jueves, 10 de noviembre de 2011

CorpSang


Le corpsfaitdusang qui 
fait du corpsqui faitdu 
sangquifaitducorpsqui  
fait du sang  qui faitdu 
corpsquifaitdusangqui 
fait du corpsquifait  
(dados, 1)

Paul Valéry, Réflexions simples sur le corps.
 Imagen: Empedrado, de Adriana Mufarrege



Ѡ
Había echado ya a rodar este dado sobre el papel de una vieja agenda y le seguía dando vueltas entre los dedos y la mente cuando, en la visita ya acordada a mi odontóloga, la dulce doctora me explicó que el implante que necesito para cubrir el hueco de una muela recientemente extraída (esa caverna que ahora mismo mi lengua se empeña en seguir explorando) exige regenerar el hueso afectado (osteogénesis, me parece que dijo), para lo cual me va a extraer «un poco, no mucho» de sangre, que luego centrifigurá «en tu presencia», subraya ella y, después de seleccionadas las plaquetas adecuadas, le añadirá no sé qué tipo de sustancias estimuladoras del desarrollo de los principios biológicos activos implicados en el crecimiento óseo, de modo que una vez conseguida la mezcla regeneradora, mediante una pequeña operación dejará en la zona afectada un cultivo que, si todo va bien y la naturaleza cumple como se espera con su trabajo, en unas pocas semanas debe hacer posible que mi maxilar inferior esté listo para poder enraizar en él un soporte de titanio sobre el que será reconstruida la pieza... Supongo, sé, que mi relato está lleno de imprecisiones técnicas y de balbuceos (y hasta disparates) científicos, que no sería difícil remediar con alguna consulta a una de esas fantásticas webs médicas en las que estas cosas se explican con meridiana (!) claridad, si bien no exenta a veces de una asombrosa frialdad: prosa que siempre parece tener vocación forense y hasta forestal, como de  siembra de cenizas ya presentida... Pero me quedo, cómo no, con el «dado» que me regaló Valéry, pues me parece que contiene una más exacta razón del procedimiento y, además, como todas las metáforas de largo alcance, aporta una clave visible de la vida que no solo ayuda a comprenderla sino a vivirla  con mayor intención: cuerpo y sangre entrelazados en una danza que nos permite seguir bailando...  (No por nada, caigo ahora, la pura mención de una y otro, sangre y cuerpo, sostiene el gran misterio del sacramento y rito decisivo de la fe cristiana y explica su imaginativo rodeo para que la necesidad del sacrificio pueda seguir estando presente en la vida de los fieles sin resultar insoportable.)

Todo lo cual es una buena excusa 
para escuchar la nueva luz de Luz Casal
que acaba de sacar disco 
y mañana 11.11.11 cumple años.

martes, 8 de noviembre de 2011

Que no se entere Queneau



Recibo de la Editorial Demipage, habitual generadora de buenas noticias y de libros de no escaso interés, esta presentación de uno de sus últimas obras, que anuncia ni más ni menos que cien mil millones de poemas. Si la sorpresa ante la cifra se dispara, al saber que se trata de sonetos el asombro alcanza límites no contables. Y más aún al descubrir que la propuesta lúdica incita a la creación de sonetos por parte de los lectores, con lo cual, a poco que la propuesta tenga algún éxito, se van a quedar pequeñas las clásicas comparaciones con las estrellas del cielo o las arenas del mar. 

La gracia y claridad del vídeo, incluida su precisión sobre los «alejandrinos de catorce sílabas», me excusan de más comentarios. Me limito a compartirlo, confiado en los nombres que lo avalan  y, como digo, en el buen quehacer de una editorial que ha mostrado su habilidad para remover ciertas aguas más o menos estancadas (inolvidables, por ejemplo, aquellas Crónicas del hombre pálido, de Juan Gracia Armendáriz, que cada viernes llegaban puntualmente a mi buzón). 


Por lo demás, este libro pone en circulación un juego al que apuesto que no tardará* en sumarse, desde su sepultura de Juvisy-sur-Orge o desde donde sea que se encuentre, el homenajeado y verdadero padre de la idea, el gran patafísico y obsesivo matemático Raymond Queneau (en la foto superior, tomada ahora ya no sé de dónde***). Tiempo al tiempo.



*Curiosamente, cuando anoche, nada más colocar la foto de Queneau que preside este texto, intenté postearlo, el ordenador comenzó a actuar por su cuenta: abandonó el editor de blogger en el que estaba tecleando, cerró una a una las doce o trece páginas de internet que tenía minimizadas y los documentos que tenía abiertos, volvió al escritorio, lo vació de iconos, cerró la sesión, apagó el monitor y, tras una pausa que duró una eternidad, se reinició en un para mí inexplicable proceso de rigurosa vuelta atrás, hasta poner ante mis ojos atónitos la entonces aún más inquietante mirada de Queneau (de momento no he podido volver a localizarla en la red, pero lo seguiré intentando ), y todo ello mientras yo notaba cómo me iba invadiendo un terror espeso y desamparado..., más que nada porque pensaba que se trataba de un virus y no había puesto a buen recaudo una parte importante del trabajo del día. Serían las cuatro de la mañana cuando, tras encender y apagar sin contratiempos el equipo en un par de ocasiones, pude comprobar, aliviado, que todo había sido una falsa alarma (al menos eso espero)... Pero no me atreví a colgar el post, lo que hago ahora, desde otro ordenador, al tiempo que añado esta nota. Tal vez lo que ocurrió fue solo que algún programa de actualización automática de Windows se puso en marcha al dar yo la orden de aceptar para enviar el post... Pero quién sabe... No sé si la experiencia dará para un soneto, pero les aseguro que el susto fue real. Mejor que no se entere Queneau, que no se entere Queneau, que no se entere, que no, que no, que no...

miércoles, 2 de noviembre de 2011

Eva: lean mis labios


No es fácil hablar con libertad de Eva, el debut en el largometraje de Kike Maíllo, sin caer en los inconvenientes del destripamiento o ‘despellejamiento’ (eso me sugiere siempre el término spoiler) de la trama, sin duda uno de los pecados más graves en que puede caer cualquier cinéfilo que trate de compartir sus entusiasmos (o sus frustraciones). Así que me limitaré a recomendar con viveza esta obra extraña, por poco frecuente, de la cinematografía española, una peli de ciencia ficción cercana (incluso cotidiana) que rinde tributo por igual a la “madre de todas las batallas” del género, la inmortal 2001: una odisea en el espacio (1968), y a obras maestras de la talla de Blade Runner (1982), no menos imperecedera en su estela tutelar, o a Wall-E (2008), otro prodigio creativo, quizás no tan redonda en su maestría como las anteriores pero con momentos (muchos) del máximo nivel.

Como prueba de esta filiación baste subrayar que el punto de inflexión desde el que la historia narrada en Eva afronta su desenlace es una escena “calcada” de uno de los momentos culminantes de 2001… (y no puedo decir más: lean mis labios). Y que Blade Runner está presente en ella tanto en la parte de la juguetería robótica (en la que también se cuela de forma felina Wall-E) como sobre todo en el tema del trasfondo emocional de la naturaleza de los humanos y sus réplicas.  No me resisto a añadir a la lista, aunque con reservas y guiado más que nada por sugerentes razones nominales («Dime qué ves cuando cierras los ojos»), la interesante incursión que nuestro Kubrick nacional, Alejandro Amenábar, en su singular periplo por los géneros, hizo en la ficción científica con Abre los ojos (1997).

Bien insertada en esa tradición, la fuerza de Eva reside, en primer lugar, en un guión excelentemente pautado (entre sus firmantes aparece el nombre de Sergi Belbel), colgado de un avance narrativo, la espectacular y turbadora secuencia inicial, que actúa como soporte y búmeran del relato. Y, a renglón seguido, en una fotografía que sabe aunar cercanía y extrañeza para que la historia imaginaria logre imponerse sin sobresaltos pero con intriga. Y también, de forma muy particular, en la selección atinada de actores, plasmada en un reparto donde brilla por igual el trío protagonista: la revelación de la niña Claudia Vega (apuesto a que le disputará el Goya a la también debutante María León de La voz dormida), una Marta Etura en estado de gracia, y un cada vez más convincente Daniel Brühl, cuya contribución está a la altura del inolvidable Alexander Kerner de Goodbye, Lenin! (2003), su revelación. Alberto Ammann, aunque demasiado atado a la pose elegante de un personaje que podría haber tenido otros matices, también mantiene el nivel, al igual que Anne Canovas, en un papel más secundario pero muy bien resuelto. Hay que destacar como se merece la especial contribución de Lluís Homar, que da vida a 'Max', un robot tan emotivo como memorable, cuya interpretación entrañaba algunos riesgos que el actor salva con maestría.

Y de la película propiamente dicha, de su argumento, ¿qué decir? Pues que es una historia que nos remite a la insatisfacción que la vida lleva implícita, a los terrenos oscuros que ni siquiera la creatividad más exitosa logra hacer comprensibles, a las barreras insalvables que siempre hay en toda relación, a la fría satisfacción que propicia la inteligencia cuando no es capaz de dar respuesta sensible a los sentimientos, o a lo mucho que aún nos falta por saber de eso que, desde Goleman para acá, llamamos ‘inteligencia emocional’ y que sin duda está abriendo todo un nuevo campo interdisciplinar (neuropsicología, pedagogía, filosofía...) para seguir avanzando en la apasionante tarea de saber qué es lo humano; en suma, la conciencia que se analiza a sí misma y trata de extraer de ese proceso algunas claves para seguir luchando por la posible felicidad.

Eva, con su nombre inaugural, bien puede ser considerada una innovadora aportación española a un género tan antiguo como el propio cine, pero que siempre está en trance de invención y renovación: la ficción que consigue abrir una raya de lucidez en el desentrañamiento científico y poético (hermoso binomio) de la realidad.

lunes, 31 de octubre de 2011

Urbe, Nacional


No ha sido para mí ninguna sorpresa que Emilio Urberuaga, el gran Urbe, haya ganado, por fin, el Premio Nacional de Ilustración. Lo que sí ha sido es una gran alegría, como acabo de comentarle por teléfono. El artista madrileño, figura destacada de una añada prodigiosa (la de 1954), es conocido sobre todo por haberle prestado su más que presumible imagen infantil a Manolito Gafotas, el personaje de Elvira Lindo, sin duda el héroe carabanchelero más famoso del mundo mundial.

Pero Emilio tiene además tras de sí una trayectoria larga, variada y hasta compleja, incluso con su deriva cortazariana y sus personales y puede que autoparódicas visiones de «cocodrilos» y «cosas negras». Es el suyo un itinerario fraguado sobre terrenos, como el del libro de texto, que pueden llegar a ser extremadamente rocambolescos en sus exigencias y en los que he sido testigo de su capacidad para salvar peticiones de autores algo más que enrevesadas.

A estas alturas, la trayectoria profesional de Urberuaga le avala como uno de los más destacados creadores de estilo en el panorama ilustrado de la literatura infantil española. Y no es dífícil percibir su impronta en muchos jóvenes dibujantes. Incluso se podría hablar de un «toque Urbe» (mezcla de claridad, expresividad y un amplio poder de sugerencia) como un rasgo presente en una de las tendencias dominantes en este campo.

De un tiempo a esta parte, Urberuaga es, cada vez más, autor de sus propias historias, un «narrador de imágenes», como él se ha definido en alguna ocasión, que no deja de ahondar en su mundo para mostrarnos personajes y situaciones que, de tan cercanos y envolventes como consigue mostrarlos, a veces podemos llegar a creer que nacen de nuestros propios sueños. O tal vez del sueño del niño que podríamos llegar a ser... a poco que nos concediéramos alguna oportunidad.

Felicidades, maestro, aún mantengo bien vivo el recuerdo de lo mucho que disfrutamos con aquellas clases de música.


jueves, 27 de octubre de 2011

A torre da derrota*




L a      partid a     e s t á      p e r d i d a
d e     antemano,    y      la  derrota
e s     u n a    torre     a bol ida.
Sobre   sus  ruinas aún flota
el humo  gris de  la  vida
calcinada  por  la  hueste
de    una     maldición     celeste
que    d i c t a m i n a    la    huida
de    todo    l o    q u e   s e    e spera.
Pero      pongo     e n     es e     envite
 s  i n g u l a r         el     paso      abierto
d e l     día    y     de    su     q u i m e r a:
 s u     l u z      será      la     que       evite 
que      solo     el      error    sea    cierto.

                                                                              [palíndromos ilustrados, 0]

* El palíndromo del título (en gallego) es obra del escritor Gonzalo Navaza, y da nombre a uno de sus libros (Xerais, 1992). Los demás juegos son espontáneos y están, también ellos, encerrados en la torre.

imagen: Castillo de Orgaz. © AJR, 2010



domingo, 16 de octubre de 2011

Madrid-Manhattan-Berlín...,
un sueño ¿posible?


Ayer, mientras caminaba con la columna de Prosperidad en dirección a Sol, también yo tuve un sueño... Sí, ese mismo que sería ingenuo (más) desmenuzar ahora con palabras que acabarían mirándose a sí mismas llenas de perplejidad... Seguro que a Leonard Cohen, otra vez, no le importará que le tome prestada esta canción que en cierto modo (pero de un modo muy cercano e inspirado) habla de lo mismo. O eso creo. Hay que seguir haciendo esfuerzos de imaginación sin dejar de llenar las calles.

lunes, 10 de octubre de 2011

ExTinta


Mantente atento,
que tanta tinta tonta
al tuntún t’unta.

Imagen de Watchmen: el fin está cerca, tomada de aquí.