miércoles, 25 de noviembre de 2015

Figuerola-Ferreti, uno y mil duendes


De las muchas cosas que le debemos a Luis Figuerola-Ferreti, que acaba de emprender su viaje al más allá, no es la menor, pero sí quizás la más antigua, el muy famoso anuncio de «Las muñecas de Famosa», una delicia publicitaria de época que alguna vez, en Casa Carmina y allá por los primeros ochenta, nos sirvió de motivo a un grupo de amigos para echar unas risas incluso estruendosas a costa de ingenuidades propias y ajenas. 

La verdad es que hacía ya algunos años que no había vuelto  a tener noticia de quien durante varias temporadas fue un placer buscado y perseguido, tanto en las tertulias nocturnas, verbeneras y moncloítas, de Radio Nacional, como en el magacín matinal de Iñaki «Ser» Gabilondo. Fue en este último, si no me traiciona la memoria, donde mayor recorrido tuvo Doña María, la sagaz «gladiadora del hogar», uno de los personajes más redondos de los muchos que trabajó con humor y absoluta verosimilitud quien gustaba definirse como duende de la radio, y sin duda lo era, con muchas encarnaciones. 

Otra de sus facetas, no tan conocida pero también apasionante, fue la de coleccionista de juguetes de hojalata, de los que llegó a reunir un número tan valiosos de piezas que fueron suficientes para montar, en la Casa de las Flores de Candeleda, un muy interesante museo. A él corresponde la imagen elegida para ilustrar esta nota.

Sus inicios como creativo publicitario, su formación jurídica y periodística, una curiosidad que se extendía en muchas direcciones, variados saberes nada superficiales y un ojo muy atento a la actualidad y sus derivas, todo ello hizo de Figuerola-Ferreti una personalidad inolvidable, como bien salta a la vista, además de por lo ya dicho, con solo merodear un poco por su extensa bitácora personal. 

En esta larga entrevista que le hizo en febrero de 2013 Pilar Socorro, y cuyo inicio musical es de lo más adecuado para el día de hoy, están contenidas muchas claves de un artista que, en lo suyo (y lo suyo eran muchas cosas), todo lo hizo bien. 

Hasta siempre, maestro, gracias por las horas de felicidad. Sus voces, muchas de ellas felizmente salvadas por ese doble del mundo que es la Red, quedan con nosotros.

Mr Black

En el Observatorio del Roque de los Muchachos, La Palma.
Foto 
© AJR, 2013.

Le pregunté a Mr Black
si era posible salirse de la noche
sin despertar sospechas.

«Esa pregunta
—me respondió—
carece de sentido».

«Entonces
arrugué el entrecejo—,
¿por qué me respondes?»

Mr Black me miró,
no sé si con enfado
o sólo con murria.

Después guardó silencio
hasta que los primeros
grises del amanecer
empezaron a dibujarse
al otro lado de la ventana.

Al sentir que llegaba el día
(digo yo),
Mr Black
me miró de nuevo 
y sin casi mover el pico
me dijo:
«Sí, se puede».

Y se marchó volando
en dirección al mar.

Lo estuve mirando
durante un buen rato.
Por su manera de mover las alas
y los destellos de la luz en su plumas
comprendí que había llegado
el invierno


Rescatado de los Arcones de la Posada.
He añadido las líneas finales, con la variante del Invierno,
que era el nombre (Mr Winter) con el que erróneamente
recordaba a este cuervo tan suyo.
Primera publicación: 11/10/13; a las 13:00 h.

jueves, 19 de noviembre de 2015

Adele le da



Como sé que los generosos lectores de estas letras son gente muy especial, puede que hasta este momento usted no haya visto, o solo distraídamente, el vídeo de la última canción de Adele (arriba). Si es así, sepa que en el preciso instante en que haga clic en él se estará sumando a una muchedumbre (solitaria, por supuesto) que debe de superar ya los 400 millones de youtubers, a los que sin duda habrá que añadir algún milloncejo más de vevoístas o vimeístas, y cifras nada desdeñables de aficionados y usuarios de otras videorredes, amén (con porla) de los incontables zombis que se pasan media vida hocicando en los contenedores de la tele (y menos mal: estremece pensar qué podría pasar si nos faltara ese pienso).  

Esta canción, la última de Adele, en la que todo tiene la cocina de una campaña publicitaria que se vendiera a sí misma, dicen que está produciendo, sobre todo entre ellas, el curioso efecto de que quien la escucha siente un irresistible deseo de llamar a su ex, incluso aunque sea (fuera) de otro color (el recuerdo tiñe la realidad como mejor le peta) o ya de otra especie. 

El caso es que la voz de Adele es un prodigio. Incluso un prodigio inconsciente: he de confesar, no sin sonrojo, que después de años oyendo (que no escuchando), aquí y allá, algunas de sus canciones, y de haber disfrutado, en ese caso sí, muy particularmente de la inspirada banda sonora de Skyfall, la penúltima de Bond, pese a todo eso y otros equívocos en los que no me demoraré, hasta hace unas pocas semanas no sabía realmente quién era Adele. 

Ahora, y desde hace esas mismas semanas escasas, tengo algunos datos más. Pero confieso que, torpe y desagradecido que es uno, además de desordenado, con tanta lluvia digital por todas partes (y lo digo sin guasap), el fenómeno no me da más que para ilustrar un obvio, menguado y sin duda insignificante palíndromo. El que titula este post. Y que, por cierto, más que una sugerencia, es una incógnita no carente, creo, de poder fantaseador. ¿Qué, a quién, o a qué le dará, realmente, Adele?

(AJR: 3, 9; Palíndromos ilustrados, XLIV)

martes, 17 de noviembre de 2015

Lo que no puede el ángel



Vuelvo por enésima vez, sin comentar apenas nada, a esta escena de El cielo sobre Berlín, tan útil para cuando parecen perderse los signos que marcan el camino. Para momentos en los que nos sentimos, y acaso somos, espíritus extraviados. Para los terribles días grises de después. Para ahora.

domingo, 15 de noviembre de 2015

París bajo las sombras


                           De la ciudad herida
                                      oigo el caudal inmenso,
                                      de la sangre inocente,
                            la belleza tachada
                            sobre las flores rotas
                            del bulevar Voltaire.

                            Y veo que la luna,
                                              la luna ausente,
                                                                        cubre
                            con la cruz de su espada
                            desnuda
                                                  el odio seco,
                            atroz, irreductible,
                            la letal confusión.

                            París bajo las sombras,
                            sitiada desde dentro,
                            abrasada en el fuego
                            oscuro
                                                  de las hordas
                             que combaten en nombre
                             de la gran sinrazón.

                             ¿Será,
                                         como alguien dijo,
                             la primera batalla
                             de una guerra distinta?
                             Es la misma derrota
                             que trata de infligirnos,
                             aquí y allá,
                                                el Horror.

                             París tocado, herido
                             en sus venas profundas,
                             rota casi su alma,
                             capital del dolor...
                             París, bajo las sombras,
                             en busca de la luz.


viernes, 13 de noviembre de 2015

Rulfo, de viva voz



Esta manera de «leer» a Juan Rulfo, con frituras y ecos como de dictado al fondo, pero en la propia voz del escritor, es una experiencia inolvidable. El texto («¡Diles que no me maten!», uno de los cuentos más desoladores de El llano en llamas) nos llega de una forma que lo vuelve una realidad física inmediata, muy poderosa, cercana a una percepción que roza los límites de la absoluta objetividad. Quiero decir que es así, sin duda, cómo Rulfo entendió el texto, que este era el ritmo y ese el fraseo con que resonaba en su cabeza, incluidas algunas licencias gramaticales que el texto escrito, o su edición, no se permitió. Y aunque su «realización» puede que no sea la más perfecta desde un punto de vista «interpretativo», sí es la más exacta. O, al menos, la que más cerca nos deja del espacio íntimo de la creación de estas palabras prodigiosas.

Rescatado de la arcones de La Posada. Primera publicación: 04/10/20013, a las 18:27.

Hoy, viernes 13/11/2015, en el Día de las Librerías y para conmemorar el sexagésimo aniversario de la publicación del otro gran título de Juan Rulfo, Pedro Páramo, la librería de Madrid que lleva el nombre del escritor mexicano ha organizado una lectura continuada de la novela, a la que me hubiera gustado sumarme. Como no me será posible, sirva esta republicación como reconocimiento y homenaje a una de las voces imprescindibles de nuestra lengua. Y con el añadido, además, de que otro gran autor mexicano, Fernando del Paso, acaba de ser distinguido con el premio Cervantes. 
Cuántas cosas buenas nos han venido de México, empezando por la labor de foco cultural que la librería del Fondo de Cultura Económica, recientemente reinaugurada, lleva décadas realizando en pleno corazón de Moncloa, al pie mismo de la Ciudad Universitaria. 

miércoles, 11 de noviembre de 2015

A modo de oasis


Sorbos de luz 
en las crines del viento:
nubes, palmeras.

Paraje del Mar Menor © AJR, 2013  


A modo de trasluz. La fusión sensorial e intelectiva entre imágenes y palabras, aunque sea una muy antigua retórica de la humanidad (seguro que el homo sapiens de Altamira ya le puso palabras al bisonte parietal), hoy hace posible un modo de expresión que las nuevas tecnologías vuelven inmediato. Y acaso más poderoso que nunca. El emisor (al que objetivamente podríamos llamar artista) debe saberlo. O, por mejor decir, no debería ignorarlo. De este modo, los dos poemas que he colgado arriba, la fotografía y el haiku, deberían ser capaces de crear en su confluencia un tercer objeto expresivo cuya existencia solo es posible (y perceptible) en la medida en que ambos producen sus efectos de forma simultánea. En clave realista, ambos comparten referentes inequívocos (luz, nubes, palmeras), otros sospechables (viento), mientras que sólo a la peculiar naturaleza sugeridora de las palabras corresponden criaturas, objetos, sensaciones o incluso conceptos como los enunciados por «sorbos de luz» o «crines del viento». Y sólo del poder de la imagen plástica derivarían las extensas sensaciones, tan difusas o precisas como el receptor logre identificar, que es capaz de provocar un paisaje mediterráneo. Ahora bien, unas y otras, palabras e imágenes plásticas, son hijas del mismo oasis que las engendra y, en su apareamiento, fundan un nuevo lugar común, tal vez un paraíso, cuyos habitantes son los hijos de la palabra pintada porque sí y la imagen que habla de sí misma. Es decir: el paraíso de la vida sensible alrededor. Si bien visto, claro está, desde dentro.