El biólogo y
naturalista Rubén Duro lleva alrededor
de dos décadas inmerso en un viaje alucinante. Como un nuevo Gulliver desembarcado
en los salvajes espacios que se muestran al otro lado del microscopio, ha ido explorando, fotografiando y filmando, con pasión
aventurera, un bullir de vida que se sabe que está ahí, aunque casi nadie en
el mundo de los documentales sobre
naturaleza le había prestado hasta ahora atención suficiente.
Rubén, que tiene a
sus espaldas una gran experiencia como naturalista (de la mano de su tío,
Aurelio Pérez, llegó a trabajar con
Félix Rodríguez de la Fuente) y como divulgador de temas de naturaleza, se ha
entretenido en explorar ese continente inmenso que es
la vida microscópica y ha
ido dejando aquí y allá valiosas pruebas visuales de sus
expediciones. Son verdaderos viajes, no menos fascinantes por el hecho de que todos ellos
se realicen entre las paredes de su estudio, en la
casa familiar de Dosrius, y su ámbito de referencia sea una charca campestre o un viejo barril sobre el
que ha caído la lluvia. Ni resultan menos arriesgados al discurrir en las propias lentes
portantes del microscopio, convertidas en el escenario donde estos seres
viven de
verdad. Más que limitaciones de la
aventura,
esas condiciones son la prueba de su carácter extraordinario.
Ahora, tras publicar
diversos
reportajes en prensa y realizar numerosos documentales y programas de
televisión, entre ellos la serie
Mundos diminutos para TVE (la emitió
La 2 en el programa
La aventura del saber), la obra de Rubén Duro acaba de llegar al museo de la
ciencia
CosmoCaixa de Alcobendas. Allí
puede verse, desde el pasado día 29 de marzo, la exposición
Microvida, más allá del ojo humano.
Concebida como un viaje en espiral al mundo de lo más pequeño,
Microvida nos pone en contacto con las formas, rasgos y costumbres de esos seres que, aunque están por todas partes, en cuanto nos rodea y en nuestro propio cuerpo, son los
huéspedes secretos del universo de la vida. Secretos e imprescindibles, porque sin la existencia de estos íntimos desconocidos los procesos vitales tal como los conocemos serían imposibles.
Como puso Rubén de manifiesto en la presentación, asombra pensar que la inmensa “fauna y flora” microscópica supone
la mayor cantidad de biomasa del planeta. También que estos seres, entre los que se cuentan las conspicuas
bacterias, son los más antiguos pobladores de nuestro mundo. Y que encierran, como un secreto en cuya investigación se sigue avanzando, la explicación del
origen de la vida. También de los cada vez más borrosos límites
entre lo vivo y lo inerte. O las dudosas fronteras entre los
antiguos reinos de la naturaleza (qué es un animal, qué es una planta). Y, en fin, no es menos impactante imaginar que esta aventura nos acerca a unas hipotéticas formas de vida extraterrestre que tal vez estén a punto de hallarse en algún confín del Universo... o a la vuelta de una esquina galáctica.
Estas y otras muchas reflexiones nos asaltan al ir recorriendo los
seis ámbitos en que está organizada la exposición. Cada uno de ellos nos va acercando a la ampliación de la vida por 1 000, 2 000, 5 000 o 10 000 veces y más. Y están organizados de una manera tan
interactiva que permite al visitante realizar sus propias experiencias disponiendo él mismo, en las lentes portadoras, las muestras que quiera explorar.
El valor
de divulgación científica que tiene esta muestra está fuera de toda duda. Estoy
seguro de que serán muchos los docentes e interesados que le saquen partido a
lo largo de los doce meses que va a permanecer abierta en Alcobendas, antes de
trasladarse al CosmoCaixa de Barcelona. Pero Microvida, al igual que otros de los trabajos que Rubén nos viene
mostrando, tiene también un extraordinario valor
estético: nos permite ver, en vivo y en directo, singulares formas, bellas
escenas y evocadores micropaisajes que podrían parecen fruto de una prodigiosa
imaginación, tal vez habitantes o escenarios de los viajes que realizamos en
nuestros sueños (sin excluir las pesadillas). Estas imágenes son también ilustraciones
de historias maravillosas que la
vida pequeña nos deja de contarnos a cada instante.
Alguna vez le he oído decir a Rubén que acercar los ojos al ocular de un microscopio es como mirar por un telescopio las estrellas. Y es verdad que muchas de estas imágenes producen la impresión de estar viendo la vida en el espacio intergaláctico. Parecen escenas de un periplo cósmico que tal vez pudiera ser el mismo que emprendió en noviembre pasado el robot espacial Curiosity en dirección a Marte para investigar la posible existencia de vida en el planeta rojo. Cuando en un tal vez no muy lejano futuro nos lleguen las primeras imágenes de seres vivos extraplanetarios, quién sabe si no reconoceremos en ellos cierto aire de familia gracias a estos micromundos tan bien retratados por la sensibilidad y la pericia de Rubén Duro.
Por lo demás, desde hace más de veinte años, cuando coincidimos trabajando en la enciclopedia Ecología y vida, Rubén es mi amigo. Pero esa es otra historia.
(Fotos de la exposición: AJR)