El corazón ingenuo que te dicta,
como si hubieras nacido esta mañana,
unas palabras que quisieras puras
o mera transparencia de tu alma.
El corazón repleto de deseos,
sin dobleces ni pisos subterráneos,
su ideal ceremonia de inocencia
que a veces toca el cielo con las manos.
En ese corazón, suma del tiempo
que has conseguido doblegar, acaso
como se amansa la ira de una fiera,
está grabado, con latido y sangre,
con fugitivas huellas indelebles,
tu verdadero rostro nunca visto.
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