La concesión del Premio Nacional de Narrativa a Javier Cercas por una obra que no pudo nacer como novela y para la que el autor necesitó inventarse un género híbrido, a mitad de camino entra la crónica periodística, el ensayo político y el relato heroico (incluso con su punto elegíaco), me parece que reconoce la culminación de un esfuerzo plasmado en un libro que desde hace meses figura en la biblioteca de la Posada y que nos ofrece un retrato exhaustivo, verosímil, y ya inexcusable como referencia, de los años de la Transición.
La interpretación del significado de cualquier periodo histórico es un tarea siempre incompleta. Mucho más si, como es el caso, aún se está viviendo en la cola del dragón, incapaces por falta de perspectiva de verle a la bestia la cabeza completa o todo el espinazo, y mucho menos el aludido apéndice caudal cuyas convulsiones aún son peceptibles y a veces amenazan con golpearnos.
Y justamente porque la Transición corre el peligro de convertirse, si no en un cadáver molesto, sí en una historia oscura y maniquea, que puede ser contada de forma interesada según las perspectivas, el libro de Cercas es una obra que tiene un gran valor añadido: no sólo es buena literatura sino que consigue que la literatura sea un excelente aliado para la comprensión de la historia cercana.
La metáfora de la congelación visual de un instante (unos pocos segundos en la historia hiperreal del 23-F) y el prodigioso análisis que de él hace Cercas en su libro, insertándolo dentro de la secuencia completa de lo grabado por la cámara de televisión cuyo ojo vigilante los golpistas no advirtieron, ponen en pie un relato que en más de un aspecto contradice lo que podríamos llamar la «versión oficial y autocomplaciente» de lo ocurrido en aquellas horas. Al mismo tiempo, proporcionan algunas claves muy bien argumentadas que permiten entender con gran profundidad lo que allí se dilucidaba. La obra se convierte así en la historia mejor contada de la Transición de la que hasta ahora disponemos, en parte porque asume, filtra y resume todo lo valioso de las investigaciones e historias precedentes.
Pero es también, y aquí radica su importancia, la fundación de la Transición como tópico literario, como sustancia narrativa que, tras negarse a correr por los cauces de la ficción convencional, fue rompiendo los diques de los géneros y vino a desembocar en una ficción mayor, capaz de asumir el relato de la realidad.
Anatomía de un instante es en el fondo (y, en parte, también en la forma) un fruto cervantino que avanza con soltura por un territorio tal vez no del todo inédito, pero raras veces frecuentado a la hora de dar cuenta de la naturaleza de la realidad, y al que ahora este premio, incluso forzando las costuras de su nombre genérico, acaba de reconocer con justicia como una pieza mayor de la imaginación.