domingo, 13 de noviembre de 2011

De Caín a Candeleda



Mientras recorro, una vez más, las hermosas tierras mesetarias siguiendo con el dedo los itinerarios que abren surcos aún visibles en la memoria (¡aquellos 15.000 km recorridos en algunas pocas semanas a principios de los 90 y de los que aún conservo en algún cajón una treintena de viejas casetes con el "trabajo de campo"), sueño con volver a la ruta, andar a la deriva de los caminos y tomarle de nuevo el pulso a lo que queda de la Vieja Castilla, que en estos años ha crecido mucho hacia atrás (Atapuerca), se ha modernizado hasta extremos que tal vez aún no se valoran en lo que valen, y parece instalarse en esa dimensión inestable llamada futuro con los mismos claroscuros que los demás países del país, aunque con mucho más peso del pasado presente en el horizonte. Vieja Castilla a la que tanto debo (¡palabra!), hosca y querida como una abuela orgullosa a la que nunca acabaré de entender del todo, imagen recurrente que alimenta la firme sospecha de que pocas cosas son tan de verdad como la plenitud contagiosa de sus cielos infinitos y sin embargo difícilmente soportables...

En fin, todo esto, potenciado por la melancolía de los primeros días (tan tardíos) de verdadero otoño, no es más que una excusa para dejar constancia de que trabajo en una nueva edición de la Guía Total de Castilla y León, que desde hace más de dos décadas se viene publicando en la colección gris de Anaya Touring. Y que, entre dato y mapa, entre llamadas telefónicas, consultas a Internet, desbrozamientos de tanta información reiterada y pertinaz en los errores, y algunos viajes apresurados, me entretengo en cruzar el vasto territorio en varias direcciones, a vista de Google Earth y con una vara de medir en la mano.

Quede constancia meramente nominal y gepeésica de algunos itinerarios posibles entre los extremos de los cuatro puntos cardinales. Otro día tal vez cuente qué extraños caminos de la memoria y de la realidad pueden llegar a unir nombres tan cargados como los de Caín y Candeleda. Castilla y sus topónimos: una novela aún viva.

De Caín (LE) a Candeleda (AV): 436 km
De Villanueva de la Sierra (ZA) a Beratón (SO): 506 km
De Balouta (LE) a Iruecha (SO): 570 km
De Nave de Mena (BU) a El Payo (SA): 512 km



viernes, 11 de noviembre de 2011

Acrósticos


Todas las noches, a veces ya casi de madrugada, doy un largo paseo con Pancho por las calles de Madrid. Esta noche hemos ido desde López de Hoyos hasta Diego de León por Príncipe de Vergara y vuelta por General Pardiñas y María de Molina, hasta enfilar por Canillas el viejo mundo de Millás. La gran novedad son los cartelones y banderolas que colonizan farolas y paredes, aunque me parece que en mucha menor cantidad que otra veces, con la habitual disputa entre manchas azules y mareas rojas, con rosas y gaviotas a la greña, y solo de vez en cuando alguna voluntariosa rareza que no llega a destacarse en un mundo dividido por dos.

Aunque la mayor parte de nuestro recorrido se adentra en el barrio de Salamanca, yo diría que en el itinerario son mayoría los espacios comprados por el PSOE, y lo cierto es que al poco rato el paseo discurre bajo una suave invasión del lema que figura sobre estas líneas. No tardo en caer en la cuenta de que la lectura visual del mensaje sobre fondo rojo pone de relieve una torpeza o intencionalidad tal, que solo da pie para pensar que:
a) o bien ha sido voluntariamente buscada o
b) después de detectada, ha sido asumida,  pensando que tal vez será posible darle la vuelta y sacarle partido, algo así como lo que hizo Rajoy cuando, en el debate del lunes, se equivocó la primera vez llamando Rodríguez Zapa... a Rubalcaba y después se dio cuenta de que aquello podía ser un hallazgo y lo repitió, ya teatralmente, gustándose, varias veces más.

Es verdad que, en teoría,  hay una tercera posibilidad razonable: «Pero si está bien claro lo que dice el eslogan... ¿no? ¡Deja de buscarle tres pies al gato!» Aunque si se piensa bien, esa opción, que podríamos denominar de una tercera vía ingenua, en el fondo cae claramente del lado de lo torpe.

Pero vayamos al comentario de texto. En el mensaje electoral del PSOE, en su sopa de letras mayúsculas, hay mensajes explícitos que aunque solo sea como mera materia visual sin duda han de actuar sobre la conciencia de los electores, que se supone que antes son, y aunque sea parcamente y en «letras gordas», lectores, mirones al menos. ¿Cómo se le puede pasar a alguien por alto que, leído en vertical, a modo de acróstico, en ese texto salta a la vista un rotundo PPQQ? ¡P P Q Q! ¿Cómo lo ven? ¡¿No es fantástico?!(como diría Punset).

¿Y qué  puede querer decir, que dirá de hecho, aunque sea subliminalmente, ese rotundo  PPQQ, PPcucú, en la mente de quien lo vea?  ¿Se trata de un guiño astuto, en plan juego de niños? O tal vez, y con solo una leve variación fonética (pero casi no visual), ¿deberemos leerlo como PP CoCo, como diciendo qué miedo,  mira quién viene? O más aún, y por alusiones entre dos letras que comparten un cierto aire de familia y un indudable parentesco sonoro, ¿no se estará insinuando un PPKK  PPcaca, de evidente sentido ambarino?   Podrían explorarse más caminos, pero ya me parecen un tanto jacobinos (aunque tal solo sean peregrinos sin más).

Hay también en el mensaje una par de EREs que seguro que no van a pasar inadvertidos a unos cinco millones de españoles, e incluso a varios cientos de miles más a quienes, por desgracia, esas siglas les recordarán que sobre su horizonte se cierne lo indeseable. Claro que siempre cabrá preguntarse si esos ERE no actuarán, en la mente desprovista de prejuicios, de consuno o al alimón (también hay algún OE, OE) con los PPQQ, de modo que las asociaciones acongojantes antes descritas tendrían aquí su prolongación, y el mensaje completo, incluida la parte expresa, dejaría flotando en la mente del votante algo así como un «OjO, fíjate bien, que viene el CoCo y PP CaCa te dará ERE..., a no ser que pelees».

Hay también un REI bien visible, sobre el que no me atrevo a especular, y algunas que otras posibles sugerencias que dejo a la imaginación de quien quiera adentrarse en ellas. Muy llamativo es, también, el enorme POR QUE que parece estar gritando desde el centro mismo de la sopa de letras (hacia el flanco derecho, para ser exactos). Confieso que ese grito me ha conmovido y tal vez decida mi voto.

De momento, en el mensaje del PP no he visto nada raro. Bueno, la verdad es que, aparte de que tengo oído que se basa en la palabra «cambio» (lo que me parece el colmo de la originalidad y hasta puede que tenga un poco de recochineo),  aún no sé nada del lema del partido presunto ganador de estas elecciones en las que, a estas alturas, la incógnita mayor, pero no la única, reside en saber si ganará Mariano o se impondrá Rajoy  (aunque también es cierto que corren tiempos extraordinariamente movedizos).

En fin, que si veo algo raro, o si Pancho me ladra para que me fije en algún detalle, les prometo que vuelvo y se lo cuento.


Tomás Segovia, elogio del corresponsal


Coinciden muchos de quienes lo conocieron y lo trataron en subrayar el carácter algo huraño del poeta Tomás Segovia, que acaba de fallecer en México, su otra patria, pero sin duda la misma, porque es la lengua la verdadera cuna que ennoblece a cualquier poeta. No deja de resultar llamativo que sean «muchos» los que sostienen esa opinión, pues si la sequedad o la intemperancia de carácter o la adustez fueron tan marcadas, difícilmente puede explicarse que «tantos» pudieran dar cuenta  de ello y contarnos, con pormenor mayor o solo tautológico, su trato y conocimiento de alguien que, por lo demás, con asiduidad se exponía a la mirada de todos mediante esa costumbre de escribir en el café que ya va pareciendo cosa de otra época, aunque aún muchos la practiquen y esté viviendo incluso un revival a través de los cibercafés y la movilidad que favorecen los escritorios portátiles y las nuevas   tablillas.

Yo no puedo decir que Tomás Segovia fuera huraño o amable porque de cerca solo lo vi una vez, tal vez hacia mediados de los noventa del siglo pasado, y apenas intercambié con él un saludo en el que casi no me dio tiempo a manifestarle mi reconocimiento de lector y admirador de su obra, en especial de su todavía vigente Anagnórisis, de sus inteligentes ensayos sobre la naturaleza de la poesía, de sus estimulantes sonetos eróticos, sus traducciones... A esos méritos añadiría ahora (entonces aún no era posible) los de su condición de corresponsal privilegiado de Octavio Paz, una circunstancia que no he visto subrayada en ninguna de las varias necrológicas que he leído y que me parece que conviene destacar. Por motivos diversos, al menos dos.

La publicación por el Fondo de Cultura Económica en 2008 de 55 de las cartas que Paz escribió a Segovia entre 1957 y 1985 hizo posible rescatar reflexiones y datos muy valiosos sobre episodios creativos del poeta mexicano, al tiempo que, entre líneas pero con una presencia muy visible, dibujaba el perfil del interlocutor y nos dejaba con el deseo de ver la otra cara de la conversación, es decir las cartas de Segovia que dieron pie a momentos tan luminosos del autor de Piedra de sol. Unas cartas (es sabido que el "dueño"  de la correspondencia es el destinatario) que deben de estar en poder de la Fundación Octavio Paz.

En los dos últimos años, además de seguir puntualmente su blog ahí sigue colgado en su Escaparate, con fecha del pasado 3 de octubre, un largo poema escrito en agosto de 2010 y que ahora cobra el sentido  de un testamento vital, mantuve un breve intercambio de notas con Tomás Segovia (y desde este ángulo sí puedo testimoniar su gran afabilidad y cortesía). En uno de mis escritos, tras un comentario sobre una edición de sus Sonetos votivos, le preguntaé directamente por el asunto de las cartas a Paz. Esta fue, cortipegada de su correo,  la respuesta que me dio:

Querido amigo: En efecto, nunca recibí sus halagüeñas líneas. Yo, ya se lo imaginará, creo que usted tiene razón y que mis sonetos son como usted dice. La errata, por supuesto, es también como usted dice.
     En cuanto a mis cartas a Octavio Paz dudo de que se publiquen algún día. Las tiene la viuda de Octavio y yo no tengo copia. Ella a su vez no tenía copia de las de Octavio que yo tenía. Cuando me las pidió le envié copia y le pedí copia de las mías. Nunca me contestó. Como muchas otras personas, nunca entendí por qué publicó sólo las de Octavio, pero parece que no tiene ninguna intención de publicar las mías, y no sé si de conservarlas.
     Un muy cordial saludo lleno de gratitud - Tomás

¿Llegaremos algún día conocer esas cartas? No es que sean necesarias para seguir leyendo a un poeta y creador que quizás sembró en demasiadas direcciones. Pero es muy probable que en ellas se encuentren argumentos para seguir pensando que Tomás Segovia tiene aún muchas cosas que revelarnos.

Hace poco más de un mes (el 6 de octubre), recibí, supongo que como otros muchos seguidores del blog de Tomás, la noticia del viaje que el poeta emprendía a México para recoger el premio Poetas del Mundo Latino, compartido con Juan Gelman, con detalle del periplo acordado, los actos de homenaje que se celebrarían, las dudas sobre algunos protocolos pendientes, todo ello a través de la carta de uno de los organizadores, carta que Segovia compartía al tiempo que invitaba  a todo el mundo («aunque sea in mente», decía) a estar presente. Como otras veces, me tomé la carta en plan personal y le contesté con estas líneas:

Bueno, lo importante es saber si finalmente serán uno o dos los homenajes. Yo no daría un paso sin despejar ese balón. Bromas aparte, qué buenas noticias. Y me tomo la invitación completamente en serio (también in mente): estaba buscando alguna excusa para organizarme un periplo por Tierra Caliente y esta es una inmejorable coartada.
Enhorabuena, maestro. Qué bien que la justicia (y no solo la poética) sea a veces puntual. 
Alfredo

Sirvan estas palabras y los pequeños testimonios como homenaje de un lector agradecido. Y también como reclamo para que las cartas mencionadas vean la luz. Ojalá que no tardando mucho pudiéramos leer, completo, el testimonio de una amistad que también fue, en sus mejores momentos, un lúcido diálogo y controversia entre dos mentes brillantes, además del reflejo verbal de dos corazones comprometidos con un parecido sentir.


jueves, 10 de noviembre de 2011

CorpSang


Le corpsfaitdusang qui 
fait du corpsqui faitdu 
sangquifaitducorpsqui  
fait du sang  qui faitdu 
corpsquifaitdusangqui 
fait du corpsquifait  
(dados, 1)

Paul Valéry, Réflexions simples sur le corps.
 Imagen: Empedrado, de Adriana Mufarrege



Ѡ
Había echado ya a rodar este dado sobre el papel de una vieja agenda y le seguía dando vueltas entre los dedos y la mente cuando, en la visita ya acordada a mi odontóloga, la dulce doctora me explicó que el implante que necesito para cubrir el hueco de una muela recientemente extraída (esa caverna que ahora mismo mi lengua se empeña en seguir explorando) exige regenerar el hueso afectado (osteogénesis, me parece que dijo), para lo cual me va a extraer «un poco, no mucho» de sangre, que luego centrifigurá «en tu presencia», subraya ella y, después de seleccionadas las plaquetas adecuadas, le añadirá no sé qué tipo de sustancias estimuladoras del desarrollo de los principios biológicos activos implicados en el crecimiento óseo, de modo que una vez conseguida la mezcla regeneradora, mediante una pequeña operación dejará en la zona afectada un cultivo que, si todo va bien y la naturaleza cumple como se espera con su trabajo, en unas pocas semanas debe hacer posible que mi maxilar inferior esté listo para poder enraizar en él un soporte de titanio sobre el que será reconstruida la pieza... Supongo, sé, que mi relato está lleno de imprecisiones técnicas y de balbuceos (y hasta disparates) científicos, que no sería difícil remediar con alguna consulta a una de esas fantásticas webs médicas en las que estas cosas se explican con meridiana (!) claridad, si bien no exenta a veces de una asombrosa frialdad: prosa que siempre parece tener vocación forense y hasta forestal, como de  siembra de cenizas ya presentida... Pero me quedo, cómo no, con el «dado» que me regaló Valéry, pues me parece que contiene una más exacta razón del procedimiento y, además, como todas las metáforas de largo alcance, aporta una clave visible de la vida que no solo ayuda a comprenderla sino a vivirla  con mayor intención: cuerpo y sangre entrelazados en una danza que nos permite seguir bailando...  (No por nada, caigo ahora, la pura mención de una y otro, sangre y cuerpo, sostiene el gran misterio del sacramento y rito decisivo de la fe cristiana y explica su imaginativo rodeo para que la necesidad del sacrificio pueda seguir estando presente en la vida de los fieles sin resultar insoportable.)

Todo lo cual es una buena excusa 
para escuchar la nueva luz de Luz Casal
que acaba de sacar disco 
y mañana 11.11.11 cumple años.

martes, 8 de noviembre de 2011

Que no se entere Queneau



Recibo de la Editorial Demipage, habitual generadora de buenas noticias y de libros de no escaso interés, esta presentación de uno de sus últimas obras, que anuncia ni más ni menos que cien mil millones de poemas. Si la sorpresa ante la cifra se dispara, al saber que se trata de sonetos el asombro alcanza límites no contables. Y más aún al descubrir que la propuesta lúdica incita a la creación de sonetos por parte de los lectores, con lo cual, a poco que la propuesta tenga algún éxito, se van a quedar pequeñas las clásicas comparaciones con las estrellas del cielo o las arenas del mar. 

La gracia y claridad del vídeo, incluida su precisión sobre los «alejandrinos de catorce sílabas», me excusan de más comentarios. Me limito a compartirlo, confiado en los nombres que lo avalan  y, como digo, en el buen quehacer de una editorial que ha mostrado su habilidad para remover ciertas aguas más o menos estancadas (inolvidables, por ejemplo, aquellas Crónicas del hombre pálido, de Juan Gracia Armendáriz, que cada viernes llegaban puntualmente a mi buzón). 


Por lo demás, este libro pone en circulación un juego al que apuesto que no tardará* en sumarse, desde su sepultura de Juvisy-sur-Orge o desde donde sea que se encuentre, el homenajeado y verdadero padre de la idea, el gran patafísico y obsesivo matemático Raymond Queneau (en la foto superior, tomada ahora ya no sé de dónde***). Tiempo al tiempo.



*Curiosamente, cuando anoche, nada más colocar la foto de Queneau que preside este texto, intenté postearlo, el ordenador comenzó a actuar por su cuenta: abandonó el editor de blogger en el que estaba tecleando, cerró una a una las doce o trece páginas de internet que tenía minimizadas y los documentos que tenía abiertos, volvió al escritorio, lo vació de iconos, cerró la sesión, apagó el monitor y, tras una pausa que duró una eternidad, se reinició en un para mí inexplicable proceso de rigurosa vuelta atrás, hasta poner ante mis ojos atónitos la entonces aún más inquietante mirada de Queneau (de momento no he podido volver a localizarla en la red, pero lo seguiré intentando ), y todo ello mientras yo notaba cómo me iba invadiendo un terror espeso y desamparado..., más que nada porque pensaba que se trataba de un virus y no había puesto a buen recaudo una parte importante del trabajo del día. Serían las cuatro de la mañana cuando, tras encender y apagar sin contratiempos el equipo en un par de ocasiones, pude comprobar, aliviado, que todo había sido una falsa alarma (al menos eso espero)... Pero no me atreví a colgar el post, lo que hago ahora, desde otro ordenador, al tiempo que añado esta nota. Tal vez lo que ocurrió fue solo que algún programa de actualización automática de Windows se puso en marcha al dar yo la orden de aceptar para enviar el post... Pero quién sabe... No sé si la experiencia dará para un soneto, pero les aseguro que el susto fue real. Mejor que no se entere Queneau, que no se entere Queneau, que no se entere, que no, que no, que no...

miércoles, 2 de noviembre de 2011

Eva: lean mis labios


No es fácil hablar con libertad de Eva, el debut en el largometraje de Kike Maíllo, sin caer en los inconvenientes del destripamiento o ‘despellejamiento’ (eso me sugiere siempre el término spoiler) de la trama, sin duda uno de los pecados más graves en que puede caer cualquier cinéfilo que trate de compartir sus entusiasmos (o sus frustraciones). Así que me limitaré a recomendar con viveza esta obra extraña, por poco frecuente, de la cinematografía española, una peli de ciencia ficción cercana (incluso cotidiana) que rinde tributo por igual a la “madre de todas las batallas” del género, la inmortal 2001: una odisea en el espacio (1968), y a obras maestras de la talla de Blade Runner (1982), no menos imperecedera en su estela tutelar, o a Wall-E (2008), otro prodigio creativo, quizás no tan redonda en su maestría como las anteriores pero con momentos (muchos) del máximo nivel.

Como prueba de esta filiación baste subrayar que el punto de inflexión desde el que la historia narrada en Eva afronta su desenlace es una escena “calcada” de uno de los momentos culminantes de 2001… (y no puedo decir más: lean mis labios). Y que Blade Runner está presente en ella tanto en la parte de la juguetería robótica (en la que también se cuela de forma felina Wall-E) como sobre todo en el tema del trasfondo emocional de la naturaleza de los humanos y sus réplicas.  No me resisto a añadir a la lista, aunque con reservas y guiado más que nada por sugerentes razones nominales («Dime qué ves cuando cierras los ojos»), la interesante incursión que nuestro Kubrick nacional, Alejandro Amenábar, en su singular periplo por los géneros, hizo en la ficción científica con Abre los ojos (1997).

Bien insertada en esa tradición, la fuerza de Eva reside, en primer lugar, en un guión excelentemente pautado (entre sus firmantes aparece el nombre de Sergi Belbel), colgado de un avance narrativo, la espectacular y turbadora secuencia inicial, que actúa como soporte y búmeran del relato. Y, a renglón seguido, en una fotografía que sabe aunar cercanía y extrañeza para que la historia imaginaria logre imponerse sin sobresaltos pero con intriga. Y también, de forma muy particular, en la selección atinada de actores, plasmada en un reparto donde brilla por igual el trío protagonista: la revelación de la niña Claudia Vega (apuesto a que le disputará el Goya a la también debutante María León de La voz dormida), una Marta Etura en estado de gracia, y un cada vez más convincente Daniel Brühl, cuya contribución está a la altura del inolvidable Alexander Kerner de Goodbye, Lenin! (2003), su revelación. Alberto Ammann, aunque demasiado atado a la pose elegante de un personaje que podría haber tenido otros matices, también mantiene el nivel, al igual que Anne Canovas, en un papel más secundario pero muy bien resuelto. Hay que destacar como se merece la especial contribución de Lluís Homar, que da vida a 'Max', un robot tan emotivo como memorable, cuya interpretación entrañaba algunos riesgos que el actor salva con maestría.

Y de la película propiamente dicha, de su argumento, ¿qué decir? Pues que es una historia que nos remite a la insatisfacción que la vida lleva implícita, a los terrenos oscuros que ni siquiera la creatividad más exitosa logra hacer comprensibles, a las barreras insalvables que siempre hay en toda relación, a la fría satisfacción que propicia la inteligencia cuando no es capaz de dar respuesta sensible a los sentimientos, o a lo mucho que aún nos falta por saber de eso que, desde Goleman para acá, llamamos ‘inteligencia emocional’ y que sin duda está abriendo todo un nuevo campo interdisciplinar (neuropsicología, pedagogía, filosofía...) para seguir avanzando en la apasionante tarea de saber qué es lo humano; en suma, la conciencia que se analiza a sí misma y trata de extraer de ese proceso algunas claves para seguir luchando por la posible felicidad.

Eva, con su nombre inaugural, bien puede ser considerada una innovadora aportación española a un género tan antiguo como el propio cine, pero que siempre está en trance de invención y renovación: la ficción que consigue abrir una raya de lucidez en el desentrañamiento científico y poético (hermoso binomio) de la realidad.

lunes, 31 de octubre de 2011

Urbe, Nacional


No ha sido para mí ninguna sorpresa que Emilio Urberuaga, el gran Urbe, haya ganado, por fin, el Premio Nacional de Ilustración. Lo que sí ha sido es una gran alegría, como acabo de comentarle por teléfono. El artista madrileño, figura destacada de una añada prodigiosa (la de 1954), es conocido sobre todo por haberle prestado su más que presumible imagen infantil a Manolito Gafotas, el personaje de Elvira Lindo, sin duda el héroe carabanchelero más famoso del mundo mundial.

Pero Emilio tiene además tras de sí una trayectoria larga, variada y hasta compleja, incluso con su deriva cortazariana y sus personales y puede que autoparódicas visiones de «cocodrilos» y «cosas negras». Es el suyo un itinerario fraguado sobre terrenos, como el del libro de texto, que pueden llegar a ser extremadamente rocambolescos en sus exigencias y en los que he sido testigo de su capacidad para salvar peticiones de autores algo más que enrevesadas.

A estas alturas, la trayectoria profesional de Urberuaga le avala como uno de los más destacados creadores de estilo en el panorama ilustrado de la literatura infantil española. Y no es dífícil percibir su impronta en muchos jóvenes dibujantes. Incluso se podría hablar de un «toque Urbe» (mezcla de claridad, expresividad y un amplio poder de sugerencia) como un rasgo presente en una de las tendencias dominantes en este campo.

De un tiempo a esta parte, Urberuaga es, cada vez más, autor de sus propias historias, un «narrador de imágenes», como él se ha definido en alguna ocasión, que no deja de ahondar en su mundo para mostrarnos personajes y situaciones que, de tan cercanos y envolventes como consigue mostrarlos, a veces podemos llegar a creer que nacen de nuestros propios sueños. O tal vez del sueño del niño que podríamos llegar a ser... a poco que nos concediéramos alguna oportunidad.

Felicidades, maestro, aún mantengo bien vivo el recuerdo de lo mucho que disfrutamos con aquellas clases de música.