Antonio Tabucchi (1943-2012) |
Desde que descubriera los poemas de Pessoa, en su vertiente de Álvaro de Campos, cuando era un joven de apenas veinte años seducido por la atmósfera de París, Tabucchi encontró la pista que orientó el resto de su vida. Un impulso que le llevó a viajar a Lisboa y a aprender portugués para enfrentarse al descomunal reto de intentar desentrañar el «misterio Pessoa». Ese prodigio aún inexplicado, tal vez inexplicable, de que bajo una sola apariencia física y en el escueto margen de una biografía de menos de medio siglo (1888-1935) pudiera habitar tal multitud de almas, todas esas formas tan diferentes y sensibles de estar en el mundo que puso en pie, con su «drama em gente», el hombre que fue tantos. Un hombre que, quizás como ningún otro de su siglo, fue capaz de hurgar con lucidez, dolor y belleza en el misterio de nuestra identidad de humanos «condenados» a vivir y sentir en el laberinto sin fin de la conciencia.
Pero la devoción de Tabucchi hacia Pessoa no fue solo una cuestión de afinidad espiritual. Incluso el cuerpo del genio lisboeta, su aspecto exterior, le influyó de forma notable, en una especie de posesión gestual que acabó confiriendo a la apariencia de Tabucchi, sobre todo en la madurez de la cincuentena, una extraordinaria cercanía física a la del Pessoa revelado por las fotos. Un mimetismo sin duda cultivado con similar esmero al que Juan Benet empleó en acentuar su parecido con Faulkner.
Fernando Pessoa, ele mesmo. |
Ese camino, por lo demás, tiene fijado un itinerario posible en el Réquiem (1992) de Tabucchi, la alucinada narración que, de forma tan premonitoria como finalmente buscada, se inicia al pie mismo de ese camposanto de nombre insólito (en realidad, proviene del de una antigua quinta o palacio), como si ya entonces la sensibilidad del escritor estuviera intuyendo que con ella se iniciaba la cuenta hacia atrás de una aventura que ahora ha llegado, no a su fin: a otro capítulo aún por escribir en el libro infinito que nos contiene a todos.
«Jazigo de D. Dionizia de Seabra Pessoa», panteón familiar del Cemitério dos Prazeres de Lisboa donde Pessoa estuvo enterrado hasta octubre de 1985. Hice la foto en mayo de ese mismo año, durante mi segundo viaje a la capital portuguesa. Pocos meses después, el cuerpo de Pessoa, que había fallecido el 30 de noviembre de 1935, al parecer fue encontrado incorrupto, lo que obligó a modificar los planes iniciales de enterramiento en el Panteón de Hombres Ilustres del Monasterio de los Jerónimos. Allí se inauguró su mausoleo el 16 de octubre de 1985. Foto © AJR, 1985. |