viernes, 21 de diciembre de 2012

Lavandeiras por Navidad


Entre las figurillas del belén que poníamos en casa siempre me gustó especialmente la lavandera. Quizás porque de niño, en los veranos pasados en Galicia, aún alcancé a vivir la experiencia de acompañar a mi madre a lavar al arroyo del Pereiro, al pie mismo del lugar donde la sierra casi llegaba a rozar las casas del pueblo. Allí solían coincidir muchas veces, al amparo templado de o raio de mediodía, varias comadres con sus tinas de zinc y sus lavaderos de madera. Aunque a menudo eran unas anchas lascas graníticas las que servían de soporte para frotar sobre ellas la ropa. Mientras se hacía la colada y las prendas se secaban al sol sobre la hierba, los niños nos adentrábamos un poco en el monte. Nos gustaba escuchar, bajo los gruesos cables del tendido eléctrico que venía desde el cercano embalse del Sil, el chisporroteo de "los duendes de la luz", a los que imaginábamos feos y terribles, por algo en las grandes columnas metálicas que los sujetaban se avisaba de que existía peligro de muerte. Con más frecuencia seguíamos el cauce del riachuelo y lo cruzábamos de un lado a otro procurando no mojarnos los pies, no siempre con éxito. También íbamos a aquel recodo en el que una vez vimos pudrirse la carroña de un enorme lobo que días antes había estado colgado a la entrada de la única tienda del pueblo, tras ser cazado por hombres del lugar. Aunque debían de haber pasado al menos un par de años desde aquello, el olor seguía siendo nauseabundo. O eso creíamos. Y pese a saber que existían razones claras para tenerles respeto a los caminos de la sierra, más de una vez nos adentramos monte arriba y, mitad en broma, mitad explorando sensaciones verdaderas, jugábamos a que nos habíamos perdido. Quizá fuera solo para experimentar la alegría de volver al corro de las madres, que ya estaban recogiendo las sábanas y los bártulos, y al poco, con las tinas de ropa limpia sobre la cabeza, nos apremiaban para emprender la vuelta a casa. Las tardes del verano tenían entonces una duración casi infinita y, por el camino, aún nos daría tiempo a ver hundirse lentamente el sol entre las formas redondeadas de Cabeza da Meda y a sorprender algún hilillo de luz resbalando por las hojas de un castaño. Estos recuerdos me asaltaban el otro día mientras contemplaba en el Museo del Prado el magnífico cuadro de Martín Rico que encabeza estas líneas. Y me ha parecido una buena idea traerlo a la Posada y colgarlo en el salón de fiestas para desearle a todos los huéspedes y transeúntes una muy feliz Navidad. Al fin y al cabo, la Navidad es sobre todo un tiempo de infancia. Uno tiene la impresión de que con el correr de los años pierde mucho.

Martín Rico: Las lavanderas de La Varenne, 1865. 
Óleo sobre lienzo. Museo del Prado. 
Reproducción en alta definición tomada del blog El Dibujante 2.0
(pulsando sobre la imagen puede ampliarse)


Las claves mayas


Frente a la vulgarización, tan veloz como torpe, de las mal llamadas «profecías» mayas del fin del mundo, he aquí una referencia que me parece de gran utilidad para quien esté interesado en saber de qué va toda esta vaina. Gracias al Fondo de Cultura Económica por la calidad de sus Gacetas. Y, en especial, para este caso concreto, al profesor Érik Velásquez García por su esfuerzo divulgador.

Pulsar sobre la cubierta de la revista. O, en su defecto, acceder a esta dirección:
http://www.fondodeculturaeconomica.com/subdirectorios_site/libros_electronicos/Gacetas/nov_2012/index.html



jueves, 20 de diciembre de 2012

Un viejo estribillo




La Navidad es un viejo estribillo. Tan pegadizo como la cantinela incombustible de los niños de San Ildefonso. Como los anuncios que vuelven a repetirse y vuelven a beber. Como los villancicos, ¡claro!, con ese lúcido, paradójico, estremecedor «no volveremos más» (nosotros, no ellos). Y la alegría por decreto se hace larga, interminable, agotadora, cada vez más insufrible. Y más bien triste... Hasta que alguien te susurra al oído, o te deja en el buzón de recoger imeils, esta Bei Mir Bist Du Schöen, la loca canción yidis que te envuelve en su swing, te hace sentir bien y te lleva a bailar por toda la casa mientras en tu cabeza se proyectan las más divertidas escenas de aquel cine mudo que ahora vuelve a estar tan de moda. ¡Saber que somos hermosos para alguien! No hay mejor estribillo. Si acaso, sólo saber que alguien siente lo mismo. Y volver al refrán. Y a la danza.

martes, 18 de diciembre de 2012

Resorte

HACE
ya diez años que murió quien hoy, 18 de diciembre, hubiera cumplido 98: mi padre.  Esta mañana, una de esas alarmas del calendario del teléfono móvil, que programé hace tiempo y me da pena borrar, me lo recordaba antes aún de haber abierto los ojos. Por un momento, tuve la impresión de que era una llamada «real». Pero enseguida se impuso la lógica del despertar y no tardó en abrirse paso el mundo consistente de un nuevo día. Estas tecnologías que tanto lo están cambiando todo, y quién sabe con qué consecuencias, a veces nos sorprenden más allá de su uso práctico, de sus inmensas ventajas o de su resistible propensión a colonizarnos. Parece como si en algún punto de sus circuitos escondieran, minúsculo y palpitante, un corazón. Un resorte, hubiera dicho mi padre, de quien ahora recuerdo (y no sé por qué) que le gustaba mucho esta palabra y la empleaba con frecuencia. Quizás porque también era un gran admirador del reloj, ese artilugio poderoso al que muy pocas cosas son capaces de derrotar. Y siempre sólo provisionalmente. Que no en vano suya ha de ser la última hora. Pero en el entretanto, además de la memoria, tenemos la música, otro resorte también poderoso. Tal vez el que mejor puede transportarnos a un estado de ánimo concreto permitiéndonos la ilusión de volver a vivir lo ya vivido. Como el inevitable alcanfor y la alegría de este viejo romance.




lunes, 17 de diciembre de 2012

Publicidad.es


La cosa está tan chunga que hay que recurrir a la publicidad para tomar un poco de aliento. Bueno, a la publicidad y a la poesía. Y al cine. Y al amor. Y a los amigos. Y a los niños. Y, siempre, al humor. Pero hoy toca publicidad. He aquí algunas muestras de esas campañas que nos estarán intentando vender lo que sea, desde embutidos hasta ingenuidad, nostalgia e incluso bobaliconería, pero lo cierto es que le ponen a uno de buen humor. Al menos, de momento.








viernes, 14 de diciembre de 2012

La Biblio



De la mano amiga de Carlos Medrano me llega este corto realizado por alumnos del IES Santa Margalida, en Mallorca. Un viaje imaginativo hacia el universo de la lectura que demuestra buen pulso narrativo y un dominio prometedor de técnicas cinematográficas. Es un placer proyectarlo en la sala de la Posada y en el horario estelar de las sesiones de medianoche. Seguro que ustedes sabrán apreciarlo.  Ah, la pieza participa en un certamen de cortometrajes juveniles y puede votarse aquí. Sean racionales y denle su apoyo.

Posdata
Al final hubo suerte (¡y justicia!) y La Biblio obtuvo el Premio a la Mejor Calidad Artística, tal como puede comprobarse en el palmarés del Festival. Habrá que estar atento a la carrera cinematográfica de Pablo Armesto Coll y sus compañeros. ¡Enhorabuena!

jueves, 13 de diciembre de 2012

A rebato


«Como los veo a ustedes angustiados por la proximidad del fin del mundo, permítanme decirles que no solo son verdad todas las afirmaciones vertidas durante estos meses sobre las profecías mayas, el final de la cuenta larga, el choque del cometa y el tsunami global, sino que lo son todas a la vez. El mundo, tal y como lo hemos conocido, tendrá un final. Pero también tendrá un final el temor al fin del mundo. De modo que lo único que quedará de todo esto será un estado general de perplejidad, una duda permanente de borrosos perfiles, un sí y un no gemelos y simultáneos que se convertirán en nuestro sino. Pero, en una situación así, ¿quién en sus cabales estaría dispuesto a soportar indefinidamente la desgracia? ¿Quién no demandaría la piedad de los cielos, un gesto inapelable que pusiera fin a tales tormentos, a tan agobiante sinvivir, a semejante sindiós? Es, pues, justo y necesario, queridos hermanos, que esa plegaria crezca en nuestro interior y se eleve a lo alto sin demora... Pero, mirad, la benevolencia del Supremo es infinita y, omnisciente como Él es de las tinieblas que anegan el corazón humano,  amén de pródigo en su misericordia, me ha mandado a mí, el más humilde de sus siervos, para que de forma tan célere como eficaz y última y defintiva responda aquí y ahora a vuestras súplicas...»

Empinándose un poco sobre el alto púlpito desde el que dirigía su sermón a la comunidad congregada en el vasto templo, el predicador sacó un arma semejante a la exhibida por el último James Bond en Skyfall (precisamente) y entrecerrando un poco los ojos ametralló durante tres, cuatro, acaso cinco minutos interminables a diestro y siniestro.

No se contaron supervivientes.

Después, aquel individuo de no mucha estatura, vestido con una mezcla estrafalaria de prendas litúrgicas, descendió del púlpito, dejó el arma sobre el altar, cruzó el presbiterio, avanzó por el pasillo de la nave central, giró a la derecha y se dirigió a la torre. Una vez arriba, sin hacer caso del vértigo que alguna vez había sentido, asió los cordajes de las dos campanas y se puso a tocar a rebato.