Coinciden muchos de quienes lo conocieron y lo trataron en subrayar el carácter algo huraño del poeta Tomás Segovia, que acaba de fallecer en México, su otra patria, pero sin duda la misma, porque es la lengua la verdadera cuna que ennoblece a cualquier poeta. No deja de resultar llamativo que sean «muchos» los que sostienen esa opinión, pues si la sequedad o la intemperancia de carácter o la adustez fueron tan marcadas, difícilmente puede explicarse que «tantos» pudieran dar cuenta de ello y contarnos, con pormenor mayor o solo tautológico, su trato y conocimiento de alguien que, por lo demás, con asiduidad se exponía a la mirada de todos mediante esa costumbre de escribir en el café que ya va pareciendo cosa de otra época, aunque aún muchos la practiquen y esté viviendo incluso un revival a través de los cibercafés y la movilidad que favorecen los escritorios portátiles y las nuevas tablillas.
Yo no puedo decir que Tomás Segovia fuera huraño o amable porque de cerca solo lo vi una vez, tal vez hacia mediados de los noventa del siglo pasado, y apenas intercambié con él un saludo en el que casi no me dio tiempo a manifestarle mi reconocimiento de lector y admirador de su obra, en especial de su todavía vigente Anagnórisis, de sus inteligentes ensayos sobre la naturaleza de la poesía, de sus estimulantes sonetos eróticos, sus traducciones... A esos méritos añadiría ahora (entonces aún no era posible) los de su condición de corresponsal privilegiado de Octavio Paz, una circunstancia que no he visto subrayada en ninguna de las varias necrológicas que he leído y que me parece que conviene destacar. Por motivos diversos, al menos dos.
La publicación por el Fondo de Cultura Económica en 2008 de 55 de las cartas que Paz escribió a Segovia entre 1957 y 1985 hizo posible rescatar reflexiones y datos muy valiosos sobre episodios creativos del poeta mexicano, al tiempo que, entre líneas pero con una presencia muy visible, dibujaba el perfil del interlocutor y nos dejaba con el deseo de ver la otra cara de la conversación, es decir las cartas de Segovia que dieron pie a momentos tan luminosos del autor de Piedra de sol. Unas cartas (es sabido que el "dueño" de la correspondencia es el destinatario) que deben de estar en poder de la Fundación Octavio Paz.
En los dos últimos años, además de seguir puntualmente su blog –ahí sigue colgado en su Escaparate, con fecha del pasado 3 de octubre, un largo poema escrito en agosto de 2010 y que ahora cobra el sentido de un testamento vital–, mantuve un breve intercambio de notas con Tomás Segovia (y desde este ángulo sí puedo testimoniar su gran afabilidad y cortesía). En uno de mis escritos, tras un comentario sobre una edición de sus Sonetos votivos, le preguntaé directamente por el asunto de las cartas a Paz. Esta fue, cortipegada de su correo, la respuesta que me dio:
Querido amigo: En efecto, nunca recibí sus halagüeñas líneas. Yo, ya se lo imaginará, creo que usted tiene razón y que mis sonetos son como usted dice. La errata, por supuesto, es también como usted dice.
En cuanto a mis cartas a Octavio Paz dudo de que se publiquen algún día. Las tiene la viuda de Octavio y yo no tengo copia. Ella a su vez no tenía copia de las de Octavio que yo tenía. Cuando me las pidió le envié copia y le pedí copia de las mías. Nunca me contestó. Como muchas otras personas, nunca entendí por qué publicó sólo las de Octavio, pero parece que no tiene ninguna intención de publicar las mías, y no sé si de conservarlas.
Un muy cordial saludo lleno de gratitud - Tomás
¿Llegaremos algún día conocer esas cartas? No es que sean necesarias para seguir leyendo a un poeta y creador que quizás sembró en demasiadas direcciones. Pero es muy probable que en ellas se encuentren argumentos para seguir pensando que Tomás Segovia tiene aún muchas cosas que revelarnos.
Hace poco más de un mes (el 6 de octubre), recibí, supongo que como otros muchos seguidores del blog de Tomás, la noticia del viaje que el poeta emprendía a México para recoger el premio Poetas del Mundo Latino, compartido con Juan Gelman, con detalle del periplo acordado, los actos de homenaje que se celebrarían, las dudas sobre algunos protocolos pendientes, todo ello a través de la carta de uno de los organizadores, carta que Segovia compartía al tiempo que invitaba a todo el mundo («aunque sea in mente», decía) a estar presente. Como otras veces, me tomé la carta en plan personal y le contesté con estas líneas:
Bueno, lo importante es saber si finalmente serán uno o dos los homenajes. Yo no daría un paso sin despejar ese balón. Bromas aparte, qué buenas noticias. Y me tomo la invitación completamente en serio (también in mente): estaba buscando alguna excusa para organizarme un periplo por Tierra Caliente y esta es una inmejorable coartada.
Enhorabuena, maestro. Qué bien que la justicia (y no solo la poética) sea a veces puntual.
Alfredo
Sirvan estas palabras y los pequeños testimonios como homenaje de un lector agradecido. Y también como reclamo para que las cartas mencionadas vean la luz. Ojalá que no tardando mucho pudiéramos leer, completo, el testimonio de una amistad que también fue, en sus mejores momentos, un lúcido diálogo y controversia entre dos mentes brillantes, además del reflejo verbal de dos corazones comprometidos con un parecido sentir.