La música se escapa como una culebrilla a ras de suelo.
Prende en los pies un ritmo movedizo, inaprensible.
Luego asciende hacia los brocales indefensos de la mente.
Y suspende la monodia sin fin de la razón.
En Eburia, la noche es ya tan sólida como suele en verano.
Festival de Jazz Ciudad de Talavera. |
En Eburia, la noche es ya tan sólida como suele en verano.
Allá arriba, en la choza de piedra que se alza por encima
del desproporcionado rosetón
(un polifemo que fuera solo ojo y aun así bello),
la cigüeña,
esbelta y afilada,
esbelta y afilada,
distraída y atenta,
mira y mira,
sin cesar en su oficio.
mira y mira,
sin cesar en su oficio.
Cuando la luna empieza a descubrirnos su lado más sinuoso,
comienza también ella, la cigüeña, a marcar el compás.
Le gusta la trompeta.
Se queda inmóvil al sonar el saxo.
La batería la anima.
Se diría que asiente a la melancolía grave de las cuerdas.
Y se estira mimética en los melismas audaces de la voz.
Y se estira mimética en los melismas audaces de la voz.
Paciente espectadora de su espacio invadido
pero a la vez ella también artista de la improvisación,
la cigüeña de la iglesia mayor de la ciudad
se acaba convirtiendo en la reina más alta de la fiesta,
el testigo imparcial
de todo lo que pasa allá abajo
de todo lo que pasa allá abajo
y aún más abajo
y más allá
y más allá
y más...
Poco a poco la música se ha ido volviendo noche.
Poco a poco la música se ha ido volviendo noche.
Y la noche se ha ido deshojando en la música.
El cielo es una estampa lejana e irreal,
un gota de mercurio derretido
bajo el peso de una línea interminable.
Tras el concierto habrá charla de amigos,
la amable sucesión de gestos familiares
la amable sucesión de gestos familiares
y la reiteración de las viejas leyendas de la tribu,
a las que siempre cabe añadir un episodio inédito,
la ardua precisión de un recuerdo que se vuelve borroso,
un nombre que convoca exclamaciones,
las peripecias de los recién llegados,
el vano esfuerzo por saber cuál fuera
el último verano de nuestra juventud...
y, por fin, unas risas.
a las que siempre cabe añadir un episodio inédito,
la ardua precisión de un recuerdo que se vuelve borroso,
un nombre que convoca exclamaciones,
las peripecias de los recién llegados,
el vano esfuerzo por saber cuál fuera
el último verano de nuestra juventud...
y, por fin, unas risas.
Los hilos de la vida nos atan y desatan a su antojo.
Pero el ojo sencillo de los afectos simples,
con su música dulce,
nos ha vuelto a reunir
como una hoguera.
La plaza se ha quedado ya en silencio.
Sobre la piel del río, entre la bruma,
se alza una nueva y distinta raya de luz imaginable
se alza una nueva y distinta raya de luz imaginable
dibujada por los viejos guardianes de la amistad
en la tierra de los sueños compartidos.
(Para C., A., B., A., L., P. & P. y los demás amigos de Eburia,
por los buenos momentos,
para que no falten las felices improvisaciones.)