En la caseta de la Librería Bertrand estaba Manuel Rivas, sin duda el escritor gallego con mayor proyección de las últimas décadas. Fuimos compañeros de clase cuando ambos iniciábamos los estudios de periodismo en la Complutense y, pese a que he seguido (y sigo) con muchos interés y admiración tanto su obra poética y narrativa como sus artículos y reportajes, nunca desde entonces había tenido la oportunidad de volver a hablar con él. Fue generoso con su tiempo y sus palabras, también con sus hermosas dedicatorias de paraguas dibujados a pluma, acordes con el día.
Charlando con Manuel Rivas. Foto SP
Pese a su joven madurez, Rivas va camino de convertirse en todo un maestro, si es que no lo es ya. Para quienes amamos la literatura gallega es una gran suerte contar entre nuestros contemporáneos con alguien que aúna tanta calidad literaria como coraje cívico. Baste recordar, en este segundo aspecto, su papel al frente del movimiento ciudadano surgido cuando el desastre del Prestige, o su trayectoria como cofundador y militante de Greenpeace en Galicia.
En la caseta de El Buscón, que es la librería por antonomasia de La Prospe, nuestro barrio, estaba Luis, librero y amigo, tocado con uno de sus elegantes sombreros. Me acerqué a saludarlo y advertí que a su lado firmaba ejemplares Belén Gopegui, una de las novelistas que mayor consenso concita entre críticos de muy diversa condición. Aunque he leído alguna de sus novelas, no tengo una opinión fundada sobre su obra; sólo sabría decir que me parece la suya una escritura tensa y exigente. Como de alguien que se toma la tarea muy en serio. Gopegui conoce bien el barrio de Prosperidad, en el que vive o ha vivido. Según nos comentó, para escribir su última novela, Deseo de ser punk, se inspiró en parte en la Escuela Popular de la Prospe, toda una institución en la educación de adultos. La novela cuenta una dramática historia de aprendizaje y de búsqueda del propio camino hacia la libertad. Espero tener en breve ocasión de leerla. Animan a ello, además de los elogios de la crítica, el que es un volumen con las garantías que suele ofrecer Anagrama. Y la sugerente foto de Iggy Pop en la cubierta.
La mañana aún daría más de sí. En un rincón me crucé con el novelista Juan Eduardo Zúñiga, caminando muy erguido, con su admirable perfil de escritor ruso de los que ya no quedan. Iba en compañía de su mujer, Felicidad Orquín, una gran experta en Literatura Infantil y Juvenil, a la que me une una relación muy cordial fraguada en algunos trabajos compartidos. Me acerqué a saludarlos bajo la lluvia, muy fugazmente, porque iban con mucha prisa camino de una cita con el profesor y crítico Fernando Valls, uno de los mejores conocedores de la obra del escritor. Zúñiga, del que siempre recuerdo el tono perfecto, mesuradamente dramático, con que una vez le oí leer su propia obra, es un autor que ya va ocupando el lugar que le corresponde en los balances críticos. Y no sólo por su inolvidable trilogía de cuentos sobre el Madrid de la guerra civil.
En muy mejorable compañía, concretamente por su derecha según se mira al MAR (también la ceremonia de las firmas a veces hace extraños compañeros de caseta), vi al escritor y periodista Javier Reverte, uno de los maestros de la literatura de viajes, género en el que también colaboró con la editorial Anaya Touring, donde lo conocí allá por los primeros 90. Javier Reverte será una de los “platos fuertes” del Encuentro Internacional de Literatura de Viajes (LITVI) que se celebrará a partir del día 20 en Santiago de Compostela, dentro de los eventos del Xacobeo 2010, y al que también estoy invitado (participaré en una de las mesas redondas). Me acerqué a saludarlo con la nada disimulada intención de refrescar viejas conversaciones y tender lazos de cara a la cita gallega.
También nos acercamos, ya de retirada, hasta la caseta donde firmaba Elvira Lindo, que nos dedicó dos de sus obras. Es admirable la energía que despliega esta mujer, siempre entre Madrid y Nueva York, y siempre tan atenta a aspectos de nuestra realidad que para muchos pasan inadvertidos. Su capacidad de trabajo tal vez sólo sea comparable a la de Juan Cruz, que no andaba lejos con sus Egos revueltos. Este libro de «memorias propias de otros autores», que mereció el premio Comillas, está recibiendo tantos elogios y de procedencia tan dispar que no va a haber más remedio que leerlo. Me quedé también con ganas de saludar a Fernando Savater, que miraba hacia el cielo desde su caseta con aire algo aburrido y quizás ya a punto de irse. No me atreví a molestarlo.
Posdata: Dicen los primeros balances al cierre de la Feria del Lbro que las ventas han descendido casi un 10% respecto a 2009 y que el culpable de tal situación, más que la crisis, ha sido la veleidosa tendencia del tiempo hacia los extremos: excesivo calor en algunos de los primeros días, lluvia casi permanente durante la última semana. Está claro que ni editores ni libreros habían mandado sus anaqueles a luchar contra los elementos. Antes de cada Feria deberían fletarse globos aerostáticos que dejaran bien claro a las deidades de allá arriba (o a quien corresponda) una recomendación, incluso una orden: «¡Prohibido llover!» A ver si este vídeo pescado en Youtube (una joya de época con la actuacion de Sister Rosseta Tharpe) puede contribuir a que “cale” el mensaje.