Se fue Manuel Alexandre por el mismo camino que antes siguieron Agustín González, Fernán Gómez, López Vázquez, Antonio Ozores... y tantos otros. Le han dedicado recuerdos y homenajes muy inteligentes, emotivos y bien documentados. Imposible añadir una línea que pueda aportar algo. Pero como no quiero que la Posada se quede huérfana de su recuerdo, contaré sin pudor una historieta privada un tanto embarazosa, aunque leve e insignificante como un pecado venial.
Durante mucho tiempo, en mis trabajos como redactor editorial, cada vez que en un artículo o en un pie de foto tenía que escribir el nombre de Manuel Alexandre, me asaltaba la duda de si concederle o no el Nobel. Quiero decir que dudaba si su apellido se escribía o no como el del poeta Vicente Aleixandre, que hoy parece un poco olvidado (salvo por los líos en torno a su casa y su herencia), aunque durante años, antes incluso de que le otorgaran el premio que ahora tan justamente le acaban de dar a Vargas Llosa, fue una referencia cultural de primera magnitud.
El caso es que, cansado de una duda tan estúpida y de los innumerables paseos a que me obligaba, en aquellos remotos tiempos preinternáuticos, para consultar la grafía correcta en la biblioteca de la editorial (recuerdo sobre todo la redacción de Salvat, pero es posible que ocurriera más veces en la de Anaya), acabé por idear una estrategia mnemotécnica (también valdría sin la primera "n") algo enrevesada pero que acabó resultando eficaz. Consistía en asociar la característica más llamativa de Alexandre, el trémolo o temblorcillo de voz con que solía interpretar sus papeles, con la imagen de una "i" temblorosa, como de dibujo animado, literalmente aterrorizada ante la posibilidad de ser insertada en una palabra en la que no debía figurar. De ese modo, cada vez que me veía en la tesitura de escribir el nombre del actor, saltaba en mi cabeza una cautela cerebral: «¡Acuérdate del temblorcillo de la i!»
Curiosamente, el día en que me enteré de que en realidad el verdadero apellido del gran cómico era Alejandre, alguna otra asociación neuronal inconsciente reemplazó la elaborada triquiñuela, y ya nunca más tuve necesidad de acudir a fantasías vocales para escribir con corrección su nombre.
Descanse en paz, pues, Manuel Aleixandre, al que, ahora que lo pienso, no hubiera sido injusto concederle el Nobel al actor de reparto más actor de reparto de nuestro cine: o sea, alguien completamente imprescindible y de cuya peculiar dicción –quizás una forma irónica de evocar el desparpajo del chuleta madrileño– podremos seguir gozando al revisar su rica y larguísima filmografía.
Este vídeo de YouTube muestra los espléndidos minutos finales de Plácido (1961), la genial película de Berlanga que es algo más (mucho más) que un retrato de época. En ella, Manuel Alexandre interpretó uno de los grandes papeles de su carrera, y con el temblorcillo en todo su esplendor.: «Hoy vamos a comer cosas modernas, ¡como los americanos!»
Y, en este vídeo de Google, otra secuencia inolvidable: el encuentro entre el señor Roque Freire y el bandido Malvís-Fendetestas en El bosque animado (1987), de José Luis Cuerda.