miércoles, 6 de noviembre de 2013

Severo revés


Al volver sobre sus pasos, se le fue borrando la sonrisa, después la boca, enseguida la nariz, los pómulos, la línea de las cejas... Llegó al fondo de la pista casi a la vez que al borde de sí mismo. Sintió que se asomaba al interior de sus ojos y que su última mirada iba a quedar reclusa de aquel abismo, como un puñado de nieve dentro de una bola de acero. Los veloces pensamientos del tenista, suspendidos en la cámara lenta del ojo de halcón, no parecían aportarle la agilidad suficiente para devolver con fuerza aquella pelota endiablada, nacida del famoso revés de su rival. Pero el mero hecho de pensarlos le ayudó a imaginar la trayectoria posible del próximo golpe. De modo que, con un giro de muñeca digno de un verdadero maestro del guiñol, sostuvo su esfuerzo un poco más allá de lo esperado. La pelota, tras dudar sobre el filo de la cinta blanca, cayó muerta al otro lado de la red. 

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«Así que tú verás qué haces ahora con ella, hipócrita lector», dijo una voz a sus espaldas. Porque, llegados a este punto, para combatir la funesta costumbre de que todo sea gratis, tendrás que trabajar un poco, digo yo. «No lo va a poner todo él», dice la voz. Y yo te digo: si quieres que el relato (o lo que sea) tenga un remate, debes eligir un final acorde con tus expectativas y con las decisiones que hayas ido tomando en las zonas ambiguas, que te aseguro que son casi todas. He aquí algunas opciones, aparte de las que tú mismo puedas aportar, incluido el respetable pero fastidioso encogerse de hombros o, por qué no, la mirada aviesa. Cualquier cosa menos el estupro paralizante. Veamos:
a) El tenista aún fue capaz de jalear el punto decisivo, antes de esfumarse.
b) No estoy seguro de que este cuento sea algo inventado.
c) «¡Severo revés! ¡Severo revés! Para severo revés el que te ha dado la última línea antes de las respuestas, majadero», dice la voz.
Y vuelta a empezar. Digo yo.



Imagen: Reflejos en el ojo de un halcón, tomada de wikipedia.

sábado, 2 de noviembre de 2013

Humo



La escritura se parece mucho al humo:
a veces es lo único visible
de un fuego consumido en otra parte.

Es también la leyenda
que cruza las praderas del Oeste
y guía las manadas de bisontes
hacia el cuarto cerrado de los niños,
siempre en sesión continua.

La escritura es el cuenco de una tarde de lluvia
y el recuerdo sellado de la antigua inocencia.

Su rastro es como el humo de los barcos,
los lentos titubeos de aquellas nobles máquinas
movidas a vapor
que escribían mensajes imposibles
entre el cielo y el agua.

Diminuto navío cruzando los fiordos
bajo los espejismos del sol de medianoche,
la escritura navega intermitente
entre brumas y fuegos de Santelmo
al hilo de la vida que pasa cada día
con su fardo de imágenes
lavadas por la luz
y la memoria.

Y al igual que la vida,
la escritura concluye su viaje
en el lugar remoto
donde no se aventura ningún pájaro
y sólo son reales los  escollos de espuma congelada,
los blancos remolinos
que inundan las orillas del poema
y humedecen el fuego de cada atardecer
hasta perderse
en el vasto dominio de lo intacto
donde viven las voces nunca dichas
y algunas raras perlas cosechadas,
como quería el poeta,
sobre el hocico mismo de cada tempestad.

Escribir es vivir: el mismo juego,
la misma levedad,
el mismo incendio…
Y tal vez, al final,
humo tan solo.

Imagen: Atardecer en Mikonos. Foto tomada del blog Tertulia Atril.

Rescate de los arcones. Primera publicación: 29/10/2009; 19:33

viernes, 1 de noviembre de 2013

Cantos rodados

Reflejos de agua y piedra, en el alto Manzanares. © AJR, sept 2013


Nada queda sin nombre
(Naquesune)

*

Láminas negras enmarcan la inocencia del atardecer en el fondo del valle o en el fondo de un vaso
(Nequesune)

*

Entre nosotros tronco se extiende un hilo de seda que aún gotea
(Niquesune)

*

Ahora hay bajo los álamos sombras que recuerdan los días de la bomba
(Noquesune)

*

Pisadas como músicas perdidas en la hierba
(Nuquesune)

*

Y en los bancos del parque hay zombis que consultan su saldo de vidas en el iPhone
(Naquesune)

jueves, 31 de octubre de 2013

ManoLou, por puro Placer


Que Lou Reed y Manolo Escobar, o Manolo Escobar y Lou Reed, hayan cruzado al otro lado con escasos días de diferencia es, naturalmente, una casualidad. Hechos fortuitos que se ordenan en el tiempo sin que su proximidad signifique nada. Vale. Pero, una vez ocurrido, ese azar puede que se apodere, poderosa y acaso significativamente, de la curiosidad del que cae en la cuenta de que, en su percepción del mundo de la música, difícilmente podría encontrar dos ejemplos de artistas en apariencia más distantes. Lou Reed, el lado oscuro; Manolo Escobar, el lado tópico. Sexo, drogas y rock and roll frente a besos, coplas y guitarreos. En todo caso, antagonismo. Y sin embargo, puestos juntos por la fatal coincidencia en una misma balanza, ¿por qué, a estas alturas, nos invade (no me ha ocurrido a mí sólo) la sensación de que pesan lo mismo, de que las diferencias entre estas dos sensibilidades (o almas, si lo vemos desde el lado psicostásico egipcio), no solamente no son irreductibles, sino que hay un espacio nada chirriante que puede contenerlas a ambas? Intuición tan oscura quedaría en una mera extravagancia de no mediar el vídeo de Albert Pla que he dejado arriba: la genial versión del tópico que hizo de Lou Reed el paseante por excelencia del lado oscuro permite vislumbrar, desde la perspectiva de un fresquísimo humor, algo así como las huellas de las ruedas del carro que Manolo Escobar (o su personaje, más bien) estuvo buscando durante media vida. Que también ha sido la nuestra.

 

(Por mero azar, de nuevo, llegué al Youtube de Albert Pla a través de un comentario de Al59 en su Twitter, que yo leí en su blog. Quede constancia,) 


miércoles, 30 de octubre de 2013

B*nb*ry


«Todo ha cambiado, nada es como habíamos imaginado», proclama Bunbury en este canto de despertar,
rítmico y poderoso. 
Parecen lúcidas y son muy oportunas 
las palabras de los viejos héroes del silencio.

martes, 29 de octubre de 2013

Tiempo cortado

MC Escher, Cinta de Moebius II (1963)
Abruma pensar en los libros que quedan por leer. Y aunque no lo pensemos, hay una tristeza infinita manando de los libros que no leeremos nunca. Tantas citas volando por el aire como cintas de colores, nubes en blanco y negro, o pájaros, o cometas que te pueden transportar a otros mundos, «otros ámbitos», sugerencias de frases enlazadas como eslabones de una cadena que a veces es ya tu secuencia de adn, tu adán interior e imaginario, el origen del que te crees que vienes y el sueño que vuelve para darte una clave olvidada del caos de tu vida, de la atmósfera en la que tu piel se abre como una fruta y sientes que las gotas de lluvia, con su sonido hondo, son perfectas en su humildad y en su infinita misericordia. Rezos paganos, trazos viejos de la canción y deseos que corren por tus nervios como hormigas gigantes por los mecanos de la realidad, a punto de desvanecerse si dejas de nombrarlos, y a punto de que caiga la noche o de que por fin empiece la música. Y respiras. Detienes el pulso de esta correría que no es escritura automática, pero sí tal vez escritura-señuelo, aquella en la que uno corre detrás de una señal precisa y contundente, pero en el fondo efímera, inasible, gato encerrado en su limbo cuántico, del que nunca sabrás si aún respira o es solo la aureola que segregan tus células al sentirse alarmadas cuando, entre todas las demás inquietudes, se abre paso el sabor de la derrota que, sin embargo, no enturbia la fresca sensación de la carne puesta a prueba en una nueva evidencia del milagro de vivir.


(Tiempo contado, 14 abril 2012, sábado, 16:41)

miércoles, 23 de octubre de 2013

Amo idioma

Ramón Gaya, Omaggio a los Machiaioli (1989).

Dame, memoria,
el nombre de las cosas
o al menos una seña
de identidad 
                        o algo
que me traiga a la boca
un poco de la miel
del mundo 
                       y una gota
de asombro
                       y el sonido
del agua.

Se tú la fuente manantial, 
la lluvia
que lava el día
                       y riega 
los surcos de la sangre
y hace brillar los signos
de unas pocas palabras 
                       aún capaces
de dibujar
en la dura corteza del tiempo
el vuelo 
de la luz.

Amo idioma, en tu espejo
está la imagen clara
de lo que soy. Y todo
lo que no soy. La sombra
de los nombres
y el fuego contra el frío.