Llevo toda la vida cantándole a la muerte
sabiendo que sus pasos se miden en los míos,
oyendo como lluvia sus palabras de humo
y mirando sus ojos de cuencas irreales.
Y no sé nada de ella. Ella lo sabe todo
de mí, tiene las llaves que abren el horizonte
de la verdad, el mundo, la habitación secreta
donde ya están dispuestos la hora y el último fulgor.
Compañera tan próxima, tan íntima enemiga,
ceniza duradera que no se borra nunca,
dama ausente, fantasma de pálida impiedad.
Llevo toda la vida diciendo de la muerte
palabras que yo sé que ella no va a escucharlas,
ella, la más tramposa de todas la criaturas,
sombra que se desliza más allá de la noche.
Por eso este conjuro de imágenes sin máscara
quiere poner al lado de tan feroz costumbre
la cara desvelada de lo que no se nombra
para que aprendas, muerte, el arte de morir.
Además de con la ya muy conocida pero aún poderosa imagen de la partida de ajedrez de El séptimo sello, la película de Bergman, quiero enlazar, tanto el poema como el sentido de este aniversario, con este texto del blog de Carlos Medrano, unas palabras que dan cuenta con gran delicadeza y hermosa precisión de algunas de las «reglas del juego». Me siguen pareciendo tan lúcidas y sensibles como la primera vez que las leí. Aunque el fallecimiento de mi madre y la publicación del texto de Carlos en su «isla de lápices» fueran acciones independientes, su exacta coincidencia en el tiempo me conmovió y la entendí como una de esos hechos reveladores con los que de cuando en cuando nos alerta la vida. Así se lo hice saber en su momento a Carlos y ahora vuelvo a agradecérselo de corazón.
El vídeo es uno de los fragmentos más inspirados de Emboscados, el imprescindible oratorio de Amancio Prada. Como tantas otras veces, pero nunca antes con tanto sentimiento y verdad, su música y sus palabras nos acompañaron en el difícil viaje de Madrid a Talavera el día señalado.