lunes, 27 de enero de 2014

Gracias, marea blanca

La sanidad no se privatiza. Fotografía tomada de eldiario.es.

El gran triunfo conseguido por los profesionales y trabajadores sanitarios, al forzar al Gobierno de la Comunidad de Madrid a dar marcha atrás en su intento de privatizar seis hospitales madrileños, es una de esas noticias que devuelven la confianza en la capacidad de la razón pública para frenar los desmanes de la codicia privada. Tiempo habrá de valorar la verdadera importancia que este logro puede tener sobre otros problemas y contenciosos en liza, así como de pedir las responsabilidades políticas oportunas. De momento, creo que es de justicia dar las gracias a los profesionales del sector sanitario que, con una resistencia realmente heroica, han conseguido paralizar y revertir un proceso que no sólo era uno de los mayores ataques a lo que queda del estado de bienestar, sino la embestida más seria contra un baluarte que, de haber sido derribado, abocaba a toda la sanidad del país a un peligro cierto. Gracias, marea blanca. El esfuerzo ha merecido la pena. Vuestra resistencia es un ejemplo a seguir.

viernes, 24 de enero de 2014

eXcritura


La escritura se parece mucho al sexo: 
el deseo la mueve y la imagina, 
le descubre posturas y fronteras 
que parecen estar
al borde de la zona respirable 
y más allá del horizonte.

Pone en marcha caravanas de dioses 
y de cuerpos 
sombreados por la misma calígine, 
luz dispersa girando 
sobre el mar 
de la página 
y los rostros.

Se inventa descubriendo
sus propios manantiales 
y otras fuentes 
que deben ser calladas.

Se extravía en los signos 
y en los símbolos: 
un botón sonrosado, un dulce lóbulo, 
la palabra que vale su misterio, 
promontorios y abismos insondables.

Alza los velos últimos 
del templo oculto en la espesura
y descubre los ojos transparentes 
de la pequeña muerte 
con que el dios de la dicha  
oculta su sonrisa.

Y al igual que el amor o solo sexo
revelación del tiempo irrepetible, 
memoria poderosa de la fugacidad de todo paraíso, 
la escritura a menudo naufraga en la tristeza.




Imagen tomada de El escondite de las palabras.



Entrada recuperada de los baúles de la Posada.
Primera publicación: 21/07/2009 20:04.

martes, 21 de enero de 2014

El ágrafo Rajoy


La entrevista que Gloria Lomana hizo al presidente Rajoy en Antena 3 bien podría figurar en una hipotética antología de la inanidad y el despropósito. Sería risible si no resultara estremecedora, por el simple hecho de que muestra, hasta extremos dolorosamente reveladores, de qué cabeza depende el ejercicio de la máxima autoridad ejecutiva de un país en crisis.

En los análisis y comentarios sobre las palabras del presidente se han puesto de relieve las contradicciones (sobre el aborto, sobre la economía), los encubrimientos (los cuatro monosílabos con que despachó el asunto Bárcenas), los disimulos (la relación con Aznar), alguno galimatías (el fracaso de la lucha contra el paro), muchas  vaguedades («no adelantemos acontecimientos» es la muletilla más repetida) y diversas meteduras de pata (su descarada toma de partido en un asunto sub júdice como es la imputación de la infanta Cristina), cuando no obviedades que rozan la candiestolidez («el Rey es un ser humano, es una persona...»), entre otros aspectos reseñables de una conversación tan invertebrada y chapucera que hasta da pie para justificar la conocida y aberrante querencia del presidente a no salir del plasma.

No he visto sin embargo que se haya subrayado un aspecto que demuestra, acaso como pocos, que la tantas veces denunciada indolencia de Mariano Rajoy es algo más que un lugar común. Tras interesarse por su relación con Aznar y mencionarle a Zapatero, la entrevistadora le pregunta si toma notas para escribir algún día sus memorias. Y esto es lo que Rajoy, con un énfasis que no se le percibe en otros momentos de la apagada conversación, responde:
«No he tomado notas nunca. Quiero sacar a España de la crisis y resolver problemas que algunos nos han creado al conjunto de los españoles. A fecha de hoy no tengo ninguna intención de hacer memoria. Si tuviera que decir lo que puedo hacer en el futuro igual cambio de opinión.»
Con un par. El señor presidente no solo admite su condición de ágrafo absoluto sino que uno diría que casi se muestra orgulloso de ello. Y remata la explicación con uno de esos bucles dubitativos rajoyanos que él tiende a repetir como si fueran graciosos, pero resultan patéticos.

Visto lo visto, habría que proponerle al ministro Wert (otro ejemplo de elocuencia) que mueva los hilos a su alcance para que, en alguno de esos exámenes de reválida que la LOMCE esgrime como varita mágica contra el fracaso escolar, se ponga este texto de Rajoy para que los alumnos lo comenten. A ver qué sacan en limpio. Aunque también se podría imprimir la transcripción de la entrevista entera de cara a montar con ella un curso de oratoria. A la contra, claro.

Dada la relación que Rajoy confiesa con la escritura (reveladora, también, de la que debe de tener con la lectura), no es extraño que su nivel comunicativo y su capacidad de expresión se muestren tan menguados. Lo cual resulta en verdad alarmante. El grado de indolencia del presidente del Gobierno ha llegado a un punto que cae de lleno dentro de la insolvencia. Es desolador.

Imagen superior: «Mariano Rajoy apunta su nombre en la pizarra el primer día tras la vuelta de las vacaciones.». Tomada de El Mundo Today.

viernes, 17 de enero de 2014

Bill Viola, el ojo en vilo

 Un instante de El quinteto de los silenciosos, de Bill Viola.

Las cuatro videoinstalaciones de Bill Viola que pueden contemplarse en la planta primera del Museo de la Academia de Bellas Artes de San Fernando, en Madrid (hasta el 30 de marzo), tienen un gran poder de revelación. En sí mismas, son obras maestras de un delicado arte visual que posee la virtud de poner el tiempo en primer plano a la vez que nos ilustra sobre otra forma posible de mirar. Pero además, al entrar en diálogo con las pinturas del museo, y en especial con los ojos de los retratos de Zurbarán o Goya, los cuerpos emergidos de la oscuridad de los tenebristas, o con el gesto transido de la talla de la Dolorosa de Pedro de Mena, entre otras confrontaciones, estas obras de arte visual potencian la experiencia misma del mirar: nos hacen caer en la cuenta de la importancia de algunos fenómenos sutiles que tienen lugar cuando observamos un cuadro o una escultura. La experiencia equivale a algo así como a abrir una secreta puerta que nos permite entrar dentro de las obras para descubrir sus movimientos internos y captar con detalle matices y sugerencias que el gran arte contiene, pero que no siempre es fácil percibir.

Las obras de Viola seducen por su envolvente plasticidad. Son uno de los grandes logros artísticos de cierto hiperrealismo digital imperante en la era de las ubicuas pantallas. Y resulta evidente que privilegian una dimensión que la pintura, antes de la eclosión de las tecnologías visuales, sólo podía imaginar como un fenómeno que tenía lugar en la retina y el cerebro del espectador: la presencia objetiva del tiempo.

Esto es posible no sólo porque las obras de Viola duran (como dura, digamos, una película) sino porque provocan una experiencia en la que el tiempo puede ser contemplado con extrema parsimonia, en un punto más allá de la cámara lenta, lo que hace posible distinguir en su duración fenómenos que por lo común pasan inadvertidos.

El arte de Bill Viola pone en vilo nuestros ojos porque los deja sin el apoyo o soporte de la quietud. También porque, al ofrecernos en sus obras un minucioso estudio de emociones que van desde el asombro o la perplejidad hasta la tristeza, el dolor y la angustia extrema, la contemplación de estos "cuadros" produce una notable inquietud y hasta zozobra.

La bellísima obra titulada Dolorosa (2000), dispuesta como un díptico que parece salido del taller de un pintor maestro en el arte del retrato, nos ilustra sobre el dominio de técnicas escenográficas e interpretativas que subyacen en la creación de un paisaje interior como el que las dos figuras retratadas nos muestran.

Dolorosa..
Mucho más inquietante resulta Montaña silenciosa (Silent Mountain, 2011), donde asistimos a la manifestación de una corriente emocional devastadora en los rostros y cuerpos de un hombre y una mujer mostrados en dos pantallas adyacentes.

 Montaña silenciosa, en su entorno.
Singular, tanto por su plasticidad como por la tensión y hasta intriga de su desarrollo, es Rendición (Surrender, 2001), una experiencia que es también un viaje a través de la historia del arte, desde la densidad realista de grandes maestros, como Velázquez o Rembrandt, hasta las distorsiones de un Bacon o los destellos pastosos de algunas corrientes de la abstracción.

Rendición, entre retratos de Goya.
De naturaleza bien distinta, aunque complementaria, es la obra El quinteto de los silenciosos (The Quintet of the Silent, 2000), a la que corresponde la imagen superior. En la pequeña sala interior donde se muestra esta crónica épica de la mirada, mientras nos confrontamos con los rostros de un grupo de personas que se ignoran entre sí, y que tampoco parecen prestar atención alguna al espectador, se produce, durante unos instantes imprecisos, una sensación de vacío o ausencia que quizás pueda describirse con propiedad, según dice la nota que en un rincón describe la obra, como «un espacio psicológico donde el tiempo se suspende».

Sin embargo, cuando volvemos a percibir el movimiento y con él la duración, es inevitable preguntarse, como hace una chica a mi lado: «¿Qué estarán mirando para reaccionar de esa forma?». Uno sale con la impresión de que es uno mismo, o sea el espectador, el que ha sido visto por esos ojos primero ensimismados, luego asombrados y finalmente ausentes. Aunque tal vez sea eso lo que siempre hace el verdadero arte.

El artista neoyorkino Bill Viola (1951).

Todas las imágenes, excepto el retrato del artista, están tomadas de la web del Museo.

sábado, 11 de enero de 2014

El bulo soluble


Al volver sobre sus pasos, de regreso al agua, se dio cuenta de que todo había sido un bulo.


Foto: Puerto de Cartagena. AJR, Navidad 2013.


viernes, 10 de enero de 2014

El futuro no es un broma



Tal como me ha llegado, y después de pensarlo durante diez minutos (y, en algún sentido, durante toda una vida), me hago eco de este «corto» que pretende i(nte)rrumpir (en) el panorama político (de hecho ya lo ha hecho: ¡bingo!) aportando alguna novedad digna de tenerse en cuenta. Atención al giro del minuto 2:41. Juzgad vosotros mismos.

domingo, 5 de enero de 2014

En la noche de Reyes, una voz...

Mosaico de la iglesia de San Apolinar Nuevo, Rávena.
¡Arrima la mirra!

[AJR, 3:13; Palíndromos ilustrados, XXXV]


Teníamos claro lo de oro. Y estábamos familiarizados, a través de los cultos religiosos, y mucho antes de que la ola hippie (o, ahora, jipi) nos volviera a acercar sus aromas, con el incienso. Pero a ciencia cierta nadie sabía qué era la mirra. Aún hoy, aunque le pongamos la referencia genérica de «resina aromática» y hasta nos documentemos visualmente en alguna página web, nos sigue pareciendo, con mucho, el más enigmático de los regalos que los Magos año tras año llevan al portal.  Por eso, escuchar en el silencio de la noche de Reyes ese grito, entre avisador y suplicante, «¡Arrima la mirra!», me hace pensar que hay misterios que nunca se desvelan del todo y magias de efecto permanente. Y está bien que así sea. Toda epifanía, ya sea bíblica, joyceana o puramente lúdica, tiene cierta condición de iceberg. Estas palabras en forma de vaso de ofrendas no son una excepción: ¡Mirra! 
Dicen que en noches como esta
los deseos tienen alas.