viernes, 21 de febrero de 2014
Gürtel: casi toda la trama
Los cambios en la dirección de El País saltaron al conocimiento público, el pasado fin de semana, a través de un envío presuntamente equivocado de e-mails por parte del que ya ha sido designado como nuevo director, Antonio Caño. Una peripecia que calcaba tan de cerca viejos y hasta novelescos procedimientos de difusión anticipada de novedades que resulta cuando menos sospechosa. El clásico paripé. Tampoco es que pareciera necesaria una maniobra amortiguadora de una decisión polémica en una situación en la que Juan Luis Cebrián, heredero máximo del reino de Polanco, controla todos los resortes del poder, por más que se mantengan formalmente las cautelas societarias e incluso siga en vigor el muy democrático y pionero estatuto de la Redacción, que obliga a la empresa a someter a una consulta previa (aunque no vinculante) decisiones de este calado.
La noticia del relevo ha sido interpretada en la mayoría de los demás medios como la prueba palmaria de la derechización del periódico. O por decirlo con mayor propiedad, como el refrendo de un pacto de la empresa editora con el actual Gobierno para disminuir la crítica a cambio de apoyos económicos que permitan sortear la muy difícil situación de Prisa, cuyas cifras de negocio arrojan un resultado cercano a la quiebra técnica, aunque ya se sabe que el valor del dinero en términos capitalistas (¿pero hay otros?) es algo muy relativo. La verdad es que, como suele ocurrir en casi todos los relatos informativos que tienen que ver con asuntos complejos, es muy difícil hacerse una idea desprejuiciada de la situación, y el rastro de las informaciones que uno podría seguir es tan prolijo y enrevesado, que la actitud del común tiende a refugiarse en el parapeto del tópico confortable, sin tomarse la molestia de ir más allá.
En mi opinión, hay algunas evidencias, en forma de editoriales, titulares a toda página y sesgos informativos, que desde hace algún tiempo vienen mostrando que la independencia de El País, si no perdida, sí está sometida a asechanzas y derivas que la ponen en tela de juicio, o incluso dan pie para pensar que algunos de los apoyos del periódico deben de estar hundidos en aguas pantanosas. La salida de profesionales de indudable valía y de claro perfil crítico con el poder a lo largo de los últimos meses, con eres o sin eres de por medio, es tal vez el síntoma más inquietante. Pero sería injusto (e inexacto) verlo todo desde esa perspectiva, y más aún en una situación como la actual en que la irrupción de Internet y las redes sociales, con la guasa de Facebook y el follón del gay-twittear a la cabeza, ha puesto patas arriba todo el ecosistema informativo dejando herida de muerte (o casi) a la prensa de papel. Y acaso también el papel de la prensa.
Ahí está como prueba de excelente periodismo crítico e independiente la magnífica serie (casi un folletón a la antigua usanza) que José María Izquierdo, con la colaboración de numerosos compañeros del periódico, ha escrito para desentrañar hasta donde aún es posible el intrincado y ominoso «caso Gürtel», ya en su quinto año de investigación judicial. Y casi doce años después del conocido evento escurialense que, en forma de delirio nada azaroso (pues estaba casi calcado de una conocida secuencia la gran saga fílmica de Coppola, si bien adaptada a los aires del Guadarrama y a la dureza berroqueña del corazón patrio), supuso el cenit de la correosa banda mafiosa. Aunque puede que también marcara el inicio de una guerra de familias cuyos episodios, más o menos truculentos, llegan hasta ayer mismo, y de la que no parece difícil suponer que aún queden batallas pendientes (quién sabe si las más cruentas). El documento de Izquierdo, que puede leerse aquí, es una de esas piezas que, como suele decirse, aunque nunca ocurra, en cualquier país civilizado haría temblar los cimientos del misterio... o al menos de la situación política que hizo posible lo que en él se cuenta.
martes, 18 de febrero de 2014
Gravedad
Tomado de Acordeon Guy vía Naukas. |
Las palabras siempre dicen otra cosa.
Y a veces hasta cumplen lo que dicen.
(Un no sé qué que quedan balbuciendo).
miércoles, 12 de febrero de 2014
Vestíbulo de niebla
La interrupción de la vida cotidiana tiene la virtud de sacarnos, literalmente, de nuestras casillas. Y la desventaja, aparente, de que sin el amparo de la costumbre hay situaciones en las que no encontramos el rastro de las cosas (¡y las personas, sobre todo las personas!) en el lugar donde creíamos que estaban. No hay nada peor (es un decir) que regresar a un lugar del pasado y a las primeras de cambio caer en la cuenta de que es un lugar desierto. Pero es que no se puede volver al pasado, esa es la falacia. Crees que viajas al sitio donde estuviste tantas veces, donde viviste horas y circunstancias que han tenido su peso, pero en realidad lo que haces es llegar a una estación llena de presuntos viajeros que van y vienen, un enorme vestíbulo de acceso a unos fríos andenes donde todos los trenes están inmóviles e intuyes que no se moverán nunca. Y aunque puedes pararte a saludar y a dar y recibir afecto, muy pronto caes en la cuenta de que casi todo el mundo (las excepciones son muy pocas) está en otra parte. Y que también tú, que en teoría eres quien ha emprendido el viaje y en cierto modo llegas con noticias de otras tierras, estás en otra parte. Ahí se inicia o prosigue una interminable danza en fuga: afectos que caminan desprovistos de cuerpo en busca de personas que se mueven congeladas en un gesto, temerosas o audaces, islas y linajes, derivas entre extraños pasadizos que son las calles llenas de viento airado. Y, tras las grandes cristaleras, el laberinto interior de los edificios comunes donde la vida es otra forma de representación. No sirve de nada interpretar con benevolencia los signos inequívocos del error que lo calcina todo. Hemos de sobrevivir y hasta tenemos la obligación de la alegría pegada a nuestra moral más íntima. Hay consignas que nos han sido transmitidas con las aguas de la tribu, con la señal de nuestra pertenencia a una horda amansada que quiere reconocerse en cada uno de nosotros y, por medios ancestrales que ya forman parte de nuestra naturaleza, nos incitan a transformar la ofuscación en una moneda visual capaz de granjearnos la mirada de los otros: el reconocimiento. «¡Hola, Fulanito, cuánto tiempo!» Y ahí y allí se acaba todo. En medio de la selva, dicen las crónicas más creíbles, y los sueños que aún nos asaltan en sueños, se abre una inmensa cascada de agua pura. Es tan grande su caudal que no existe mirada capaz de comprenderla. Por eso nos perdemos en su contemplación. A lo más que podemos aspirar es a desleírnos en su corazón de humo caliente. Y a sentir que ese agua sin principio ni fin es nuestra sangre.
(Tiempo contado, 27 de noviembre de 2013, miércoles, 2:45)
viernes, 7 de febrero de 2014
La ruleta de los Goya
Este año he ido menos al cine, entre otras cosas porque han cerrado las salas que tenía más cerca de casa (Morasol y Renoir-Cuatro Caminos) y porque la subida de precios obliga a seleccionar bien cada «inversión». Aunque, en contrapartida, he visto más pelis en televisión y en deuvedé, pero no es lo mismo. No tengo opinión de primera mano sobre varias de las películas españolas en liza: ¿dónde, en qué horario, por cuánto tiempo han podido verse? ¿De verdad que se han estrenado todas? Por otra parte, de las que he visto, no todas figuran entre las finalistas a los premios Goya, que se fallan este domingo, y de los que, en un gesto que lo retrata de cuerpo entero, ha dimitido el ministro Wert: podría animarse y hacerlo de todo lo demás. En cuanto a las películas ausentes, me parece extraño, por ejemplo, que no aparezca como finalista en ningún apartado Gente en sitios, un muy estimable filme postrealista, que entre otros tiene el mérito de ofrecer un inteligente afinamiento de lo que podríamos llamar la «estética Youtube», pasada por el espíritu crítico y la fluida inventiva de Juan Cavestany. En cualquier caso, no quiero dejar vacía esta cita anual con la ruleta de los «cabezones». Y menos en el año en que los premios se han presentado en el Casino Gran Madrid, poderosa metáfora (para quien quiera entenderla) de que el cine español a estas alturas, para no perecer, ya lo fía todo a un golpe de fortuna. Así que aquí está mi tirada, más azarosa que nunca, movida por el mero afán lúdico.Y por amor, eso sí, a lo que aún me queda por ver. Pues, diga lo que diga el «crítico» Montoro, sigo pensando que el cine español, aunque esté herido, aún tiene mucha vida por delante. Y muchas historias que contar.
☻ Goya de honor: Jaime de Armiñán. ¡Bingo!
Mejor película: La gran familia española. Tras mucho pensarlo, me decanto por esta tragicomedia coral que tiene detrás la buena mano de Daniel Sánchez Arévalo, uno de los más firmes baluartes del nuevo cine cómico nacional, siempre en peligro de desembocar en humo. Entre sus rivales, creo que ocupa el primer puesto la ópera prima de Fernando Franco, La herida, pero es tan dura que acaba resultando difícilmente soportable. Además, no suele ocurrir que una primera película vuele tan alto en los Goya. Si no recuerdo mal, solo ha pasado dos veces: con Tesis (de Amenábar) y El Bola (de Achero Mañas). Otra de las finalistas, 15 años y un día, de Gracia Querejeta, es una historia muy bien contada, pero en cierto modo suena a ya vista. Caníbal, tiene, me parece, más posibilidades en otras categorías, las más "artísticas". Una sorpresa (y una gran alegría) sería que finalmente triunfara Vivir es fácil con los ojos cerrados, el filme de David Trueba. Como digo más adelante, creo que tendrá algún reconocimiento, pero en otros apartados.
Mejor dirección: Gracia Querejeta, por 15 años y un día. Lo dicho en el comentario anterior no resta mérito alguno a la gran destreza que la hija de Elías Querejeta (recientemente fallecido) demuestra, una vez más, tras la cámara. Darle este premio sería, además, una manera explícita de homenajear al más importante productor del cine español de las últimas décadas.
☻ Mejor actriz protagonista: Marian Álvarez, por La herida. Tiene a su favor, además del impacto de su primer papel importante (La herida, básicamente, es ella), el que sus competidoras han sido nominadas por interpretaciones que probablemente no sean las más destacadas de sus carreras.
Mejor actor protagonista: Eduard Fernández, por Todas las mujeres. Aunque tanto Javier Cámara como, sobre todo, el hiperactivo Antonio de la Torre no se lo pondrán fácil, tengo el pálpito de que el gran actor catalán ganará este año su tercer Goya por una interpretación de la que he oído decir que roza la perfección en sus diferentes duetos con excelentes actrices.
☻ Mejor guión original: David Trueba, por Vivir es fácil con los ojos cerrados. Lo dicen los dados, el efecto Beatles y, sobre todo, la debilidad que siento por uno de mis columnistas preferidos. Un tipo de probada sensatez. Y un buen escritor. Y este premio debería premiar sobre todo la escritura.
Mejor guión adaptado: Manuel Martínez Cuenca y Alejandro Hernández, por Caníbal. Me parece que este será uno de los varios «premios menores» que conseguirá esta historia minimalista, de gran impacto visual, que alguien ha descrito como «el menú que nunca veremos en Master Chef».
☻ Mejor actriz de reparto: Terele Pávez, por Las brujas de Zugarramurdi. Fuentes bien informadas (¡gracias, Navajo!) me han librado de desperdiciar unos eurillos con la última de Álex de la Iglesia, aunque la tengo apartada para verla en la tele. Creo, con todo, que este será un premio a la experiencia. (Posdata: acabo de verla en Imagenio: es una pena que un prometedor y desternillante inicio, si bien algo fallero, vaya derivando hacia la mera acumulación de estruendos y disparates... No es la primera vez que le pasa al maestro de El día la bestia, donde, por cierto, en una reciente revisión, he advertido que ya aparece presentida la siniestra sombra de Bankia).
Mejor actor de reparto: Antonio de la Torre por La gran familia española. «¿Hay alguna película española notable de los últimos años en la que no haya participado este actor todoterreno?» Este comentario es del año pasado, pero sigue vigente y se ha reforzado: la IMDB recoge nada menos que ¡91 títulos! en la filmografía de este en verdad camaleónico actor. Es verdad que esa cifra incluye pequeños papeles y series de televisión, pero no está nada mal para alguien que acaba de cumplir 46 años (por cierto, la edad con que ha muerto el gran Philip Seymour Hoffman). Además, este año De la Torre también opta al premio al mejor actor, por Caníbal. Es su séptima nominación, con dos dobletes consecutivos en ambas categorías de interpretación. Sería duro que se fuera otro año de vacío (aunque ya tiene un Goya: el de actor de reparto por AzulOscuroCasiNegro, en 2006).
Mejor actriz revelación: Belén López, por 15 años y un día. Y porque sí.
Mejor actor revelación: Berto Romero, por 3 bodas de más. Su gag del perro es el chiste más divertido y mejor interpretado que he visto en cine en mucho tiempo: él solo vale el Goya.
☻ Mejor dirección novel: Fernando Franco, por La herida. Esta sí que me parece que es una apuesta segura. Me sorprendería mucho no acertar. Franco, en la línea de La soledad de Jaime Rosales (que fue la gran triunfadora en 2007), ha rodado, sin concesiones, una historia que hurga en una de las líneas más desoladoras de la vida cotidiana arrasada por la imposibilidad de quererse a uno mismo. Su última secuencia, tan hermosa como terrible, es un prodigio de interpretación. Y llega a doler.
Y en el resto de categorías (con más dados de por medio):
☻ Mejor música original: Pat Metheny, por Vivir es fácil con los ojos cerrados (favorecida por el "revival Beatles").
Mejor canción original: «Aquí sigo», de Una noche en el viejo México (canta Julieta Venegas; autor: Emilio Aragón).
☻ Mejor dirección de producción: Carlos Bernases, por Las brujas de Zugarramurdi.
☻ Mejor dirección de fotografía: Pau Esteve Birba, por Caníbal.
☻ Mejor dirección de fotografía: Pau Esteve Birba, por Caníbal.
Mejor montaje: Nacho Ruiz Capillas, por La gran familia española.
☻ Mejor maquillaje y/o peluquería: el equipo de Las brujas de Zugarramurdi.
Mejor dirección artística: Isabel Viñuales, por Caníbal.
Mejor dirección artística: Isabel Viñuales, por Caníbal.
Mejor diseño de vestuario: Tatiana Hernández, por Los amantes pasajeros.
Mejores efectos especiales: Lluís Rivera Jove-Juanma Nogales, por Los último días.
☻ Mejor sonido: el equipo de Las brujas de Zugarramurdi.
☻ Mejor película de animación: Futbolín, de Juan José Campanella.
☻ Mejor película documental: Las maestras de la república, de Pilar Pérez Solano.
Mejor película hispanoamericana: la mexicana La jaula de oro, de Diego Quemada-Díez.
Mejor película hispanoamericana: la mexicana La jaula de oro, de Diego Quemada-Díez.
☻ Mejor película europea: Amor, de Michel Haneke.
Mejor corto de ficción: Pipas, de Manuela Moreno o Abstenerse agencias, de Gaizka Urresti.
Mejor corto documental: Chaves Nogales, el hombre que estaba allí, de Torrente-S-Guisande-Suberviola.
Mejor corto de animación: Vía Tango, de Adriana Navarro Álvarez.
☻ Aciertos
martes, 4 de febrero de 2014
Déjà vu
Entre los muchos revivals que la nueva (es un decir) temporada política nos está deparando (ley del aborto, mendicidad galopante, brasas nacionalistas...), la penúltima se produjo este fin de semana en el cónclave que el Partido Popular celebró en Valladolid. Allí, la señora De Cospedal se subió al estrado para proponer a sus correligionarios y, sobre todo, a las cámaras y los micrófonos, un novísimo ultimátum: «¡O nosotros o la Nada!», vino a decir la afamada filóloga, capaz de los más ocurrentes zurcidos verbales. No sé si ustedes oyeron, entre el fragor de la mar embravecida y bajo el lento caer de la nieve, la respuesta que se podía percibir rebotando de esquina en esquina a través de un país malherido y exhausto. «¡La nada, la nada!», repetían aquí y allá las masas silenciosas, por fin escarmentadas de lo que en verdad significa ese «nosotros» tan exclusivo y un tanto apocopado (lo que en realidad quiere decir es: «nosotros, los de siempre, los que después de tanta orgía de burbujas, ni capaces somos de devolver los Cascos»). La cosa se iba francamente enredando hasta extremos de no fácil digestión semántica. Pero he aquí que el claro colofón lo puso el Ágrafo Rajoy: rumiando aún la última polémica de la prensa deportiva, tomó el micrófono de clausurar unanimidades y, después de agarrar por la pechera la efigie de Rubalcaba y zarandearla a placer, profirió por lo bajo, a modo de exorcismo (de ahí que no haya constancia sonora), un definitivo: «Es igual, españoless, también somoss nosotross...»
Pues bien, la crónica de estos sucesos, que serían cómicos si no se tradujeran en un rastro real de tragedias cotidianas, ya estaba escrita, y al pie de la letra, en la portada de Hermano Lobo, firmada por Ramón, que se puede ver sobre estas líneas. No sé si se alcanza a discernir la fecha, sobre el título de la revista, pero se la deletreo: 2 de agosto de 1975. Anteayer. Quiero decir: dentro de nada hará ¡cuarenta años! (¿de que nos suena esa cifra?).
Y el caso es que, bucle la vida al fin, recuerdo bien la mañana de un caluroso verano aún franquista cuando, saliendo por la esquina del pasaje Doré a la calle de Atocha, me topé con esta cubierta colgada en el kiosco donde, en días de trabajos más o menos becarios (en concreto, para la revista Creta Agrícola), solía leer los titulares y, si había suerte, comprar algún periódico. Hoy aquel kiosco y la revista han desaparecido. Pero el chiste, maldita la gracia, sigue ahí. ¿Hasta cuándo?
lunes, 3 de febrero de 2014
«La luz se calla», en Madrid
Martes, 4 de febrero, a las 19 h
Casa de Castilla-La Mancha en Madrid
Calle de la Paz, 4
(Más detalles pulsando en la invitación)
domingo, 2 de febrero de 2014
Muerte de poetas
Aún estábamos intentando salir del mes de enero, por ver si los dioses invernales se apiadaban y cesaba tanta muerte de poetas (Gelman, Pacheco, Grande, Ortiz y, a su modo, por libre, París), cuando Febrerillo el Corto, recién nacido, por no ser menos, añadió el nombre de Luis Aragonés. El duelo nacional por «el sabio de Hortaleza» es tan extenso, que resulta difícil no dejarse arrastrar por la marea unánime. Y más complicado aún añadir algo nuevo a las coronas fúnebres que se le dedican por todas partes. Por la mía, mi homenaje al hombre que, junto con Guardiola y Del Bosque, me devolvió el gusto por el fútbol después de muchos años (aunque no estoy muy seguro de que esa sea una buena influencia), consiste en considerar que para hacer posible tantos hermosos espectáculos como la selección española nos ha deparado en los últimos tiempos, tras toda una vida de fracasos y mugre, hizo falta una suerte de energía poética de orfebre: la sabia geometría del tiqui-taca. Y que fue precisamente Luis Aragonés quien, con sus algo toscas pero muy divertidas y eficaces maneras, logró estimular en nuestros jugadores la creencia en la fuerza de esa inspiración. Por eso mismo, el mejor homenaje que los cielos azarosos podrían rendir a Luis, y a los demás poetas muertos, es proporcionarle al Atlético, esta misma tarde, el liderato de la liga. Sería algo así como una jugada de justicia poética ante la que sin duda el genio de Luis asentiría allí donde se encuentre, quién sabe, tal vez una vez más vestido con el chándal de la Roja y dispuesto a la brega sobre los verdes campos del edén.
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