Leo en la prensa de papel la noticia de la muerte de
Antonio Pérez Sánchez. El nombre tal vez no diga gran cosa, pero bastará añadir que fue
el creador de los «Juegos Reunidos» para que un temblor de cierta orfandad se
apodere de al menos toda una generación de españolitos, la de los nacidos en la
década de 1950, acaso la última que pasó una parte
importante de su infancia (pongamos que hasta los 9, 10 o incluso los 12 años)
completamente ajena a la televisión.
A los Juegos Reunidos, y a otras
creaciones de Geyper, que fue la empresa creada por Pérez Sánchez, le debemos innumerables horas de diversión, la mayoría de ellas tirando dados y moviendo fichas sobre sencillos cartones de dibujos coloristas que nos hacían vivir aventuras tan «apasionantes» como las de completar antes que nadie el peligroso Juego de la Oca (curiosamente, vinculado con el Camino de Santiago), luchar por salir de una mazmorra llena de bichos asquerosos y peligros insondables, o trepar y resbalar por una especie de paralelas gimnásticas hasta alcanzar la altura de un podio..., por no hablar de las largas partidas de parchís, probablemente el juego más popular de todos.
Estas verdaderas «cajas mágicas», que iban numeradas según la cantidad de juegos que incluían, contenían también un pequeño casino, con su tapetillo verde, su negra ruleta y sus bolitas de acero, que por entonces nos parecía algo completamente exótico. Había también una perinola (o pirindola, en mi jerga familiar) utilizada para decidir la suerte en algunos de los juegos. O las piezas geométricas de un rompecabezas de apariencia sencilla pero capaz de hacer honor a su nombre... Y un largo etcétera que en las cajas mejor surtidas (las de 50 juegos: alguna vez vi alguna en la casa de algún amigo afortunado) podía incluir hasta un ajedrez.
Me entero ahora de que Pérez Sánchez fue también el creador del walkie-talkie, que en mi barrio se consideraba un juguete de niños-bien (no estaba al alcance de todos lo bolsillos), y que mis amigos y yo solíamos sustituir por un fantástico artilugio consistente en unir con un hilo de plástico dos botes de conserva. Como la distancia entre ambos auriculares no era mucha, los mensajes secretos entre espías se oían estupendamente... (y si no, bastaba con gritar un poco).
La fábrica Geyper se hizo después aún más famosa gracias al Geyperman, uno de los primeros muñecos articulados, precedente de toda una larga saga de clips, hombrecitos y madelmanes. Pero en esos tiempos mi infancia, al menos cronológicamente, ya se había quedado atrás.
Aunque, a fin de cuentas, nada se pierde. Esta mañana la necrológica del creador de los Juegos Reunidos ha logrado convocar y reunir, en el corto tiempo que he tardado en pasar la página del periódico (un gesto ya casi anacrónico que acaso esté incubando el futuro fulgor de una mañana), unos años y unas sensaciones que vagaban dispersos por los caprichosos cauces de la memoria como momentos náufragos en las aguas del tiempo que nos lleva.
Brujuleando por Youtube he encontrados estos otros «Juegos reunidos», un episodio de Camera Café que tal vez sirva para encauzar el exceso de nostalgia por los caminos terapéuticos de la risa, siempre tan necesaria.