viernes, 13 de febrero de 2015

¿Qué sería de nosotros sin la radio?


Lo de los «Días Mundiales de...» es una milonga que ya parece excesiva, incluso como broma. Pero cuando tienen apellidos como el de hoy (ya casi ayer), Día Mundial de la Radio, a uno le cuesta poco sumarse a la fiesta y aprovechar la efemérides para escribir un post: este. Un post en el que lo único que me gustaría escribir es la misma frase que una vez le mandé a Mara Torres, a la Cadena Ser, cuando ella era la conductora de Hablar por hablar y yo el oyente que muchas noches le enviaba un correo electrónico firmado por Farero, y que ella leía en antena. Un invento que tuvo cierto éxito, y que incluso llegó a contar con una sintonía propia (aún sobrevive en los archivos de la Cadena) y hasta una hora fija, al filo de las 3,33 a.m. Fueron, aquéllas, noches de duro bregar: estábamos actualizando la enciclopedia Espasa en turnos estajanovistas y en lucha contra el reloj, y la compañía cálida de las ondas era una barca segura para surcar la noche y alcanzar las horas altas de la madrugada, muchas veces bastante más allá del amanecer.

La radio es, sin ninguna duda, el medio que más cerca he tenido siempre. Y la verdad es que a estas alturas no soy capaz de pensar en mi vida sin ella. Ahora mismo, está sonando a mi espalda. Así que puedo repetir, con plena consciencia y vigencia total, la frase que una noche le envié a Mara, y que no era otra que la que encabeza estas líneas. Aunque no lo parezca, les aseguro que es mucho más que una pregunta retórica. De Farero, que de cuando en cuando aún sigue acudiendo a su Faro, tal vez hable otro día. En estos vídeos, Mara Torres lo recordaba, al volver a ponerse frente a los micrófonos del Hablar por hablar con motivo del 20º aniversario del programa.





Imagen superior: (c) Paco Farero, 2014, tomada de aquí. 

lunes, 9 de febrero de 2015

La danza del torno

Grabado de La fuga de Atalanta, de Michael Maier (1617).

No recuerdo la primera vez que vi un torno de alfarero. Pero debió de ser muy pronto, que no en vano uno nació en la llamada «Ciudad de la Cerámica». Y muy próximo al colegio Cervantes, del que fui alumno de primaria hasta junio de 1964, estaba el alfar de Ruiz de Luna, el gran renovador del arte del barro noble en Talavera. Lo que no se me olvida es la fascinación inmediata al contemplar su movimiento, tan hipnótico. Y la sorpresa añadida de comprobar que las manos del artesano en verdad estaban llenas de magia y podían modelar y dar vida a cualquier cosa. 

Las subidas y bajadas de la pella de barro, su estilización o engrosamiento, con tan sólo presionar el alfarero en uno de sus puntos o disponer los dedos de una u otra forma, el modo milagroso en que iba apareciendo la pieza deseada..., todo era un espectáculo visual de enorme atractivo, una suerte de juego maravilloso. 

Pensando en ello, caigo en la cuenta de que el movimiento del torno y el baile de los cables de la electricidad o del telégrafo, observados desde un tren en marcha, son dos experiencias que, a muy temprana edad, probablemente me revelaran la importancia del ritmo. Y la forma especial de belleza que hay en las cosas que se ordenan según su propia música. 

En esa deriva, he llegado a pensar que mi temprana afición a las canciones y el gusto posterior por las palabras gobernadas por el ritmo --en suma, mi interés por la literatura y, en concreto, por la poesía--, es probable que tuvieran que ver con esa primera intuición del movimiento pautado y su capacidad de encantamiento. 

De no muy distinta naturaleza fueron las revelaciones sorprendentes contenidas en las simetrías de algunos romances --el de las tres cautivas o el de la penitencia del rey don Rodrigo-- o en los recurrentes finales de muchos cuentos, y en especial en las truculentas historias que me contaba la señora Anselma, una anciana amiga de mi madre que pasó muchas horas a mi lado durante mi infancia. 

Todo ello componía una danza circular que, gozosamente, estos vídeos me han traído a la memoria, al tiempo que volvía a quedar atrapado en la mágica red de los ritmos geométricos.

viernes, 6 de febrero de 2015

«TeleGoya, dígame»


La paradójica intensidad vital de las últimas semanas apenas me deja tiempo para poder cumplir con uno de los pocos ritos (acaso el único) que mantengo en este blog desde sus orígenes: apostar en la quiniela de los Goya. Aunque sea a vuelatecla y aprovechando las huellas de las entregas precedentes, aquí esta mi boleto para una edición que, a mi entender, tiene un resumen bastante claro: este fue el año en que conocimos la isla mínima, tan enorme.

☻ Goya de honor: Antonio Banderas. Si bien no logro recordar cuál fue su último buen trabajo como actor, me parece que la decisión de la Academia tiene suficiente base en la que apoyarse. La elección, además, supone rejuvenecer mucho este premio honorífico a toda una carrera: Banderas, a sus 54 años, no sólo será el más joven en recibirlo sino que, si se exceptúa al productor Emiliano Piedra (que lo ganó en 1991, con 59 años), es el único que lo logra con menos de 70 años.


☻ Mejor película: La isla mínima.  Aunque aún no he visto Magical Girl, su posible rival entre las cinco candidatas, cualquier otro resultado en esta categoría seria una gran sorpresa. El filme producido por Antena 3, Atípica y Sacromonte es una mezcla perfecta de cine de género (negro) y estética minimalista puesta al servicio de una historia con mayor calado del que en general se le ha atribuido. A mí me parece una obra llamada a durar mucho tiempo en la memoria de los espectadores, lo cual en tiempos velofugaces e hipericónicos como estos es un gran mérito. A su lado, y aunque su producción sea también excelente, El Niño se queda en un trepidante pero algo insulso ejercicio de estilo, mientras que Loreak y Relatos salvajes, por motivos diferentes, juegan en otras divisiones.


☻ Mejor dirección: Alberto Rodríguez, por La isla mínima. Tras películas interesantes como 7 vírgenes (2005) y Grupo 7 (2012), esta obra supone un salto cualitativos en la carrera del director sevillano, que sigue sin salir del ámbito andaluz a la hora elegir el escenario para sus historias. Lo cierto es que el paisaje de las marismas del Guadalquivir, con su prodigioso laberinto de espejos capaces de reflejar toda la soledad del mundo, es uno de los grandes aciertos de una película que resulta hipnótica desde sus primeras imágenes.


☻ Mejor actriz protagonista: Bárbara Lennie, por Magical Girl. Es una apuesta que hago sin mucho conocimiento de causa  (por lo ya dicho), pero con todo el entusiasmo, La Lennie es, a mi entender, la actriz más dotada de su generación, y tiene a sus espaldas, además de un trabajo teatral impresionante y una valiosa presencia televisiva (allí la descubrí), una docena de papeles cinematográficos que merecen revisión. También opta al premio de actriz de reparto, por su correcto papel en El Niño, lo que sin duda refuerza sus posibilidades en este premio mayor.  

☻ Mejor actor protagonista: Javier Gutiérrez, por La isla mínima. Esa misma mañana oía en la radio comparar al actor asturiano con Alfredo Landa, por su habilidad para desenvolverse con igual soltura en un registro cómico o dramático (incluso trágico). Creo que es verdad: la intensidad con que en esta obra da cuerpo al poli «franquista» (y el adjetivo incluye un matiz de retrato o caricatura mejorada del dictador) sirve para completar la imagen de actor todoterreno que ya teníamos de él, elevándola a una cota de maestría interpretativa sólo al alcance de los grandes. Además, el contrapunto de Raúl Arévalo, en otro gran papel, le brinda la ocasión de rayar aún a mayor altura. Como ya ha hecho en premios precedentes (los Forqué, por ejemplo), seguro que, al recoger este su casi seguro primer goya, Javier Gutiérrez  tendrá bien presente a su compañero Arévalo, que ya ganó la estatuilla al mejor actor de reparto en 2009 (por Gordas). Además de este último, otro «damnificado» será Ricardo Darín, pese a su gran pequeño papel de ciudadano explosivamente cabreado en Relatos salvajes. Y también el cuarto en (escasa) discordia: Luis Bermejo, que al parecer borda su interpretación en Magical Girl.   

☻ Mejor guion original: Rafael Cobos y Alberto Rodríguez, por La isla mínima. Tal como ha contado el propio Rodríguez, a la hora de escribir con su coguionista habitual la historia de la película partió de las evocaciones cinéfilas que el paisaje marismeño le sugería, hasta tramar una historia que, en mi opinión, debe también mucho a la crónica de sucesos de los años ochenta. Y en concreto, al crimen de las niñas de Alcácer, caso tan terrible como vidriosamente rocambolesco y nunca resuelto. La película lo evoca visual y emocionalmente, aunque no se diga de forma expresa, Y, sobre todo, lo toma como síntoma del clima moral de la España de la Transición, además de como posible fondo fangoso en el que hunden sus raíces, y sus coartadas, las corrupciones impunes de nuestros días. Ya dejé un apunte al respecto en este blog.


Mejor guion adaptado: Ignacio Vilar y Carlos Asorey, por A esmorga. Otra apuesta azarosa, pues aún no he tenido la posibilidad de ver esta nueva adaptación de la gran novela de Eduardo Blanco Amor. Confío en que esté más lograda que aquella Parranda (1977) de Gonzalo Suárez, no carente de méritos (el principal, la osadía) pero muy lejos de la atmósfera original. La presencia de Karra Elejalde al frente del reparto parece una garantía.

☻ Mejor actriz de reparto: Carmen Machi, por Ocho apellidos vascos. El gran éxito económico de la temporada es una comedia llena de chaskarrillos y de situaciones divertidas, con el tipismo de los tópicos raciales como principal excusa. El éxito ha sido de tal calibre, que ya tiene hasta secuelas teatrales. El trabajo de la Machi no es, ni de lejos, lo mejor de la película. Y mucho menos de su carrera de gran actriz. Pero apuesto por ella.

Mejor actor de reparto: José Sacristán, por Magical Girl. Otra tirada de ruleta, aunque algo trucada por algún soplo cualificado, amén de por la categoría del nominado. Sería difícil de entender que el gran «Cara de acelga» no se llevara el goya en esta categoría, a la que, año tras año (van tres consecutivos), optan Antonio de la Torre y otros tres actores.

Mejor actriz revelación: Yolanda Ramos, por Carmina y amén. Un excelente primer trabajo en una película menor pero de mucho mérito. Paco León volvió a sacar de la naturalidad interpretativa de su madre una segunda parte llena de hallazgos y en la mejor línea de cierto «tremendismo» hispano. Yolanda Ramos no desmerece en ella.

Mejor actor revelación: Jesús Castro, por El Niño. De enorme puede calificarse la fotogenia de este actor debutante que, además de su papel protagonista en la película de Monzón, también tiene una aparición meritoria en La isla mínima. La decisión del premio tendrá un plus de morbo, dado que uno de los candidatos es el presentador de la gala, el muy simpático Dani Rovira.  

☻ Mejor dirección novel: Carlos Marques-Marcet,   por 10.000 km. A diferencia de otros años, en los que esta era una categoría con una clara favorita, este año tengo la impresión de que va a estar muy disputada. Incluso podría darse la circunstancia (creo que inédita en los Goya) de que ganara una película documental: Paco de Lucía: la búsqueda, dirigida por Curro Sánchez Varela, hijo del guitarrista. 

Y en el resto de categorías (casi todas a golpe de ruleta):

Mejor música original: Roque Baños, por El Niño.
Mejor canción original: «Niño sin miedo», de El Niño (canta India Martínez; autores: Martínez-Rivera-Santiesteban).
Mejor dirección de producción: Manuela Ocón, por La isla mínima.
Mejor dirección de fotografía: Álex Catalán, por La isla mínima
.
Mejor montaje: Mapa Pastor, por El Niño.
Mejor maquillaje y/o peluquería: el equipo de Musarañas.
Mejor dirección artística: Pepe Domínguez, por La isla mínima.
Mejor diseño de vestuario: Mercedes Rodríguez, por Por un puñado de besos.
Mejores efectos especiales: Antonio Molina y Ferran Piquer, por Torrente 5, Operación Eurovegas.
Mejor sonido: el equipo de Autómata.
Mejor película de animación: Mortadelo y Filemón contra Jimmy el Cachondo, de Javier Fesser.
Mejor película documental: Paco de Lucía: la búsqueda, dirigida por Curro Sánchez Varela.
Mejor película iberoamericana: Relatos salvajesde Daniel Szifron.
Mejor película europea: Ida, de Pawel Pawlikowski. Para mi gusto, la gran revelación internacional del año.
Mejor corto de ficción: Safari, de Gerardo Herrero Pereda.
Mejor corto documental: El último abrazo, de Sergi Pitarch Garrido.
Mejor corto de animación: A Lifestory, de Nacho Rodríguez.


Aciertos.



viernes, 30 de enero de 2015

En la noria


Ciento cuarenta
caracteres y un ojo
intuitivo.

El juego exige
resistencia al mareo
y un alma zen.

Ritmo, equilibrios
y acrobacias diversas
sobre la rueda.

Largos destellos
de luces que fascinan
y a veces ciegan.

Y el  giro inmóvil
bajo los viejos astros
del carrusel.

(He abierto cuenta 
en Twitter: caballitos,
tournez, tournez!).

En la imagen, noria en la feria de Albacete.

jueves, 29 de enero de 2015

La Baró


Tengo poco que añadir a tantos recuerdos y a las atentas precisiones de quienes estuvieron cerca de ella. He de confesar que no figuraba entre mis «grandes nombres» hasta que no la vi en Agosto, casi ayer mismo. Allí hacía un papel descomunal, sostenía ella sola, aunque bien acompañada, una obra capaz de trasladarnos al interior de una época, a todos los diablos íntimos de una familia  y a esa esencia del trabajo interpretativo que consiste en dejar que te nazca el personaje desde tu propio ser. Un verdadero asombro. Rascando en la memoria, y en las entrañas de la IMDB, me ha venido algún recuerdo inducido de aquellos Estudio 1 de Televisión Española a los que los de mi edad debemos buena parte de nuestra afición al teatro. Parecía como si quisiera acordarme (frase que ya denota...) de unos Diálogos de carmelitas, que también tenían entre sus intérpretes a Mary Carrillo, María Asquerino y Tina Sáinz. Pero no he encontrado pistas visuales en los archivos de RTVE..., si bien, en contrapartida, me he topado con aquellos inolvidables Doce hombres sin piedad, probablemente el reparto masculino más impresionante que la televisión española haya tenido nunca. Apenas la vi, sin embargo, a la Baró, en sus comedias televisivas, si se exceptúan un par de capítulos de Juntas pero no revueltas y alguno más, pero pocos, de Siete vidas, con esa Sole directa y divertida de la que todo el mundo habla maravillas. También lo hizo (elogiarla en ese papel con gran entusiasmo) mi amigo Miguel Suárez, ya también fallecido: su comentario («¡Hay que ver lo buena que es Amparo Baró!») es lo primero que se me ha venido a la cabeza, junto con la palabra "agosto", al escuchar esta mañana en la radio la noticia del fallecimiento de la gran actriz. Descansen, ambos, en paz.




miércoles, 28 de enero de 2015

El botín de Podemos (o viceversa)


A escasos tres días de la toma pacífica y puede que estruendosa de las calles de Madrid por la fuerza de Podemos, sorprende comprobar la reluciente y afilada navajería que sale a relucir en los cuerpo a cuerpo. Junto a ella, no es menos intensa la sensación de déjà-vue que nos invade a los que tenemos algunos años y un poco de memoria. Es como si el implacable «retorno de lo mismo», que dijera Nietzsche, volviera a confirmarse como uno de los más lúcidos diagnósticos sobre la verdadera condición de la realidad, al menos en su encarnación como historia. Habría mucho que matizar, sin duda.

Pero como la urgencia, en su condición de reverso de lo efímero, es el signo palpitante del tiempo que nos roe, no podemos dejar de subrayar, al menos como síntoma, el impresionante asalto publicitario que el Grupo Santander ha llevado a cabo sobre las principales cabeceras en papel de la prensa nacional (menos «La Vanguardia», ojo al dato). Resultaba sorprendente comprobar esta mañana en el kiosco cómo las ediciones de cuatro grandes diarios de información general venían envueltas en una costosa sábana impresa que, bajo la simulación de las respectivas manchetas de cada medio, lanzaba un idéntico mensaje de optimismo y de reconocimiento a una denominada «generación encontrada». Y lo hacía (lo hace) con palabras precisas dirigidas a «una generación con el poder de querer hacer». Una apelación en la que, bajo la excusa real del lanzamiento de una campaña de becas para universitarios en empresas, es muy difícil no ver un franco y hasta descarado peloteo a favor de los vientos de cambio de los que Podemos es, sin duda, el heraldo mayor.

Y no deja de ser sintomático, también, que en la prometedora serie que, en El País, hoy mismo inicia John Carlin sobre el partido que encabezan Iglesias y Monedero, haya algo más que un guiño de respeto a la nueva dirección del barco de la familia Botín; en concreto, el que pronuncia Jesús Montero, dirigente de Podemos en Madrid:

“No todos los empresarios son iguales”, afirma. “Hay dos culturas empresariales. Una es casta, la otra quiere contribuir al bienestar social, como la familia Botín en el Banco Santander”. ¿Habla en serio? “¡Sí! Yo estoy convencido de que hay empresarios de buena voluntad. Hay sectores del capitalismo emprendedor que saben que necesitan un país con menos desigualdad social, que entienden que así expanden su mercado. Seguro que Ana Botín [presidenta del Banco Santander] se vería con Pablo Iglesias y hablarían de estas cosas”.
Uno tiene la impresión de que, en las bodegas de la realidad (siguiendo con la metáfora marinera), se están fraguando algunas alianzas que podrían pensarse contra natura si no fueran, como ha ocurrido otras muchas veces, una manifestación clara de un viejo pragmatismo. Lo que podríamos considerar un instinto práctico y posibilista que tal vez no sea más que el reflejo, en el terreno de la política, de la adaptación al medio que todas las especies vivas exhiben en su lucha por la supervivencia. Así, lo que pudiera parecer contradictorio en términos políticos o sociales, se comprende bastante bien desde una perspectiva, digamos, ecológica. Otros lo hicieron antes. Y parece que algunos están deseando repetirlo mañana.

martes, 27 de enero de 2015

Vanos




La luz que rasga el borde de los cuerpos
con su filo movido por un ángel
es la misma que cela, en el crucero,
el hálito verdoso de la piedra.

La catedral navega. Ha comenzado
el órgano a extraer de cada sombra
su secreta armonía, los acordes
del sueño de la vida y de la muerte.

Un pueblo de maestros artesanos
levantó con paciencia y servidumbre
estas naves que hoy van a la deriva.

La música en mi cuerpo se transforma,
sobre el aire filtrado por los vanos,
en el mudo estertor de una plegaria.

          (Pulsos de luz)