázquez Montalbán o el propio Tamames, entre otros, y Miguel de la Quadra actuó como padrino en su salida a la luz.

De aquella circunstancia recuerdo bien,  además de la extrema cordialidad de Miguel Q-S y cómo se acentuaba en la distancia corta su porte a lo Indiana Jones, el mal rato que nos hizo pasar a los responsables de la edición al poner de relieve, con tacto pero sin ambages, que una foto de los enterramientos de los toraja en la isla indonesia de Sulawesi (los llamados tau-tau) se nos había escapado invertida, de modo que los muertos en efigie que en ella se representaban aparecían cabeza abajo, quizás porque a la maquetista le pareció que de esa forma resultaba más evidente que eran muertos, y el editor, que también escribió los largos pies explicativos de la obra y la crónica del evento tomado como excusa para urdir el volumen (el Camel Trophy celebrado en Madagascar), se despistó al revisar pruebas y ferros... Curiosamente, era la última foto de la obra. Y ahí sigue.


Arriba, la página del libro mencionada en el texto.
Abajo, la foto tal como hubiera debido aparecer.

Que Miguel de la Quadra cumpla 80 años me parece, ya dije, tan inverosímil como reconfortante. Reconforta poder alegrarse con él y decirlo, aunque sea a distancia y como al vuelo de las veleidades de la memoria, que nos dicta, si no la absoluta fidelidad de cómo fueron las cosas (hipótesis siempre sometida a revisiones), sí las huellas perdurables de cómo las vivimos.

Felicidades, don Miguel, y gracias por haberle prestado cuerpo real  a algunos de nuestros sueños. Ah, y por dar pie a que las efigies de los difuntos toraja recuperen, veinticinco años después, la verticalidad de su condición de vigilantes más allá de la muerte.

*Al parecer, y según apunta su biografía en Wikipedia, el cumpleaños no es el viernes 27, como dice Juan Cruz en la entradilla a su entrevista, sino el lunes 30.


Rescatado de los Arcones de La Posada.
Primera publicación: 27/04/2012.

martes, 17 de mayo de 2016

Las calles

Decíamos ayer... 
(Bueno, han pasado ya cinco años, nada menos que un lustro, ¡quién lo diría!
Pero, básicamente, lo seguimos diciendo. 
Un poco menos jóvenes, ja. Y también más cargados de razones.)


No hay que darle muchas vueltas a las palabras para estar a favor de los que están en contra.
Son precisamente las palabras las que comienzan a darse la vuelta cansadas de estar en contra de sí mismas.
La cuestión está en las calles
De momento, más festivas que agresivas. 
Excitadas no tanto contra el sistema como contra sus mentiras, 
contra la burla de los que Ni ahora Ni acaso nunca 
se darán por aludidos. 

¿Alguien sabe dónde se encuentra la delgada línea roja
que separa el desorden ordenado del caos?


Mosaico interactivo de imágenes: # 15-M # Democracia Real Ya, tomada del blog Edén.


Entrada rescatada de los Baúles de la Posada
Primera publicación: 17/05/11, a las 20:20

sábado, 14 de mayo de 2016

Lluvia nocturna*



Qué sorpresa, palabra, tu sencillez al vuelo,
el ala que de pronto golpea en el cristal
y pone en guardia a todas las vírgenes prudentes
con nada más que el leve chispazo de un candil.
Porque en la lejanía de los libros usados
y en sus oscuros nombres llenos de laberintos
hay un sueño ligero que la noche me trae
para unir el goteo de su voz a mi voz.
Queda del día un rastro de ceniza oloroso
y muecas sibilinas de torvos personajes
y está la idolatría de los pueblos sin sangre
y los enigmas acres que arrastra el huracán.
Y son señales todas de un cielo asaeteado
por los revoloteos de murciélagos drones
que astillan las pantallas de los cubiles tristes
como una extraña forma de ponerse a llover.

Imagen de autoría desconocida. Tomada de aquí.


* Superados los efectos del Viernes 13 y su poder corrosivo, aquí está la versión restaurada del poema. Disculpen el desconcierto, si lo hubo. Y gracias, como siempre, por la atención.

viernes, 13 de mayo de 2016

Nuvia llocturna


Qué sorpresa, palabra, tu sencillez al vuelo,
el ala que de bronco colpea en el gristal
y pone en guardia a todas las vírgenes prudientes
con nada más que el leve pischazo de un dancil.
Porque en la liejana de los lorbis usados
y en sus oscuros nembros llenos de laberintos
hay un sueño gilero que la necho me arte
para ruin el goteo de su voz a mi voz.
Queda del día un copo de cineza orolosa
y muecas bisilinas de porsajenes trovos
y está la toiladría de los buelpos sin sengra
y los gimanes acres que astrarra le harucán.
Y son laseñes todas de un cielo asaeteado
por los retoloveos de muciérlagos drones
que astillan las panllatas de los cubiles tristes
como una extraña morfa de ponerse a llover.

Imagen de autoría no conocida. Tomada de aquí

miércoles, 11 de mayo de 2016

Exoplanetas interiores


La mareante realidad de ahí fuera. Con sus al menos seis caras.

Se me ocurría antes una frase llena de bucles reticentes, con ese supuesto equilibrio basado todo él en la más escéptica de las posturas, que por definición nunca se agota a sí misma. Tan improbable o incluso falsa, en suma, como ese escepticismo fundamentalista (o fundamentalismo escéptico: albardas intercambiables para el rucio del pensamiento) que consiste en dar un paso en una dirección, mientras se apunta urgente la posibilidad de ir hacia el lugar opuesto. O, con mayor propiedad, hacia otra dirección que tampoco parece ser la definitiva y que de inmediato engendra su reflejo neurótico. Y así hasta crear el dibujo real, pura ilusión, de los círculos concéntricos y su danza derviche. No debe de ser muy distinta la experiencia real de la locura, salvo por el dolor.

Pero toda esta indecisión se contrapone con los datos exteriores de la conciencia (aunque, una vez percibidos y asimilados, ninguno lo sea). Datos que nos informan, por ejemplo, de que se acaban de descubrir varios centenares de exoplanetas nuevos, de modo que el cálculo de este tipo particular de cuerpos celestes ha sufrido un aumento no sólo mareante sino literalmente inasumible. Veamos si no: «Si se extrapola el número de planetas de este tipo detectado hasta el momento a la población de estrellas conocidas, la conclusión es que probablemente existan decenas de miles de millones de planetas habitables en toda la Vía Láctea...».

Puestas así las cosas, produce un magro consuelo (¿de qué?) y una confortable sensación de cercanía, casi intimidad, comprobar que el concierto de AC/DC en Sevilla logró el éxito esperado, sin sorpresas pero todavía con vigor. O que Woody Allen acudirá a Cannes para estrenar su nueva película, y que así la realidad pueda aguantar un año más. O que esté a punto de saberse que le darán el premio Princesa de Asturias de las Artes a Núria Espert, y en el escaparate de proyectos de la mente ya se ha iluminado un rótulo expresivo: «La Espert o el Teatro». Un consuelo, ya digo, que es eso: suelo, tierra firme, frente a la fuga vertiginosa en que, si de verdad nos paramos a pensar (pero rara vez nos paramos a pensar), se va convirtiendo sin remedio nuestro cerebro, como una melodía que nunca se alcanza.

Y tal vez sea aquí donde el escepticismo fundamentalista opere su mejor paradoja y se muestre capaz de segregar la más eficaz terapia. La que nos libra de la pegajosa impresión de que todo pueda ser el sueño de un insecto evolucionando bajo los vapores tóxicos del más poderoso de los gases letales: la imaginación.

Hay días en los que resulta muy fácil comprender a Kafka.


(Tiempo contado, 11 mayo de 2016, 11:01)  

Imagen superior tomada de La Entrada Secreta.
La imagen inferior procede de aquí.

lunes, 9 de mayo de 2016

Manuel Vicent: la vuelta al ruedo


No hay signo más claro de que san Isidro está a la vuelta de la esquina que la aparición en El País del artículo antitaurino de Manuel Vicent. No sé con exactitud a cuándo se remonta el primero (¿1981?), pero tengo la sensación de haberlos leído durante toda la vida. Mucho antes de que el ecologismo prendiera —aunque todavía poco— en el sentir común, y cuando aún faltaba un mundo para que dejara de ser una extravagancia hablar del «derecho de los animales», Vicent llegaba puntual, en los primeros días de mayo, con la campana bien afinada de su prosa levantina, a conjurar la sangre que iba a derramarse en el coso de Las Ventas. Y, con ella, la de todas las fiestas sangrientas que a partir de ese momento se disponen a encarar su apogeo estival, tras el aldabonazo de la feria taurina más larga e importante del planeta.

Supongo que alguien habrá tenido ya la buena idea de recopilar estos escritos y no sería extraño que sobre ellos se haya llevado a cabo un estudio de estilo para poner de relieve cuántos modos diferentes hay de venir a decir lo mismo, sin caer nunca en la fatiga del estereotipo y sin darse por vencido frente a la inutilidad práctica del mensaje. Tan pronto como tenga un rato libre, me pondré a indagar sobre estos extremos, de los que a buen seguro la red alberga capturas ciertas.

Hoy, al volver a encontrarme en el papel con la columna isidril de Vicent, se me ha abierto de nuevo, pero tal vez como nunca, la flor de la paradoja. Es el estado de perplejidad que siento siempre que se me plantea en la conciencia la polémica de los toros. No encuentro razonable ningún argumento para excusar el sufrimiento animal. Y estoy convencido de que, como apunta Vicent en su último clarinazo, la fiesta de los toros toca a su fin. No será de inmediato, pero sus días están contados.

La contradicción, sin embargo, surge cuando pienso en todo lo que sin la tauromaquia nos habríamos perdido. Lo primero, unas cuantas páginas del diccionario llenas de metáforas brillantes. Y, en la sabia mezcla de ellas, todo un género literario, a cuyo lado ha ido creciendo una muy interesante obra periodística, que va desde los míticos artículos de mi paisano Gregorio Corrochano hasta las inolvidables piezas maestras del gran Joaquín Vidal, con el que Vicent, por cierto, más de una vez sostuvo algún épico «mano a mano». Por no hablar de tantos libros, como el excepcional Belmonte de Chaves Nogales. O el inolvidable poema de Lorca dedicado a Sánchez Mejías. O incluso algunos de los romances que mi viejo amigo Rafael Duyos dedicó a destacadas figuras del toreo. Y, en fin, toda la extensa nómina de obras de arte en tantos campos de la expresión humana: pintura, escultura, música, cine. Y, ya dentro del aspecto innegable que el propio toreo tiene como arte, algunos momentos de una belleza que no son fácilmente explicables: pura «música callada», que dijera Bergamín.

Y, para mayor inri, sin los toros y sin la feria de san Isidro, nos habríamos perdido la insustituible cita de estos artículos que desde hace tanto ordenan con tan buen pulso los días de mayo.



Fotografía superior: Manuel Vicent en Dénia, en 2011, © Jesús Ciscar/El País
De la inferior, no he podido localizar el autor. La he tomado de aquí.

jueves, 5 de mayo de 2016

Lo ignoto ya lo noto


Este modo sutil con que pretendo
decir lo que no pueden las palabras
es un fondo sin pozo donde el agua
refleja la esperanza del momento.

Y es también el recodo en el que escondo,
diciendo sin decir, eso que buscas:
hipo escrito, lector. Llaves. Qué injustas
son las horas robadas a lo ignoto.

A lo ignoto, al secreto, a la insurgencia
de todos los fantasmas e invivibles
deseos que nos minan desde adentro.

Pues sólo así, sin cautivar la pena
de sorbernos sin fin, tan infelices,
podremos darle vida al, lector, muerto.

Fotografía anónima. Tomada de aquí.